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él la hubiera matado y se hubiera echado a llorar
Manuel Vázquez Montalbán
pero tú no eres demasiado extranjero para eso
y yo amo a los extranjeros porque no los entiendo.
Algo indefinible para comenzar las hostilidades: como tirando a lila sin espesor y que proviene del silencio especulativo, precediendo a la palabra tal como la entendemos; eso insinuado se sospecha viniendo de tiempo atrás, se supone que contiene en germen la suma del relato que comienza a proliferar. Verosimilitud exigida al fin de cuentas, incluso antes de conocer los fundamentos de la trama y en consecuencia forma la frase inicial del tema, siendo enunciación previa a lo que se recuerda sin forzar la voluntad.
Resulta extraña esa oración de veintiséis palabras premeditadas comenzando la circulación activa, también involuntaria y que raras veces posee un poder sedante e inatacable, como una línea furtiva trazada con cristales opiáceos de promesa sorprendente, emulando la cocaína paralela sobre la superficie esmerilada. La frase esa –donde uno que lee deberá incorporar la escritura del otro- deja de ser autor y comienza a configurar ectoplasmas figurantes de palabras con alma. Conozco lectores obsesivos que hasta la memorizan como la letra de una canción extranjera, estrofa repetida para salvarse de la amnesia programada que nos acosa si trancamos la puerta dando a la intimidad; cuando salimos a la calle, apenas cerramos la rutina y abrimos el libro. La vida suele cambiar de vereda sin avisar de un día para otro y de esto trata la novela, de la fuerza sin programar del paso de un día para otro. Consecuencias impredecibles cuando se descuida el cruce sin cebra de un día para otro y mañana es el mercado a la intemperie de posibles bien maduros; comparable a limones blandos ofertados a pérdida, cuando la feria se disuelve y quedan a la venta restos de vegetales expiando el paso titubeante de un día para otro.
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