Viajando en el trompo del tiempo lo más atrás posible en la experiencia de lectura, distinguiendo la enseñanza escolar y un germen de ficción, el recuerdo más palpable era la que en infancia y mi barrio de la Curva de Maroñas llamábamos las revista de chistes. Había en las esquinas los kioscos de compra -primeras cuevas de Alí Babá- y puestos de canje en las ferias vecinales permutando también la figurita sellada, préstamos entre vecinos y en el descubrimiento alguna forma de canon: propuestas miméticas antropomorfas, fábulas de animales, aventuras exóticas en espacio o tiempo y la carga cultural de los héroes justicieros coloreados: ¡Hi-yo Silver, away! el grito polifónico de Tarzán en la selva, el amuleto vocal mágico Shazam, las onomatopeyas Batman, el poder devastador de la Kryptonita sobre el reportero Clark Joseph Kent; dígase El Fantasma y su anillo calavera, La hermandad de la lanza, el Cisco Kid, Terry y los piratas, Brick Bradfor y el trompo del tiempo o el Mago Mandrake con su asistente Lotario, aquella historieta infinita ya era asunto de traducción. Años más tarde fueron llegando las primeras experiencias cinematográficas, los lunes cine argentino, después de vez en cuanto algo de México, España, de Alberto Sordi, de Antonio de Curtis; el sábado integral en el cine Broadway proyectaba tres películas, americanas la mayoría y con la suerte de no ser dobladas, con lo cual la tradición de la traducción se leía en los subtítulos. Con la televisión el relato se metió los hogares y escuchamos otra variante de la traducción sonora donde Eliot Ness y Mike Hammer hablaban con un acento de Miami, bien distinto al de Héctor Coire, Carlos Giacosa o Luis Víctor Semino. La lectura con dibujo y la adicción audiovisual de relatos continuó hasta la adolescencia, cuando sucedió el encuentro con la Literatura disciplina, formando parte de la educación donde se elije con trio determinante. El liceo 14 de 8 de Octubre y Propios, la profesora Alicia Conforte y La Ilíada; para Homero se seguía habitualmente la versión de la Colección Austral con la traducción de Lluis Segalá i Stalella. En la librería de barrio -había librerías de barrio…- yo di con la traducción de Juan B. Bergua; no estoy en situación de comparatista helenista pero guardé de ella un buen recuerdo y al punto de recordar la tirada del comienzo. La edición la perdí por el camino escabroso, hace poco pude encontrarla en Amazon y el círculo se cerró. En el corazón de la literatura fluye en río subterráneo el asunto traducción, el pasaje ida vuelta entre las lenguas y la sala espejada de las versiones.
Parece un asunto técnico práctico o de bibliófilo; creo que la literatura uruguaya está de hecho metida en el asunto por el tríptico de los poetas uruguayo franceses. Tengo en mi poder unas cuantas versiones de “Les Chants de Maldoror” y me animé a una traducción de “Alcools” de Guillermo Apollinaire. Fue durante ese ejercicio solitario y lejos de la interacción de los cursos, que surgió la idea del cuento ese sobre meandros y arenas movedizas de la traducción. La estrategia de escritura fue la habitual; partir de una noción problemática de la teoría, disponer sobre la mesa de trabajo heteróclitos elementos narrativos moleculares, entablar una hipótesis de trabajo provisoria y dejar que hallen su coordinación fortuita si es que existe. Tenía en cuenta el decálogo del perfecto cuentista de Quiroga, fumadores de opio para acceder a mundos alternativos, los puntos vélicos de Cortázar que sólo distinguen los gatos, el iceberg narrativo sumergido, las dos historias de Ricardo Piglia y la botánica de Felisberto Hernández entre otros instrumentos y herramientas del taller. En general, si miro hacia atrás considero que puedo estructurar bien los comienzos, por el contrario el epílogo tiene un toque de desasosiego que sólo se resuelve en la praxis de la escritura como en esta misma apostilla.
Es un cuento inédito -quizá solitario como John Reid- que todavía busca su acomodo entre otras historias para formar un conjunto estable. La preocupación técnica original fue la traducción y su misterio; los elementos del punto de partida argumental un traductor profesional de una lengua que no domino y obsesionado por un poema mayor de la modernidad. El espacio inicial es la ciudad Perpiñán en el sur de Francia; Dali dijo que su estación de trenes era el centro del mundo y es cierto que la atraviesan tres lenguas o culturas queridas que son el español, francés y catalán. Para la escena del encuentro de los personajes inexistentes y resolución abierta opté por un barrio de Madrid que comienzo a conocer cerca de Las Cortes. Existiendo una disciplina llamada la traductología era ambiguo considerar puros aspectos técnicos que pudieran ser refutados por los especialistas; entonces me incliné con gusto por hipótesis de trabajo más bien fantásticas, a saber: The Love song of J. Alfred Prufrock es la traducción al inglés emprendida por T. S. Eliot de un poema escrito originalmente en español; misterio puesto en entredicho por otro encuentro premeditado en el Ateneo de Madrid, insinuando que toda traducción destila cierto abandono, un sacrificio de persona o transfiguración involuntaria deslizada entre la confusión del mundo, inclusive en la Gare de Perpignan.