Night and Day

El libro en cuestión se presentaba complicado de concretar por orígenes difusos, definición de género y gestión para editarlo cuando debía argumentar de qué iba el asunto; quiso ser homenaje al medio siglo de La vida breve pero la ciudad letrada tenía otras preocupaciones y si salió fue gracias al amigo Oscar Brando. De adolescente había leído a Onetti y no sólo a él entre los compatriotas; los años sesenta en Uruguay fueron movidos en literatura, se vivía una renovación de narrativas incitada por el impacto cubano y la ola del boom con su cortejo de efectos especiales. Mario Vargas Llosa visitaba Montevideo, Ángel Rama dictaba cursos sobre Gabo en la Facultad de Humanidades, llegaban a nuestras manos modelos para armar de Cortázar y conocimos a la Maga; Onetti vivía al margen escribiendo en Gonzalo Ramírez 1497. Recitales encendidos, presentaciones de libros cada semana, escena local marcada por la mudanza de El Galpón en 1964, suceso internacional de Benedetti y Galeano, poetas cantautores, la Feria del Libro de Nancy Bacelo en noches de verano… nuestros años felices de la veintena entre poetas y artesanos, juguetes pedagógicos y móviles, planes de futuro y amoríos para el resto de la vida mientras se urdía la catástrofe. 

Un joven lector hallaba el entusiasmo en las fuentes convergentes: narradores activos en Uruguay en cercanía estimulante, la circulación del discurso crítico removedor en centros docentes y en la prensa con magisterio de Marcha, la tarea de editoriales nacionales con el trio Alfa, Arca, Banda Oriental en el sótano de la calle Yi y que conocí llevado por Alejandro Paternain. Al finalizar el bachillerato redacté una memoria que trataba de los primeros textos de Juan Carlos Onetti, su obra me acompañó hasta la tesis y redacté el número a él dedicado en otro avatar de Capítulo Oriental. De su producción conocía El pozo hasta el fondo por su potencia inaugural de narrativa urbana y la primera edición está cerca de donde escribo ahora. En el lado opuesto de la vida de Onetti, me asombra todavía la pasión sensual de Dejemos hablar al viento abrazando la madurez de la obra, su destrucción porque así deben pasar las cosas y nuevas manos de resurrección retomando la partida; en otra reencarnación me prometí escribir sobre ella para descubrir qué nace de las cenizas de Santa María. 

Dentro de tanta historia contada por el mismo escritor, el objeto de fascinación era para mí La vida breve. Novela de sorprendente modernidad pensando en sus condiciones de producción, era exógena de poéticas rioplatenses siendo insoslayable para entender la humanidad formado entre treinta y tres gauchos y gringos aquerenciados; ingresa en diálogo con otros autores mayores como el conocido caso de Faulkner, pero sentimos la medicina de trinchera y el olor a consultorio pobre del Dr. Céline. Recuerdo al protagonista redactor en una agencia de publicidad con la esposa enferma cuando comienzan las apuestas esperando el temporal de Santa Rosa. Héroe sin cualidades que deja de ser Uno discepoliano y se desdobla para intentar salvarse, lanzado por el autor -que se inmiscuye como personaje secundario- en un mundo loco de yiras y malandras. Juanicho se deja hundir en la trampa de pensar la escritura cerrando los ojos, transfigurándose en narcomédico embarcado en un viaje esperpéntico al final de la noche, cuando canta la retirada el carnaval de los disfrazados. Quizá porque con la novela llegamos a la existencia en los mismos meses, supe que sería buena compañía para el viaje a Escritura con la condición de mantener la boca cerrada. Sentí que sería un espectro que estaría a mi lado, a la larga sería bravo de maniobrar y la única manera de exorcizarlo era llegando al fondo del misterio de los capítulos cambiando decorado. 

Haber trabajado la novela me permitió conocer diagonales porteñas llevando a parques, cementerios y al bajo Leandro Alem. Bajar al subterráneo reino de correspondencias, cruces y encuentros casuales; recorrer la extensión de filiaciones vinculando mundos paralelos hasta encontrar una salida y que puede ser Estación Pocitos en Montevideo. Debía hacer algo al respeto, el discurso crítico lo había ensayado y hay una bibliografía inmensa que forma la tradición de la exegesis onettiana. Temía la tentación de inventar un pueblo parecido a Santa María que decretaría mi pálido final; primero vino la idea de escribir un diario acompañando los cursos y que poniendo en común limitaba las arbitrariedades que despertaba en mí la novela. El final del asunto fue comenzar una novela cuyo tema es la lectura de La vida breve, anatomía parsimoniosa de pasión ficticia donde participan la pareja escritura lectura bailando un tango de la guardia vieja. Los primeros capítulos fueron trabajosos, pero a medida que avanzaba la tarea halló su ritmo de academia; el resultado me dejó satisfecho y vacío. 

¿Es Night and Day una novela en términos estrictos? Yo digo que si cuando miro lo que anda circulando en los shoppings y tampoco me interesa la discusión, siendo para mí caso archivado. El título proviene de la inolvidable melodía de Colle Porter que canta la obsesión amorosa; es de 1932, el mismo año que se editó Viaje al final de la noche del Dr. Louis Ferdinand Destuoches. Del autor es difícil afirmarlo porque era más bien casero, pero varios personajes de la novela estarían felices de pasar unas horas en un nuevo cabaret; siempre y cuando el inglés Oscar Owen tenga en reserva unos gramos de blanca en el bolsillo del chaleco.