Episodio 8: menú degustación Okinawa
Al comienzo de la aventura La Coquette, en la sección Los ríos ficticios se remasterizaron en su integralidad algunas novelas relativamente cortas. Luego las más extensas fueron declinadas en forma de folletín avanzando cada mes por paquetes de capítulos con cierta unidad y en el tramo final del ciclo, iniciamos la estrategia de los Capítulos Sueltos. Se trata de recuperar fragmentos de novelas que están en carpetas o fueron interrumpidas, que aguardan su tiempo de edición y sin embargo propone una unidad narrativa, cierta coherencia argumental autosuficiente que puede confundirlas con cuentos aptos para saltar a la sección el Club de los Narradores. El capítulo “Episodio 8: menú degustación Okinawa” que abre el procedimiento, tuvo la suerte de ser publicado dentro de una novela de 17 episodios. El título de la novela es “o pasado sin falta” así con minúscula, insinuando la palabra que falta al inicio, sugiriendo que se trata de un título que retoma un verso modernista escrito en portugués. Fue publicada el año 2021 en Madrid por Ediciones Casus-Belli bajo la dirección de Carmen Abad; la misma que sacó la edición española de “Hagan de cuenta que estoy muerto” en el año 2011.
“o pasado sin falta” forma parte de un grupo de novelas cuyos narradores miraron de cerca los cuadros de Mark Rothko, escucharon a Pink Floyd cuando eran vanguardia y vieron con admiración perpleja las series y películas de David Lynch: explicaciones sin censura de los posibles, asumir que la abstracción forma parte de la realidad, apostar a la fuerza del relato contra la verosimilitud rutinaria, que un relato puede ser clausurado al punto de proponer sus propias leyes de articulación interna y que son otros protocolos de la ficción que adviene. Buscando más atrás, quizá el modelo sean las novelas de Denis Diderot, que comienzan “ahora” y se preocupan sólo por la lógica consecuente de acontecimientos azarosos del dominó desparramado. De “Jacques le fataliste” es precisamente el íncipit retenido para el libro : “Que cette aventure ne deviendrait-elle entre mes mains s’il me prenait en fantaisie de vous désespérer!” La originalidad está acaso en la propuesta de un nuevo pacto de lectura renovado, actualizar las referencias diseminadas a un lector que utiliza las nuevas tecnologías y lleva el mundo en el teléfono celular, considerar en el campo magnético del relato las primicias antropológicas de las sociedades nuestras en cuanto a sexualidad, transhumanismo e inteligencia artificial; comenzar a indagar cuáles serán las estrategias narrativas latentes, asumiendo que el relato lineal fue abducido por la industria cultural y se impone la búsqueda de otras poéticas aunque haya que pasar por el atajo del error. Hay pues una salida premeditada de la zona de confort de otras novelas propias y ajenas, digamos que más tradicionales y con las amenazas que ello implica al momento de la recepción. Cuando comencé a escribir ficción en el siglo pasado, el pacto social de lectura parecía más claro en Montevideo; adoraba las clases y profesores de literatura, conocía por dentro varias editoriales, no había salida al centro sin pasar por un par de librerías, los críticos literarios tenían predicamento en la ciudad letrada y había cierta ideal del perfil le lector. Eso cambió y la distancia cuali/cuantitativa es la misma que existe entre la Brother de aquellas ficciones y la computadora ASUS donde redacto este párrafo. El lector también salió de ese circuito, sabe qué cosa es Poulard, se hace signo en Twitter de Elon Musk y en Facebook sonriente de Mark Zuckemberg, escucha con audífonos temas de Amy Winehouse y carga la temporada dos de Breaking Bad, sabe de quién es la réplica culta “hasta la vista, baby”. En ese universo envolvente la ficción es verosimilitud naturalista, el espacio simultaneidad, el tiempo maleable, los personajes alienígenas, mutantes con superpoderes, zombis o se oponen a definirse sexualmente; lo dijo la Queca en “La vida Breve” hace setenta primaveras: “mundo loco”.
La novela narra un fragmento móvil en la existencia del héroe joven y urbano de las sociedades contemporáneas del comienzo del siglo XXI, personaje más del presente que de un lugar fijo y abonado a Netflix, que puede esnifar coca para mantenerse despierto las noches de verano, tatuarse un dragón Hokusai y conocer el sabor del wasabi. Hay en la intriga una relación con una muchacha montevideana que termina mal, un episodio inmobiliario con algo de Polansky y un renacimiento a la vida afectiva que puede resultar confuso para las mentalidades dominantes tradicionales. El Episodio 8 halla al héroe con pocos atributos en una situación distendida, acaso una tregua en la batalla cotidiana, ese tiempo donde los asedios parecen amainar -la conocida calma que antecede a la famosa tormenta-, donde uno quiere darse el gusto de cenar en paz y tiene programado en el Samsung el número del Delivery Uber Eats.