(Miguel contempla la estatua del general Prim)
Ocurre que transcurren las horas sucesivas en las cuales mi mente superpone las dos ciudades hasta la confusión. Ello es posible cuando el control abarca los minutos de tregua y el raciocinio capitula, lo que me permite suponer que lo recordado y vivido nunca ocurrió en el callejón ciego de la realidad. Desde la última memoria que acepto como razonable pasaron muchos años, después navegué incontables millas a la deriva sin acertar a memorizar el rumbo original. En los escasos instantes de conciencia por sobre el extravío, llego a presentir (visión fulgurante rozando la certeza) que soy capaz de manejar la materia espesa y peligrosa afectando mi cerebro. Son los mismos que en otras épocas –que supongo normales con optimismo- tienen poder para desconcertarme, sacarme de órbita y hacerme padecer el vértigo amnésico de una memoria futura.
Quiero decir de una buena vez y siendo claro en mis propósitos: direcciones postales con escasos remitentes y manuscritos al dorso de sobre tricolores de correo aéreo. El sabor que las bebidas alcohólicas Ancap incrustaban en mi paladar de debutante, formas del humo ascendiendo, color azulado tirando a gris gato de cigarrillos de marcas de allá y que tal vez dejaron de fabricarse. Nevada, La Republicana, La Cubana, La Paz, Flor de Liz, Oxi Bithue. Mi facilidad de evocaciones asociadas a isotipos publicitarios de cigarros y bebidas, canciones recordadas a medias –a lo sumo las dos primeras estrofas: o love me do, yo know i love you…- activaban en mi regresándome al presente –ahora que pienso esto- la duda sobre lo acertado de mi elección y el temor de terminar mis días igual que el pobre Ernesto, habiendo estado tan próximo uno del otro.
A fuerza de verlas entrar en acción cambiando el aspecto del mundo, estoy convencido de la existencia de fuerzas invisibles y energías incontrolables escapando a mi voluntad e irreductibles atracciones a la racionalidad. En tales esos casos, cuando suceden, mientras las presiento operando cerca, me abrazo al salvamento de hechos verificables y datos concretos.
Es creíble e indudable la presencia de la luz solar insistente –aquí- propia del mes de mayo; luz que impregna de fotones dándole color al corredor formado por los árboles. La doble hilera del follaje comenzada en plaza Cataluña donde está -ahí está ahí está viendo pasar el tiempo- el café Zúrich, alcanzando sin tropiezos la estatua de Colón apuntando la vuelta al Sur por el mar. Cayendo de inclinación perpendicular sobre paseos fluviales mientras la juventud del mundo y con la vida por delante nada entre olas de verdad, viene a iniciarse al golpe sincronizado del remo. Es un camino de iniciación para evitar perderse, a uno y otro lado se esconden y cantan pájaros de bosques cercanos, trinan buscando la unidad perdida y en desconcierto la falta de estar ahí cautivos, advirtiendo algo que los humanos insisten en ignorar. Parte del sol me pega sobre el cuerpo iniciando la serie de reacciones en cadena y el calor se instala sobre la espalda sudada también de otros caminantes.
Cuando esas horas allanan mi existencia patibularia opto por dirigirme a paso firme hasta el refugio protector de confundir las dos ciudades que entran en conflictos. Las mismas que cualquier viajero sensato e informado bien sabe distintas, se trata de ciudades distintas que en mi mente se superponen, alcanzando tal grado de confusión que resulta inocente, sin otro peligro que para mí mismo. Necesitado del tercer plano resultante de superposición, si es que deseo hallar mi guarida reconfortante.
Intento entreverar los tiempos, lo hago con decidida inclinación por el tiempo que se califica con el término de “aquellos” y en extraña personalización plural. Fórmula que logra asignarle a los meses (medida intermedia lunar, práctica en agendas, operacional para el presente propósito) la existencia o identificación con amigos que están lejos. Me refiero a este preciso instante y seres ajenos a lo que sucede ahora, desazón sin saber si continúo existiendo en la economía cósmica e indiferentes a consecuencias prácticas de mi extraño panorama afectivo. Consistente en forzar planos mentales hasta confundir ciudades y que -tal como fuera afirmado- se desata, sucede de repente, cuando irrumpen, inesperadas, entiéndase sin avisar en mi existencia, ciertas horas intrusas a toda cronología.
Cuando mi conciencia bifurcada en alerta presiente la aparición de tales instantes de confusión, instigada por fuerzas exteriores -también fue dicho- opto por responder con gestos simples. Sin énfasis, nada ostentosos, evitando la provocación, puros en su evolución. Digamos que marcho hasta el kiosco de la prensa, que a fuerza de frecuentarlo desde hace años hice “mi” kiosco con nombre (por otra parte, todos son iguales y creo conocer el nombre del dueño) y pido o tomo de los montones un ejemplar dominical de la prensa.
El País, que tituló sobre el ingreso de España en la OTAN. Ninguno entre los peatones a esa hora imagina que “allá” (que para ellos es hacer referencia a ninguna parte), en el territorio que está luego que se deja atrás en el tiempo la silueta de Montjuic, editan un periódico que se llama igual. Ese detalle de duplicación –sugiriendo la existencias de mundos paralelos- me hace sentir diferente, tocado por un don de la sensibilidad. La vulgar coincidencia destroza de antemano, se adelanta de facto –la explicación narrativa del episodio fundada en el azar- a lo siguiente que cambiaría si optara por comprar Avui Barcelona o Tot Mataró, que aprendí a descifrar y leer sin percatarme de la transfiguración.
Una vez con el diario doblado y puesto debajo del brazo busco la sombra de un café del Parc de la Ciutadella; los que están lejos de la entrada principal y desde los cuales se puede observar la dama del paraguas, la estatua ecuestre del general Prim.Me agrada el sabor del café, nunca me avergüenza admitir que para el estado raro que produce la confusión disfruto esa experiencia. Instalado en la silla estilo vienés pongo El País sobre la mesa, algunas mañanas en idéntica configuración me dan ganas de decir en voz alta “¡zomo, un feca!” hablando al vesre. como hacíamos los niños del barrio de mi infancia: cuando la iniciación a códigos infantiles del lenguaje.
Me reprimo por razones obvias, lo pienso con esperanza de engañar el penitenciario circunstancial y la conciencia del momento presente. Por otra parte ¿cómo reaccionar si la camarera me hubiera hablado en dialecto rioplatense y preguntado detalles de mi historia? Resignado, repito el gesto timorato intentando remedar la medida del pocillo con el pulgar y el índice de la mano derecha, como si ella y yo fuéramos sordomudos. Es derpimente que la gente rodeándome me ignore; a causa del sol que ciega, porque no estoy allí y quiero confirmarme, repito el gesto alguna mañana a dos camareras diferentes. Una vez aceptado que el mensaje de los signos llegó al destinatario me concentro en la prensa. Lo hago con sincero interés, por momentos me descubrí interesado en carreras de caballos programados para esa tarde de domingo en el Hipódromo de Maroñas, circo hípico más lejano que todas las millas oceánicas separándome de la otra ciudad.
Durante algunos minutos escapo de la catalepsia hipnótica impuesta por la nostalgia y observo al detalle, como pájaro encerrado de la Amazonia el único mundo que me rodea. Nunca me tentó coleccionar sellos de correo de comienzos de siglo (series entre 1883 y 1924) ni monedas antiguas. Cuando entré en el parque – ¿era el Parque o la plaza Real? – donde pululan borrachos de todas las edades, mujeres alienadas y pintarrajeadas cantando a capella coplas de Suspiros de España. Donde las palmeras filiformes disimulan su miedo de vírgenes de abisinias y se cruzan negros de todos los colores, allí donde los indescifrables códigos de submundos –entremezclados hasta hacer ósmosis- me llegan juntos provocando la saturación.
Esa sensación de no ser nadie reconocible resulta inmediata y sensual, grata y completa. Una vez terminado el café, luego que resulté confrontado con noticias del presente imperial abarcador, recorro puestos improvisados de vendedores de sellos, monedas, escarapelas, billetes de Imperios en bancarrota. Lo hago con minucia atenta que atribuyo y supongo en el avezado numismático de vocación heredera, deslizándome solemne y distraído con la codiciada apasionada de filatélico coleccionista, buscador obsesionado por planchas raras del aeroplano invertido del reino de Laponia.
Luego de asumir esa confirmación existencial me distancio del bullicio del parque, del bazar de la otra de las ciudades confundidas y emprendo –siguiendo la rutina de una especie migratorio milenaria- mi camino hacia el mar. Sin duda: es a causa del sol de mayo (cuadrantes celestiales alterados, distancias variando de continuo entre planetas, tormentas de fuego esféricas entrevistas por Ícaro: yo mismo) que fracaso al aunar en una imagen mis dos ciudades inconfundibles.
(Ernesto en Mayo)
La gente entre la que sobrevivo ignora que el MON entero es el principio generador de mi MONTEVIDEO. El pobre amigo Miguel a veces se confunde y al final se salva logrando distanciarse del espanto; por el contrario, yo no tengo arreglo. La situación se repite de mal en peor, busco superarlo con tolerancia y resignado sin intentar la rebelión ni deseo modificar consecuencias de mi apatía.
Camino por la calle Aribau y también por Balmes -de preferencia de mañana temprano- repitiendo el trayecto en subida que lleva hasta el centro; en esa configuración supongo (estoy seguro) estar caminando por la calle Colonia de la otra ciudad. Es un ejemplo tomado al azar, es así con todo incluyendo esquinas tronchadas en chaflán, objetos tirados en la calle o expuestos en vitrinas de anticuarios. Casas de desconocidos a quienes persevero en atribuirles vidas paralelas, sosías conspirando contra mí a miles de kilómetros.
Me lo recuerda cada vez que nos encontramos, Miguel dice “me resulta más sencillo inventar que recordar” y mi querido amigo debe estar en lo cierto. Mientras me habla igual que a un hermano menor permanezco callado, siendo la manera de contradecirlo y aceptar sus extravagantes teorías. En tanto extraño un fantasma que murió después de la muerte, así echo de menos a sabiendas una enorme y absurda mentira.
Al sumarse los domingos de mayo –con el segundo domingo del mes es suficiente, aunque caiga en los primeros diez días allá- en el fantasma comienza a instalarse el hastío de otoños ventosos que resultan eternos. Las hojas de los árboles caen a ritmo dulce de chacona, un viento proveniente del sur del hemisferio impregna de pelusa vegetal la mirada de los transeúntes. Ellos entrecierran los ojos evitando la tristeza ambiental contaminando los alrededores.
El río marrón –por barro y definición cómoda- se encrespa en la superficie, parece en la inminencia de una violenta irritación. Asoladas por el segmento más frío del cielo natural las playas urbanas están vacías de bañistas, se ven a lo lejos ancianos abrigados ensayando una intrascendencia de la muerte avanzada y tres perros que no paran de correr de un lado a otro persiguiendo presas invisibles. El contacto con la arena los azuza hacia presas crueles e invisibles.
En la cuadrícula interior de mercados con estructura de hierro se oye un acordeón tocado por un ciego, cada pocos minutos un vendedor tirando a pelirrojo quiebra la calma del murmullo con la oferta de liquidación. Grita en falsete y la gente compra las últimas frutas con el sol del verano dejado atrás. Teniendo en cuenta que se hace tarde las parejas jóvenes abandonan los amoblados disimulados dentro de zaguanes en penumbras discretas; cruzando umbrales a paso ligero, mirando relojes pulsera manoteados de apuro después del duchazo, tramando coartadas por si hay preguntas indiscretas. Los bares tardíos y remolones de la ciudad levantan la cortina metálica evitando morirse de aburrimiento antes de baldear la vereda mientras otro día comienza.
La ciudad de los viejos impregnada por el inconfundible olor de ancianos se despereza con lentos movimientos. Duelen las articulaciones, viejos calzados con pantuflas y bufandas enroscadas al cuello como pitones de la postrimería barren la vereda de su último domicilio, el perímetro que reconoce la dirección de catastro y sobre el cual es calculado el monto de los impuestos municipales. Por horas amontonan hojas caídas durante la noche en el ángulo que forman la calle alquitranada con el cordón de la vereda. Las juntan y las queman sin apuro llenando el aire de olor penetrante que irrita las fosas nasales de quienes aciertan a pasar por el lugar a esa misma hora: olor a fantasma quemado.
La muerte está instalada en el recuerdo, los sobrevivientes comenzaremos a convocar voces de difuntos quedándonos solos de este lado rugoso de la vida. La tristeza se distingue, se la puede oler hasta palparla, cala en el cuerpo afectando los huesos como lo hace un cáncer indoloro sin diagnosticar. Estoy muerto en esas calles barridas por los viejos en pantuflas y muerto en olvido, los viejos lo intuyen sin saberlo y me incineran en el fuego de las hojas caducas. Debo buscar el mar imperativamente.
(la Fundación Miró)
Contemplo Barcelona desde la ladera del Parque de Montjuïc –como cada domingo después de treinta meses- y descubro en los mismo lugares mis perfiles de la ciudad. Torres y campanarios variados de los templos, silueta del castillo susurrando la historia del sitio y de la fe en el poder terrenal. Retengo mi mirada en cruces de avenidas y puentes, rieles de líneas de tramway y circuitos de turistas, aquello otro más íntimo trazando el enigma gráfico de la ciudad. La Fundación Miró en cuyas terrazas exteriores me paseo es un edificio enorme y pintado de blanco, luminoso en todos los niveles interiores fue concebido para el diálogo entre afuera y adentro, dar testimonio de memoria y utilidad del arte en el furor de mundo contemporáneo. El inmueble se maquilla con controles de acceso cuando todo es ahora peligro: la boutique donde venden catálogos de afiches de exposiciones monográficas colgadas en esos muros durante la última década; la biblioteca y otras salas del paseo guiado del museo diseñado después de los años sesenta y abierto en 1975.
Los domingos –trato que cada domingo resulte el mismo- hay estudiantes curioseando, instigados por profesores vocacionales y mandato de producir informes con evaluación. Están los pasajeros de dos o tres compañías de autocares que vienen de Trieste y Pontevedra, Dusseldorf y Praga; transportan grupos compactos de personas mayores que deambulan por espacios conectados por rampas. En sus lenguas regionales los turistas escuchan mediante audífonos explicaciones del color del signo, sobre trazas del Modernismo noucentista y tonos de ríos afluentes de la pintura abstracta.
Entre opción vida muerte y diseminados infinitos de ubicación en el presente, es una suerte para Ernesto estar ahí deambulando en ese grato ambiente. Nunca supe cómo es la realidad decía mi amigo, yo todavía sigo sin saberlo, por momentos me aparece cierta como la nebulosa Andrómeda interrogando la suma de certezas superficiales, átomos de carbono y moléculas de manganeso. Alcanzo a distinguir fases intermedias de la materia y a ese conjunto amorfo –jurisprudencia de los sentidos, pobres y tendientes a la confusión- llamarlo “lo real” aparece como un gesto más abusivo cada día. Puedo tranzar en la palabra “engaño” aceptando la persistencia de la ilusión insensata; acotada a la verificación de sentidos susceptibles al engaño e ineptos a acceder por sí solos –sin ortopedias ópticas- a secretos extremos del cosmos y la materia: seguro que por ignorar su configuración verdadera es que pretendía transfigurarla.
Ahora que lo pienso en domingo (cuando cierre el balance trimestral de mis acciones recientes será desesperado) me consta que a su manera tangente Ernesto se salvó. Coraje intuitivo, porque la cabeza no daba más empujó perseverante sin retroceder ni temer consecuencias, forzó situaciones una y otra vez y más todavía. Su objetivo secreto se me aparece claro, nada de cambiar ni redimir, la consigna era continuar sin detenerse, entregarse con todas las fuerzas hasta el fin agotando posibilidades.
Con el paso del tiempo y la frecuentación de la Fundación descubrí que los insectos mutantes de Miró -si fueran insectos reales y no humanos transfigurados durante el sueño- cambian de aspecto domingo tras domingo. Entre manchas amarillas, pinceladas rojas y fondos azules dominantes, manchitas como si de verdad estuvieran vivas avanzan de un lado a otro. Los grandes lienzos se desplazan, magma gaseoso de constelaciones insospechadas sin concebir secretas intenciones ni destino declarado. Refutando una a una las medidas conocidas del tiempo y viendo en simultáneo, cuando me considere misterio de luz, ondas, corpúsculos, luces erráticas de otra realidad y que Ernesto –de manera mágica- desea comunicarme sin desarmar mi precaria situación en el mundo.
Sé que me miran los insectos esos pintado de por Joan Miró –que recibió a Joaquín T-G cuando llegó a París- como yo miraba desde una ladera del parque el dibujo a escala natural de Barcelona hace algunos minutos.
(el milagro de la rue Sembat)
…camino despacio sobre las aguas haciendo equilibrio sin la red del milagro por la escollera de hierro y cemento. Vengo sonámbulo para ver de cerca la respiración de asfixia de peces adornados de plateado sin refinar, tirados sobre piedras calientes tentando algo que les permita respirar oxígeno que ahoga. Viéndolos morir imagino mi Mantra marino bajo el agua turbia, logro escuchar repetidas sirenas de remolcadores que no dan más y los supongo pintados de bermellón en 1943. La fecha es inconfundible, diciéndole en voz alta siento agua en la boca que inunda mis fosas nasales, anegando la garganta baja por el esófago, gana la tráquea arrastrando lo que encuentra a su paso hasta desbordar los pulmones; agua sucia de puerto de cargueros con detritus espesos sumando repugnancia al vómito reventando adentro.
Al comienzo de las maniobras el objetivo es inalcanzable, luego entiendo que la empresa supone una cuestión de ritmo y respirar en el mar con branquias irreales; considerando el vuelo en picada de bandadas de gaviotas intrusas en la trama urbana, detrás de silos petroleros y grúas del puerto. Como si de un cambio se tratara, los costados de mi cuello se escinden formando llagas purulentas para luego cicatrizar un juego de agallas simétricas. Levanto entonces la cabeza, llevo las manos a la altura de los ojos, impulsado por el temor de que los párpados salten disparados de la cara simulando pellejos encallecidos. Me estoy partiendo, el dolor de cabeza en cefalea me parte al medio.
Un invierno matemático del siglo antepasado Joaquín Torres-García decretó: la realidad de los sentidos es fragmentaria en su apariencia y en corolario de razonamiento. Sin dar a nadie cuenta de sus actos picó la insensata “idea” de Montevideo en decenas de pedazos regidos por un orden mágico y numérico intuido por los antiguos. Después de esa primera etapa, una vez ante los fragmentos los desparramó –a los pedazos- tirándolos por los rincones del taller de la rue Sembat en París para después, en cada nueva obra iniciada de mañana temprano, armar otra ciudad distinta de la ciudad perdida.
El viejo –era viejo prematuro cuando sucedió el regreso a la infancia- supo desde antes –luminosas intuiciones- que un orden primordial se extravió en la amnesia olvidando la memoria de una ciudad sin nombre. Dejó para después de muerto un rastro calculado de fragmentos, para quienes sobrevivimos ensayando el fragmento e intentamos rearmar en el espíritu la ciudad perdida que subyace. Sin ella suponerlo, la ciudad que fue la de su infancia antes de regresar a Mataró explotó en pleno vuelo: granada de arcilla rellena de formas cristalizadas.
Fue así de sencillo lo ocurrido en la superficie en lienzos de Torres-García, sobre maderas, cartones suecos y bastidores, soportes murales de sanatorios públicos, donde muchachos sin recursos intentan desalojar el bacilo de la tuberculosis de sus cuerpos mortales,
la realidad apacible de la aldea rioplatense resultó alborotada hasta convertirse en espectro proporcional y
las apariciones resultantes evocaban una geometría no Euclidiana que se respeta en el reino de los muertos.
El dios pagano y mediterráneo de la orilla cristiana que anidaba en Joaquín –descubierto entre doncellas hilanderas de Mataró- ordenó con voz de trueno y larga barba temprana de alguien llamado a ser profeta, que el universo todo explotara en triángulos isósceles y signos, rectángulos perfectos, círculos y cuadrados que vinieron de la nada cuando J. T-G abrió el compás de la sección áurea, el segmento obsesivo de los pitagóricos.
Tuvo piedad al dejar ir por el caño con orín y excrementos los colores artificiales que le desagradaban.
La ficción alteró verdades cromáticas elementales.
J. T-G fue quizá a su pesar y por imposición de varias circunstancias una divinidad terrible y obcecada,
revelador y vengador, que fracturó nuestra ciudad de orígenes con la idea descabellada de enseñarnos el arte de rehacerla para luego renacer,
mejor así: es el único camino que nos queda para salir ilesos y debemos pasar alguna forma de la muerte que logre despertarnos.
Parado frente al mar, mirando peces muertos vueltos rígido arco de carne pútrida mi cabeza estalla a pesar de ver a mi alcance la línea del horizonte, detona siguiendo el delicado equilibrio de un cuadro de Torres-García sin llegar al orden de los lienzos, como recuerdo predestinado a desaparecer de mi memoria. Oculta por humo de hojas quemadas durante semanas benévolas del otoño, en veredas montevideanas por viejos inmortales, que arrastran con los pies pantuflas de paño ordinario cubriéndose la boca con bufandas de lana a rayas de colores pálidos y flecos,
tejidas a mano por nueras hacendosas.
(tarjetas de embarque)
-Miguel, vení, fue lo que dijo Javier. Éste es el amigo Ernesto, del que te hablé tanto hace unos cuántos días.
-Nunca supe qué es lo que entendemos por realidad, fue lo primero que dijo Ernesto. Encantado de conocerlo por adelantado respetando usos sociales y buenas costumbres.
-Si la cosa viene así con ese tono no hay nada que conversar, respondió Miguel dirigiéndose a Javier, responsable de que ambos pasados se cruzaran y para luego separarse en el castillo de lo inconcebible.
-Compañero, no lo tome a mal… algo de ironía hace bien, dijo Ernesto como si quisiera calmar la situación.
– ¡Compañeros las pelotas! estalló Miguelito, que por esas semanas tampoco estaba para sutilezas del espíritu.
-De verdad y sin ofender, terció Ernesto más conciliador. Esa es mi manera de presentarme a los desconocidos desde hace un tiempo, considérelo tarjeta de visita más parlante que impresa, reconozco que es infrecuente, la mayoría de las veces desconcierta. Tampoco es la primera vez que me acarrea problemas de relaciones públicas, dando lugar a malentendidos que luego son difíciles de desenredar. En todo caso es buena para los nervios, los míos para empezar se sobreentiende.
-Bajá un cambio Miguel… así como lo vez, con su don de hacerse odiar desde el comienzo, es el tipo que consigue pasajes baratos de avión mediante combinaciones de apariencia inconcebible. Es su manera turística de participar en la revolución; está convencido de que mientras pasa la tormenta que se abatió sobre nuestro país, la población expuesta debe preservarse escondida en el congelador del mundo, intermedió Javier buscando la reconciliación.
-Siempre las mismas exageraciones. Barato lo que se dice barato no hay nada en la vida, dijo Ernesto. Menos en tiempos de estampida y especulación. Precio de amigo y gracias con la condición de aceptar hacer escala en Praga, siempre hay que pasar por Praga.
-En estos tiempos de éxodo y represión pisándote los talones toda ayudita sirve, respondió Miguel. ¿Buen precio en serio?
-Hay buena voluntad sin excesiva solidaridad, se hace lo que se puede, dijo Ernesto. Hasta este momento ninguna reclamación y menos en razón de la escala Checoeslovaca. En plena conciencia de la derrota histórica, creciendo la desbandada de las vidas orientales, llevados por el viento maloliente de la historia regional, el azar casual u otra voluntad superior me colocó en el lugar de tránsito. Caronte criollo cebador de mate… conozco todas las historias de pájaros derrotados que emprenden vuelo sin brújula y al voleo.
– ¿Podés repetirme eso raro que contaste hace un rato?, le preguntó Miguel.
-Es una sentencia con variaciones, tipo caligrama chino, dijo Ernesto. No sé cómo es la realidad. ¿A qué viene la pregunta?
-Por nada especial, dijo Miguel. Cuando la escuché una primera vez la entendí a medias.
-Comprendo la confusión, replicó Ernesto. La esencia del sentido implícito trata de una lenta sabiduría. Recomiendo paciencia, ya te llegará con el tiempo el turno de alcanzar el sentido profundo y secreto de esas palabras.
-Javier me adelantó que en los próximos meses también marchás para aquellos rumbos catalanes, dijo Miguel. Me pregunto si es una buena idea, si llegará a gustarnos y tendremos un espacio aunque minúsculo sin que nos jodan y poder comenzar una nueva vida.
-Uy, uy… veo que ya en la primera entrevista te atrevés a la frontera peligrosa de la trascendencia, dijo Ernesto. Vita nuova y lejos es fórmula mágica peligrosa. Andá con cuidado muchacho, por mi parte creyente en procedimientos esotéricos y la maleabilidad combinatoria de la materia, estoy seguro que estaré como pez en el agua. Nunca hay una nueva vida, con suerte hay otra y se asemeja a la metemsicosis.
-Una certeza inesperada en un escéptico de la materia y los sentidos, dijo Miguel.
-Intuiciones entonces, digamos intuición pura compañero, dijo Ernesto dando por finalizada la escena de la presentación.
(la carta marcada)
No sé cómo es la realidad… ¿te acordás hermano qué tiempos aquellos? Fue lo primero que dijiste cuando nos presentaron en la casa de Javier, hora inolvidable. Eso fue hace muchos años en la misma vida y otra, sucedió en una casona fría de humedad que necesitaba dos manos de pintura en pleno barrio Sur. Día inolvidable tanto como la otra mañana en que recibí y leí varias veces tu alocada carta que no se te parecía. Lo admito, al principio preferí no hacerte caso, me dije: lógico, esta vez Ernesto se fumó unos porros de dudosa mercadería y con la cuestión de la nostalgia sin resolver, le dio por cagarme la semana con una historia a la vez paranoica y fantástica.
Igual acepté la desmesura y te busqué por todos lados por si se te había ocurrido lo peor. Busqué por los rincones de la ciudad que caminamos juntos como paisanos en los primeros tiempos de acomodarse al territorio, muy castigados, hasta que la nueva vida –que seguía siendo la misma- empezó lenta a distanciarnos sin saber lo que estaba ocurriendo. A pesar de las señas precisas que había en la carta, me resistí a venir a buscarte aquí por más mágico que sea el entorno. Esta sala acogedora con aire acondicionado, temperatura estable, perspectiva inquietante de visitarte los domingos, como si fueras un hermano enfermo internado sin remisión en la clínica para enfermos mentales.
Los primeros días después de recibida la carta tenía que desdecirte, aceptar que te borraste habiendo decidido desaparecer del circuito que trazamos; mediante cartas recomendadas estampilladas en pueblos con estaciones termales, clínicas para enfermedades pulmonares. Utilizando cabinas telefónicas públicas defectuosas en estaciones finales de las líneas de Metro y la red de ferrocarriles de cercanías, oyendo otros viajeros llegando que ni de nombre te conocían. Terminé aceptando que habías desaparecido de las dos ciudades a la vez habiendo provocado el supremo acto de la magia reservada para iniciados. Igual que si de verdad te hubiera tragado el mar y luego la ballena de Jonás, el mar que tanto te hipnotizó en las etapas del viaje.
Fue entonces, releyendo con apertura de espíritu tu carta entre las líneas, frases con doble sentido, oraciones fijadas con tintas invisibles, deduciendo el código secreto, siguiendo el juego de pistas que proponías y escuchando lo que faltaba por escribir, que comencé a aceptar la posibilidad de lo increíble. ¿Estás bien loco lindo? No te creas, me costó una enormidad reconocerte entre tantas vías posibles a la confusión de las personas. Había que considerar tu iniciativa creadora y vos una vez más detallista e impreciso. Vago en propósitos e intenciones, equivocado ante la vida práctica si exceptuamos la famosa frasecita sobre “la realidad inaccesible” y tu ignorancia óptica sobre su naturaleza. Lo básico para entender mi reacción ante la situación, los amigos son los amigos, promesas son promesas, somos o no somos. De seguir frecuentándote moriré tautológico, tontológico lo más probable.
Hoy es otro domingo más de los nuestros. Afuera hay un calor canicular digno de un julio de ghetto en el julio judío praguense, pero vos regresaste mi viejo Ernesto; te diste el gusto, volviste a tu manera al circuito del exilio bohemio con sus fantasmas. Como comprenderás, me dio no sé qué contarle a la gente lo ocurrido contigo, a los amigos del alma y que nos conocían de antes, quiero decir de “allá” La Coqueta. ¿Entiendes mi reacción epidérmica? ¿Qué les hubiera dicho de optar por la verdad? ¿Por dónde empezar? como decía el hombre del tren y la barbita pensando en palacios de invierno. Supongo que para los átomos de los primeros círculos hubiera sido sencillo que te hubiera muerto como le sucede a la gente. Lo ocurrido en el dominio de la realidad es insensato sin pies ni cabeza, indescriptible aunque fuera premeditado durante mucho tiempo; incluyendo lo supuesto en la carta que me enviaste a mi como si fuera tu hermana menor que murió siendo niña.
Durante los primeros días de asimilado lo ocurrido tuve dudas, al final la epístola de marras con detalles de la alquimia biológica, después de memorizarla la quemé a fuego lento y tiré las cenizas en una boca de tormenta, haciendo que mi gesto no tuviera ni la sombra espectral de una ceremonia fúnebre. Quiero creer que hice bien, cada cual regresa a las calles de la infancia como puede y el instinto es una energía carente de instrucciones rígidas. Después de lo ocurrido dejaste de ser un sudaca diplomado; de tener que hacer la cola desde temprano en las oficinas policiales de Vía Layetana e ir cada tres meses en ómnibus hasta la estación de Perpiñán, rezando al inexistente dios de los descreídos para que te sellen el pasaporte azul y cruzado con la frase insensata: “En nombre del Presidente de la República Oriental del Uruguay, se ruega y requiere a las autoridades de los países extranjeros que dejen pasar libremente y presten en caso de necesidad toda ayuda y protección a la (s) persona (s) a cuyo favor se extiende el presente Pasaporte.”
Hiciste valer ese documento para cruzar hasta esa región siguiendo vivo a tu manera, transfigurado por encanto en otra materia y dimensión de la realidad. Te observo de cerca, en la respiración del Arte reconozco que estás con vida y para protegerte debo guardar el secreto, dejando correr sin oponer argumentos el rumor que te daba por desaparecido. Como en los pequeños animales domésticos que pasan por inteligentes sólo te falta hablar mediante un prodigio mecánico parlante. Conservo la ilusión en la espera de que un domingo próximo ello suceda; para contarme, despacio y evitando sobresaltarme –mientras te extraño Ernesto, tal cual eras- cómo resulta la realidad en la nueva versión que adoptaste. De verdad te lo digo aprovechando que conoces en carne propia –me permito la fórmula cliché- uno de los secretos mejor guardados por la secta de los alucinados. ¿Cómo es desde entonces mi querido Ernesto el asunto ese tan extraño de la realidad?
(muerte y transfiguración)
…había encontrado y de casualidad colgado en una inmensa pared blanca ese fragmento escondido de Montevideo, contemplaba casi todos los días el fin de la mañana el cuadro de Torres–García que estaba como perdido en las salas inmensas de la Fundación Miró,
experimentaba el suicidio geométrico de la fragmentación hasta sentir en el alma pitagórica –que existe en el plano de los arquetipos- el peso físico y espeso de emplastes vertiginosos de óleos superpuestos salidos de la paleta baja,
los ocres oscuros venidos de frescos centenarios se me fijaban a la piel deforme de la cara; los grises melancólicos semejantes al recuerdo difuso de una ciudad privada de memoria y fragmentada de tonos, corrupta por la depredación de la historia reciente,
ser ubicuo sin la Ciudad, anulación de espuma salada, escenas plateadas incrustadas a lo largo del cuerpo, ojos irritados por fugas saboteadas de petróleo y aceite –irreconocibles en el ritmo de las olas- que navegan otra deriva exenta de grandeza, por las aguas del puerto que corroen astilleros lejanos, irritados por el humo saliendo de hojas muertas incineradas en otoños de abriles crueles del Sur y que busca mi Norte empecinado.
Había que huir de lo que se venía, era urgente antes de la capitulación, como el gas venenoso de autos ingleses había que tener un caño de escape; buscar una cloaca hedionda e intentar perderse mar adentro –detritus de población estancada- y luego pezperderse en la marea encrespada espesa por marrón,
y yo que me buscaba tanto en ciudades extranjeras lejanas fatigando arrabales del mundo me hallé por fin en un cuadro pintado por el viejo compatriota, el hijo de comerciante catalán,
que impasible quemaba a los viejos que quemaban hojas caídas de árboles en otoños montevideanos ahuyentando el olfato infalible que detecta la cercanía de la muerte. Vi y descubrí, acepté en epifanía parecida al milagro el atajo cierto para volver allá; en el trance desconocido de la metamorfosis miro fijo el perímetro del cuadro que me invita y espera,
lo hago con interés creciente hasta querer ser fragmento de la tela pintada, incluirme en ese Mandala infinito disperso e hipnotizante.
Cuadro de cualquier dimensión era para Joaquín Torres-García un Lugar, espacio prodigioso donde escribir las letras de SUR y los diez signos que induce otra idea de MONTEVIDEO,
la cosa libro era para J. T-G Espacio no euclidiano que decidimos olvidar y Objeto IDEAL para cubrir de Signos Humanos,
así como la arquitectura fue utópico espectro, materia existente sólo en el tramado de sus cuadros destinados al fuego Carioca y la Ciudad Perdida –obsesionándome- un pedazo de muro de mi memoria desgarrada, desprendida a martillazos de la unidad original.
Hay una zona mágica de ese cuadro, fragmentos de recuerdo personal, punto de apoyo para renacer y rectángulo para morir en la Paz de una Disolución Fantástica,
escribió ESTRUCTURA con pincel y PINTURA PAX UNIVERSUS caligrafió con la mano izquierda para que viéramos aprendiendo a mirar hasta conocer algo de lo otro,
yo que me asfixio al estar del lado humano de la realidad tangible respiro con la tela al abrigo de palabras pensadas y pintadas para ser leídas, el aceite tenso y sedoso del óleo trabajado me incomoda apenas.
Tampoco me molesta el reloj circular marcando la hora eterna del rectángulo inferior de la tela firmada J Torres-García y al borde de la realidad. Lástima -es una verdadera pena- me quedaré sin saber cómo es la realidad que abandono -dejando de pertenecerme a cada segundo que trascurre- al menos de saber aquello que entendemos mientras somos humanos,
entre símbolos que recuerdan objetos cotidianos hay en la tela un Signo PEZ. Me desprendo sin temor del mundo físico visible; me llena de felicidad el poder hacerlo. Algo mío se aproxima a la red submarina tejida por hijos entrecruzados tensados en la tela, clavados al bastidor de madera.
Miguel entenderá: soy el PEZ.