Flash-back / Post-scriptum

Estos relatos justifican un comentario conjunto pues son los dos finales de “El misterio Horacio Q”, publicado primero en Montevideo -1998- gracias a la iniciativa de Alberto Oreggioni y luego en Buenos Aires en el año 2005, editado por Alberto Díaz. Varias veces expliqué comentando otros cuentos del proyecto el espíritu del mismo; la estrategia consistía en cruzar episodios biográficos en general trágicos del escritor uruguayo Horacio Quiroga, con los protocolos del oficio y experiencia que nos legara en su famoso “Decálogo del perfecto cuentista”. Una vez ello asentado y buscando otra diagonal original, opté por evitar el axioma de cuentos engarzados escritos en diferentes circunstancias. Cada pieza siendo particular cumplía una función retórica propia, aportaba su argumento a una sinergia global otra por distinta a la adición de historias con perfume del autor celebrado: crónica de tragedia pueblerina diseminada en su continuidad, maqueta de novela en dos capítulos, correspondencia tardía con revelaciones, memoria fílmica en los tiempos de guerra, trip asesino del enfermero yonqui, capítulo desanudado de la biografía de un músico… La ruptura formal me entusiasmó, creo recordar haberme implicado con gusto en el proyecto redactado en Grenoble cerca de las montañas, en las antípocas de la selva misionera.

Lo arduo artesanal era salir del asunto, disparar el tiro de gracia narrativo, proponer un final haciendo que lo escrito fuera verosímil, creíble para el lector hipotético a nivel de ficciones, evitando la acusación de barroquismo prescindible, habida cuenta de los distintos soportes narrativos utilizados. No había caso, el remate de la faena estaba trabado y vino en mi ayuda una ocasión doméstica bastante parecido a lo relatada en “Flash-Back”. Fue cierto lo de la semana de invierno en soledad, lo mismo que el abono tele de entonces; el combo contratado incluía una estación ignota, que trasmitía a toda hora toda partidas, desafíos, campeonatos, ligas, retratos de los competidores, eliminatorias, masters… todas las posibilidades imaginables de la variante del billar llamado “snnoker”, en el cual los súbditos del Reino Unido son imbatibles, a pesar de la influencia creciente de billaristas asiáticos. Con el billar de 22 bolas inventado por Neville Chamberlain en la India, las drogas duras y unas pocas pasiones, uno ingresa sin darse cuenta en la gravitación de la dependencia y confieso haber pasado demasiadas tardes mirando esas partidas. Al punto de comprender las reglas del juego luego de varios meses de aplicación, seguir el itinerario de la troupe como si fuera una compañía teatral y conocer de nombre a una docena de sus culturas.

Como lo hacen esas cadenas sin patria y el capricho de los abonados, de una día para otro el billar snooker desapareció de las pantallas. Creo que el cuento fue la manera mía de hacer el duelo de dicho desgarramiento; como una bonita carambola de consuelo, hallé la solución una tarde de lluvia a la cuestión insistente del final del libro volviendo a una esquina querida de Montevideo, lo inaccesible en Grenoble estaba en el cruce de 8 de octubre y Garibaldi. El procedimiento manido del autor segundo, del legado encarpetando que nos viene en auxilio es conocido. Dante apeló a Virgilio y además (infierno XX) usaba el recurso de conversar con el lector para recordar que la ficción es otro avatar de la realidad. Al menos, la rareza del proyecto no queda en manos de potencias oscuras ni lenguajes esotéricos; los grandes misterios están cerca nuestro y es asunto de mujeres, como casi siempre y casi con todo. Tal vez por ello el Post-Scriptum está dirigido a Ana Inés Larre Borges; es el final del tránsito de la escritura del proyecto a la edición del libro, que es otro asunto críptico entre nosotros. Ana Inés claro que por ser ella y que luego editó la versión III de “Nunca conocimos Praga”; era también la esposa del primer Alberto, que me llamó a Paris -todavía no era mi espíritu dependiente del snooker- un domingo de mañana para decirme que publicaba el libro y ese final era un agradecimiento a su pareja. También al departamento entrañable de la calle Blanes, donde creció Martín, donde cada vez que viajaba a Montevideo nos reuníamos la gente amiga (Strogonoff, Don Pascual, peras al vino…), los mismos amigos que de manera anárquica están presentes en el Cabaret La Coquette, testigos necesarios de la vida que se nos va y al decir de Idea:

Si no

para qué todo.