Radio de remate

Ahora que lo pienso y en relación a este cuento, años después, retomándolo para subirlo al sitio, el proyecto resultó paradojal. El nudo molecular de la crónica, que quiso ser fantástico naturalista, devino real con las nuevas tecnologías y los comentarios miméticos usurpados de anécdotas banales se volvieron fantásticas. Esa articulación remite como ambiente a un mundo o ecosistema tecnológico que ya no es; para la gente de mis años, los hechos ocurridos en la niñez tienen ese principio de incertidumbre persistente, la duda de si realmente existieron. Una edad de oro con caballitos de madera, bombones Garoto, radios Spica a transistores y rueditas para cortar ravioles caseros. A ello contribuye la deformación de la memoria que pierde definición como las fotos de los abuelos y la evidencia del mudar de las cosas. Debe de tener su origen en una experiencia social, familiar y personal de un mundo sin televisión, un espacio donde éramos los únicos vecinos de la cuadra que teníamos teléfono discando el 5 4717. La palabra lo era todo, mientras el inicio a la gramática de la vida en una segmentación aristotélicas se hacía por la escucha, sin réplica en retorno al emisor y el comentario a veces ni siquiera dentro de la familia.

La radio era la primera experiencia de los trasnoches musicales, a los siete años tenía noticas de Frankie Laine (1913-2007) cantando “OK Corral”, Juan Legido (1922-1989) y su monte del olvido, Billy Cafaro (1936- ), Edith Piaff (1915-1963) cantante La vie en rose y el Milton Banana (1935-1999) trio en los nocturnales de CX 22. Es sencilla la deducción considerando la falta de imágenes en movimiento -las figuritas eran fijas en las revistas de aventura tipo Tarzán y Mandrake el mago- de una forma de incentivar la imaginación pero era cierto. Me perdí la trasmisión de la guerra de los mundos de Orson Welles el domingo 30 de octubre de 1938 a las nueve de la noche, pero seguro que le hubiera pedido a mis padres que abandonáramos Montevideo a toda prisa, para viajar a La Plata, donde vivían la tía Susana y el tío Armando; o más terrestre a las chacras de Míguez departamento de Canelones, de donde era oriunda la cría de la abuela Serafina. Sin llegar a esos extremos -que esta noche misma montevideana los profetas místicos del otro lado de la laguna Merín abren nueve puertas terribles a temores apocalípticos necesitados de potentes exorcismos- por la radia pasaban pasiones y suspenso de radioteatros, el espectáculo a la distancias con directos de fonoplatea, la orquesta de Juan D’Arienzo con la voz de Alberto Echague, las trasmisiones deportivas de Básquet metropolitano hasta tarde en la noche en varias emisiones, y la parte de comedia en audiciones de humor con abusados recursos de conventillos, peluquerías y familias numerosas. De una época de archivos sonoros y retrasmisiones, recuerdo el golpe militar en Argentina del almirante Rojas, las peleas de Floyd Patterson trasmitidas por la cabalgata Gillette hasta que llegó Sony Liston, Delfor y su revista dislocada los domingos de mañana directo desde la ciudad porteña, los ensayos de murgas en Adelantando el carnaval, las películas de Luis Sandrini y su viejita María Esther Buschiazzo, narradas mediante didascalias detalladas y El comisario de Cerro Mocho que recuerdo en el segundo cuento de este mayo 2021.

La radio tenía también el atractivo de otro mundo que quedó por el camino; como no se puede hacer con la máquina de viajar en el tiempo en versión decimonónica y otros artefactos de la ficción, tendiendo a la robótica y rayos invisibles, yo podía ingresar -levantado el telón trasero del ingenio- al armado de la instalación mecánica. Las perillas moviendo el dial sobre la guía de frecuencias con hilos rojos, las válvulas y lámparas que se encendían entablando conexiones invisibles con onda corta de Bahía de San Salvador, la luz esa de espía tras la cortina y el calor de sinergia cuando el conjunto funcionaba, la membrana vibrante del parlante, era eso fantástico de la ingeniería electrónica que traería las novedades al mundo. La picota fatal del progreso pudo que esa magia fuera desplazada por el televisor y poco podía La pensión 64 (como Pepino el 88 perdió vigencia de circo con la radio) con los aventuras del sargento Frank Ballinger de Chicago, el show de Dick Van Dyke y Patrulla de caminos 20 50 jefatura. En años de dictadura la radio volvió a tener otra influencia, menos dependiente del poder que la imagen, más efímera y abierta al lenguaje del segundo grado, parecía estar más cerca de la gente en sufrimiento; pasando el mensaje mediante argucias periodísticas, los cancioneros sugerentes, lo internacional comentando el adentro, la nostalgia de Bulevar Sarandí haciendo del perfume vintage una conciencia de las cosas perdidas. Si bien el grado de resistencia era filtrado, había la espera de alguna voz de consuelo, noticias de los uruguayos por el mundo y el peso espiritual de lo insinuado. En el relato hablo de una comunidad solapada buscando consuelo, del paso de recepción a comunicación, de búsqueda de objetos mágicos radiales, que a manera de amuletos o talismanes movidos a electricidad, tienen la capacidad de conectar con el más allá sin importar donde se halla ese otro allá. Como decía la ópera una voce poco fa; pero ha de ser clave esa articulación humana, porque todo madre recuerda la primera palabra del hijo y todos estamos pendientes de conocer el secreto sonoro de nuestra última palabra, antes de mudarnos al barrio vecino, el de la Quinta del Ñato…