Todo lector interesado integró en su conciencia que cada cuento narra por los menos dos historias; en esta situación comentada de escritor yo necesité de dos cuentos para narrar una sola historia. Los relatos de este febrero 22 pertenecen al libro “El misterio Horacio Q”, ya aclaré en otras ocasiones el plan del libro evocando el espectro de Quiroga; quiso ser un homenaje en praxis a su Decálogo del perfecto cuentista y tratamiento ficticio de algunos temas del salteño, traumas biográficos, segmentos accidentales de su vida sobre tierra. Una serie de peripecias que, como tan acertadamente escribió Augusto Monterroso, si alguien lo propone en una novela la trama sería impugnada por acumulación de desgracias, puesto que hasta los vengativos dioses del Olimpo se daban alguna tregua. El desafío incriminado en ese tramo bicéfalo del libro al que refieren los cuentos, fue a la vez límpido en cuando a planteos literarios y arduo de resolver en redacción, puesto que se trataba de desmenuzar la presencia de Edgar Allan Poe en la obra del uruguayo. Siendo profesor de literatura me enfrenté muchas veces a asuntos similares y creía tenerlo todo dominado para salir del paso con cierta facilidad. Había una ecuación sencilla de resolver si bien la sumatoria de coincidencias díscolas comenzara a enrarecer la empresa; contaba con buenos artificios de partida, territorios fértiles de reflexión acumulada que fui colonizando con años de práctica docente, que luego se enmarañaron al momento de tender puentes, como si cada intento debiera frustrarse una y otra vez. Tenía de mi lado un arsenal teórico referido a la literatura fantástica, con saber de los clásicos del género tal como quedó asentado en nuestro ensayo sobre Felisberto Hernández; contaba con el apoyo logístico de Cortázar, donde el nexo se explica pues el argentino tradujo la integral de los cuentos de Poe. También en la asiduidad fiel al relato breve había un factor en común y materia pragmática; quiero decir que la mayoría de las novelas circulando tienden a la biblioteca obsolescente y ciertos cuentos -primeras emociones de la educación literaria- se fijan de tal manera que se vuelven inolvidables. De todos los horizontes, tal como fuera recogido en la famosa Antología de literatura fantástica que Borges, Bioy y Silvina Ocampo publicaron en 1940 con 75 relatos. El cuento escribe así su tradición y reconozco que son un porcentaje alto de mi tarea; aceptando contextos previos, límites sabidos y condiciones de producción, sentía el mandato de proseguir esa caravana, que va del aguafuerte de un párrafo breve hasta los más extensos, insinuando síntomas reconocibles de la novela.
Había también en Poe y Quiroga otra paradoja curiosa y desafiante; incluso conociendo por encima sus peripecias biográficas, se sospecha que fueron hombres atormentados, arrastrados hasta expuestas fronteras intangibles, que transgredieron límites diversos regresando con historias que los perturbaron hasta la hora de morir. Sin embargo, había una relación extraña con el gesto de la escritura, esa forma notarial del psicoanálisis que los lleva a dejar por escrito cavernas de memoria, tornasoles del deseo, aberraciones de imaginación y transcripción fantástica de pesadillas. Sin embargo contadas veces se declinaron en un romanticismo descontrolado, patología de escritura automática o discurso caótico; eran descendientes de Dante: el infierno es de las cosas mejor estructuradas sobre tierra literaria. Podemos hablar en tal caso de poética, retórica, estrategias de escritura o preceptos del taller; ambos se impusieron -para uso personal con indicios espejados- reglas estrictas intentando diseminar en la jurisdicción de su obra. Decálogos del perfecto cuentista, filosofías de la composición, necesidad de modelos literarios, puesto que el relato es más resistente que los desarreglos del autor: el cuento es el espectro de palabras que nos sobrevive.
Cuando dictaba mis cursos todo parecía sencillo, recurría a la literatura comparada, generalidades referidas líneas atrás y también al término de intertextualidad; el diálogo entre textos puede ser evidente, al punto de llevar a una excesiva facilidad de comentario siendo insuficiente pues descarta con desdén semiótico el factor humano. Tratándose de admiración o influencia se debía establecer el buen diagnóstico, el tráfico a considerar -por circunstancias, y condiciones de producción, cronologías y distancias- se verificaba en un solo sentido: cómo llegó el universo -algunas zonas- de Poe a circular en la escritura de Quiroga. La lectura sin duda, noticias de peregrinos curiosos, conexiones apresuradas en la dura experiencia parisina del salteño; para dar cuenta de la complejidad tratando narrativamente lo que era tema de examen, debí apelar a recursos auxiliares. Un traslado al país de cuando la muerte de Quiroga, con desdoblamiento ambiental de bajo montevideano hasta un epílogo nocturno salteño volviendo a los orígenes; todo ello a partir de una trama con vocación verosímil en su articulación narrativa. Luego una heroína marcada, las mujeres fueron determinantes para ambos escritores en entornos complicados; quizá porque lo femenino -desde la tradición de las pitias, hechiceras y videntes- es lo único que abre puertas a territorios vedados. Finalmente, se imponía hacer un salto a dominios rehuidos por la tradición Oriental -más bien mimética naturalista- penetrando abismos de espectros actuantes y otras criaturas. Es esa una constante imaginaria humana buscando los límites del universo, la materia, la Historia, la física cuántica y la muerte; todas las sociedades tienen su versión irreductible de lo que aguarda del otro lado del muro del relato, tal vez la danza destructiva de Shiva Nataraja.