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El río que vendría a ser la vida tiene varios afluentes, cuentan los ancianos que uno de ellos se llamaba Memoria y en una época incierta, sin que nadie conozca la razón del cambio comenzaron a llamarlo Amnesia. En un recodo del afluente así transfigurado hay una isla sólo visible estando sobre la corriente o siendo el río. Esa isla se llama Escritura.
Desde hace cierto tiempo me levanto bien temprano pero recién hoy inicio el viaje a la isla esa queriendo olvidar, luchando contra el recuerdo rondando, controlando el temor a perder la cordura mientras me ocurre considerar la escritura manifestación sagrada de la memoria. Estoy de vacaciones con mi familia y lo primero que pretendo quimerizar es mi afán por indagar las motivaciones de esa pulsión inopinada. Vienen de dar las seis de la mañana, pasé una noche de reposo sin llegar a dormirme del todo por la ansiedad de la partida, nada atribuible al insomnio ni a una angustia pasajera por sucedidos de la víspera. Lo supongo un malestar sin motivo fisiológico, gozo de buena salud y me toma por sorpresa esta crisis de identidad con síntomas incisivos.
En la casa alquilada algunas semanas de verano y por séptima temporada consecutiva los dormitorios están en la planta alta. Hace veinte minutos bajé la escalera sin necesidad de encender las luces, una claridad incipiente desentumecía la oscuridad del estar y solidaria con la luz de una farola oculta entre la vegetación del jardín. A un costado en atalaya de cristales –espacio que pretende formar parte del afuera y el adentro- hay una saliente que sería excesivo llamar habitación; es un retiro, cuarto de costura y meditación, allí tomamos el té de la tarde, desde ahí pienso. Hasta las ocho estaré tranquilo sin que nada me distraiga, bajé con la idea de meditar algo que me permita dormir una hora más y considerar las ganas que me vinieron de escribir.
No hoy –se trata de una crisis conocida- sino dentro de unas semanas, cuando regresemos a nuestra casa en la ciudad y secundando el ritmo de los compromisos profesionales. Durante los próximos días será una actividad inocente y secreta la de pensar en Escritura, un estado febril que invade mi cuerpo, el tiempo de rodearlo y convocarlo para saber sobre mí mismo, eso incomprensible de esperarla y consentirla: escribir para saber que soy dos pretendiendo ser uno, si ello fuera posible y antes de convertirme en el otro después del punto final. Ceniza caliente cuando queme los documentos heredados, espera que me prescribo como sedante conteniendo las mismas moléculas del mal que me aqueja.
Me propuse seguir con la vida normal y todo debería continuar igual que antes. De hecho es igual, exceptuando que hace una hora sentí una punzada en la mano, dolor avisando que escribir me sería de utilidad para olvidar, comprender la deserción del sueño y evitar que los pensamientos recurrentes se acumulen en mi cabeza. Desde aquí observo la bruma disiparse acuciada por un viento conocido y la consistencia del roquedal costero, llamada por el mar golpeando que deja recuerdos en la playa del lado contrario. Suelo pasar horas mirando la inconstancia del mar vinculándome a una fantasía de vida serena, en cuanto considero tentar el viaje a Escritura el mar resulta diferente. Lo contemplo salir del sueño como si Poseidón fuera más que una convención mitológica, hasta recuperar tonalidades dejadas en custodia por criaturas marinas, verdes bancos de algas tóxicas, tornasoles del cruce de mareas, salinidad fosforescente que define esta zona de costa.
Tomada mi decisión la entidad del deseo se asemeja a un camarada de larga data, alguien que al momento de escribir me acercara tres recuerdos dignos de olvidar, el dato incierto, un nombre destinado a desaparecer, información sustraída entre arrecifes fijados en corales de profundidad. Los ritos materiales preliminares al viaje fueron triviales; contrabandeado en la compra deslicé un cuaderno tapa roja espiral y página cuadriculada, misal sin borrones y suficiente para aguardar la línea primera todavía difusa. El objeto y la situación a la espera me incita e intimida, tampoco tengo idea de cuanto tiempo pueda extenderse nuestra relación, si será suficiente o habrá otro y puede que un tercer cuaderno. Una segunda palanca del plan es responsabilidad de mis pacientes, la señora Nariño para navidad me regaló un bolígrafo Pelikan en tonos verde oscuro, agradecida porque disminuí los dolores ocasionados por una úlcera. Del café se encarga Krups mediante un sistema de relojes, dosificación de agua y regulador automático. El amuleto de transubstanciación consiste en que siempre tenga a mano café, lo necesito para mi meditación preliminar a la partida.
Asumo encarnar el capitán que observa el horizonte y sabe que el próximo puerto está más distante de lo estimado la víspera. Me consta que soy joven para pensar en redactar memorias y mi vida tampoco presenta episodios tales que pudieran justificar la iniciativa. Carezco de la experiencia aventurera y del deseo para narrar historias edificantes de médico rural, personajes heroicos llegando a tiempo o tarde a la expiración de pacientes, parto complicado, amputación improvisada después de un accidente de trabajo. Lo que allá y cuando vuelva pueda escribir será una aclaración erradicando malentendidos con mi memoria, tumores imaginados que deben ser extirpados antes de la expansión irreversible. Hasta estos últimos tiempos consideré la escritura desde la lectura, trataba con libros teniendo a los autores como nombres del complot planetario. Integrantes de sociedades secretas que, por motivos misteriosos ligados a la codicia y egolatría insisten en duplicar la confusión de lo real, siendo archisabido que las evidencias dignas de ser recordadas y dejadas por escrito ya fueron publicadas. La experiencia me demostró que estaba equivocado y si había deducido un error estaba decidido a persistir en él. Omitiendo recetas destinadas a dependientes de farmacia y esporádicas cartas a los amigos, informes para publicaciones de mi especialidad que redacto directo en la computadora, considero la escritura manuscrita práctica antigua, remanente de un mundo desaparecido y pertenezco al planeta que tiende a la disolución.
Con la ayuda del pensamiento que avanza a cadencia pareja hacia el proyecto, preparando antebrazo, mano y dedos me llega la manualidad de años de educación, llenando cuadernos de notas que se referían a parábolas de Rodó, cosmogonías del pensamiento especulativo que me rechazaron y abdicaron ante el llamado de prácticas del cuerpo humano cuando apesta. Dios y los dioses escriben en rojo sangre los designios de la existencia, una voz o algo opuesto me decidió por la enciclopedia blanda prescindente de otra prosodia que aquella induciendo el final de la muerte. Abandoné los artículos costumbristas de Larra cuando se suicidó delante del espejo por razones que consideró pertinentes; comencé después del estampido, cadáver caliente vestido, con la autopsia tal como lo ordenaba la ficha de ingreso a la morgue madrileña, bajo el rótulo mezquino de cagatintas romántico y predestinado. Desde entonces -tropezón decisivo con mi vocación- me desplazo redactando en pisos intermedios y ascensores reservados a camillas. Lejos de tentaciones prácticas, aplicando disciplina farmacológica, preceptiva en la cual la reflexión entorpecería el entendimiento de la orden que debe llegar clara y precisa para la lectura del farmacéutico de cualquier barrio, concisa escritura de formulación, posología, efectos secundarios, tiempo y cadencia del tratamiento, fecha de caducidad.
Una vez contraída la decisión, me interrogo si en las mañanas previas al viaje podré ordenar la sucesión de hechos al origen de la patología detectada. Haber comenzado a meditar me tranquiliza, siendo el efecto placebo de cucharada inicial, primera grajea e inyección. Siento los efectos positivos en el organismo y comprendo a los enfermos de la mejoría precipitada, miro el reloj: transcurrieron veinte minutos y estoy en la misma línea de pensamiento, esfuerzo de concentración agradable y prueba de resistencia. El silencio se impone en la casa que me lo hace saber, Mister James curiosea en las cercanías intrigado por mi nueva costumbre sin agitación y vuelve a dormitar en su rincón preferido. La claridad del jardín se intensifica segundo a segundo y está al acecho de mi parte de sombras; sería feliz si pudiera fijar para la escena un tono exacto de las penumbras que se suceden, dejarla inmóvil y continuar el discurrir sin preocuparme del tiempo, concentrado en cada frase con sentido completo.
Sólo la noche cerrada tiene apariencia de instante inamovible mientras ascienden modificaciones a la altura de los planetas y el mutismo de las constelaciones. La luz del amanecer me acorrala recordándome que pese a mi novelería la vida continúa, el día empuja argumentos reactivando verbos usados para el segundo sueño. La gramática diurna obliga a que ocurran episodios perturbando la concentración aconsejable, desbarata la sensación de tierra inamovible que supone la noche en los intersticios opacos, aconsejándome que debo pensar como si lo anterior fuera contado por el otro.
Hace una semana llegamos a esta casa de veraneo, vivimos en las afueras de Pontevedra y me agrada una vez al año pasar una temporada durmiendo cerca del océano. Disciplina, disciplina, repito testimonios conocidos para cuando relea el cuaderno a venir dentro de un año y lo leído sea más verdad que lo vivido y olvidado.
La relación entre vivencia y escritura la puedo localizar en el último año; algunos problemas con los niños en la preadolescencia, el traslado al pasado, secuelas de meses de trabajo al borde del agotamiento… sumando responsabilidad del hospital, consulta particular en un gabinete como asociado y participación en coloquios para mantenerme actualizado faltó tiempo para pensar lo sucedido mientras ocurría, evaluarlo tal como merece. Era imprescindible hacerlo para seguir adelante, por eso me hallo en esta situación. El tiempo de vacaciones –lo supe desde el primer día- perdería la calidad de descanso de años anteriores si bien las circunstancias eran idénticas.
La casa, creo haberlo mencionado antes es la misma de las últimas temporadas, en Puerto de Corrubedo se nos reconoce como visitantes fieles de la región. Evoqué las circunstancias, debo agregar que lo modificado en mi rutina de gastroenterólogo fue la experiencia del regreso, el retorno a los orígenes y lo que del otro lado del mar sucedió, en ese viaje se halla la causa del madrugón actual y razón del soliloquio preludiando la escritura. Si lo del nombre me parece accesorio, puedo replicar que nací en Montevideo en el año 1952 y considerando lo sucedido, la información supone una irresponsabilidad frente a la historia. En un pasado más cercano de lo que pueda suponerse los datos de filiación eran ciertos; con el tiempo transcurrido, papeles legales, la medicina en las manos y espalda hace años y la descendencia animada me presento como médico español, gallego cuando los otros insinúan sutilezas geográficas de autonomías. En los tiempos que corren haber nacido bajo la Cruz del Sur y luego de lo sucedido provoca un estigma de la memoria, como si sus motivos fueran hijos de una vieja alcohólica paridos por la pobreza que es mejor olvidar. Durante años perdí la costumbre de considerar eso como problema, me harté de respuestas gratas a colegas progresistas y la vida hubiera continuado tal cual de no haber emprendido el retorno. La excepcionalidad de filiación para médicos que se dicen europeos, incomprensible para nuevas generaciones especializadas en manipulación genética y trasplante era moneda corriente.
Acaso todo había comenzado aquí, cuando insistía la guerra sin final y los jóvenes que serían mis padres decidieron subirse a un barco buscando la orilla imaginada del océano. Eran primos lejanos, mi madre estaba embarazada y su padre fue fusilado cuando ella gateaba en la plaza del pueblo por un pelotón de vecinos. Años después reaccionó y huyeron hacia cualquier otro lugar, el destino era sin importancia, nada podía ser peor que lo padecido. A los dos meses de desembarcar con lo puesto en el puerto del sur nací en el hospital del casco colonial de la ciudad. Recuerdo con precisión de aromas el almacén de mis padres y la distribución de aulas en la escuela primaria, una infancia cuando pescaba con aparejo en la escollera fantaseando con barcos de carga y armo la ciudad en silueta de edificios recortados.
Es el primer aluvión de imágenes para fomentar la continuidad del discurrir, seguro que cuando me aplique a recapitular esas redundancias con intención de olvidarlas surgirán detalles para rescatarme. Hijo único sin decisión, durante años creí que fue por razones de la naturaleza, ahora supongo que de esa manera mis padres se fijaban en peripecias de la osadía juvenil, decidieron la irreconciliable situación abierta entre pasión amorosa y guerra interminable. Trabajaron fuerte para sacar adelante el negocio; en la intimidad decían que los criollos eran poco inclinados al esfuerzo y se sentían extranjeros al repetir ese lugar común, como cuando se convencían que el secreto para hacer fortuna en aquellas tierras consistía en trabajar unas horas añadidas al día. Había bastante más que esa definición de la diferencia por el cansancio y jamás pude convencerlos de lo contrario. Es extraño esto de la memoria discontinua, mis diecisiete años vividos en Montevideo resultan un montaje de escenas densas carentes de continuidad y dispensadas de sistema narrativo. Vida transitoria en una ciudad inexistente sin llegar a ser fantástica, fue período de preparación, un aprendizaje para la vida verdadera y fuera del sueño comenzado cuando regresamos a esta tierra. Me distraigo del recuerdo, el panorama del mar cercano es absoluto y acapara el paisaje, la luz ingresa unánime disipando la niebla, cambio necesario para reconocer la costa montevideana que diviso en la memoria.
La oigo: Carmen se levantó para ir al baño y Mister James pide que le abra la puerta del jardín, el café se enfrió en la taza. El recuerdo deberá ser postergado hasta el próximo amanecer, oscilando entre arrecifes orgánicos evitando el naufragio antes de zarpar; sin discernir recuerdos y mi vida en Montevideo de celadas en esta región amenazante en la cual me interno, propensa a espectros que se manifiestan mediante signos evasivos.