Asa / Saint-Nazaire

Cuando como todas las tardes abrí el buzón en el palier, creí que se trataba de una equivocación, hasta consideré ir con el envío de recorrida por otros departamentos del edificio a buscar el destinatario verdadero. A los tres segundos me arrepentí presintiendo un extraño sentimiento de pertenencia, era un sobre marrón común y corriente sin encabezamiento ni remitente haciendo imposible su devolución. Si mi nombre y apellido hubieran figurado en el anverso del sobre escritos con mi caligrafía igual habría desconfiado del contenido, hace meses que nadie toma la iniciativa de escribirme, la ausencia de receptor sobre la superficie áspera, la convicción de que una confianza ciega y convenida estaba destinada –sin lugar a dudas- a otra persona acentuó mi avidez de posesión.

Las relaciones con la portera del edificio oscilan desde el primer día entre indiferencia y odio soterrado, la Poste del barrio me confronta cada vez que tiene la ocasión de hacerlo a problemas insolubles, imponiendo desagradables gestiones de reclamo cara a cara con funcionarios en las ventanillas. En los últimos tiempos mi vida es tan sin interés, que la llegada hace minutos y por error del sobre anónimo constituía un acontecimiento perturbador en mi existencia rutinaria.

Je n’aurais jamais d’aventure ;
Qu’il est petit, dans la Nature
Le Chemin d’fer Paris-Ceinture !

El equívoco despertó en mí la medida justa de curiosidad para husmear el secreto de otro, sabiendo por experiencia propia que ningún enigma que viene a nuestro encuentro se nutre sólo del azar. Subí de prisa hasta el quinto piso ocultando el paquete debajo del abrigo igual que un intruso, durante el trayecto quise calcular el peso y traté de relacionar el sobre expropiado con rasgos preeminentes de otros vecinos que cruzo muy de vez en cuando -sin saludarnos- en las escaleras pasada medianoche. Logré vencer la ansiedad urticante del sobre y lo dejé cerrado hasta el otro día, así obrando el contenido se confundiría con el recibo trimestral del gas, los argumentos pergeñados por un publicista creativo queriendo convencerme de renovar la suscripción semestral de una revista de asuntos generales.

La mañana siguiente tampoco tenía nada para hacer. Anotemos ya entrando en confianza del pacto de lectura, que vine eclipsada del Sur del Ecuador y Trópico de Capricornio para redactar una memoria de grado sobre Jules Laforgue. Hace tres meses que vivo saliendo casi nada en un estudio rue d’Enghien cerca del pasaje Brady en París, paso las horas de vigilia pensando cómo hacerlo y es inextricable comenzar o terminar una aislada primera línea de la memoria. Algo amenazante que acecha el entorno proveniente de mi propia corteza mental, hizo que el entusiasmo original se volviera desidia y abandono. Lo que más influye proyectarme a pasado mañana sin falta es la insistencia en no hacer nada y tampoco me afecta. Hago algo mínimo: camino sin salir por calles en horas desaliñadas; cada vez que salgo haciéndome violencia compro lápices de grafo en papelerías al margen del barullo peatonal y al borde de la quiebra. Envío postales con imágenes turísticas pasadas de moda a conocidos de antes, mintiéndoles sobre avances significativos en la investigación poética. Esos gestos son nada, si fuera una enfermedad lo que ocurre conmigo haría fiebre cada atardecer y la angustia persistente de manual tiene síntomas harto conocidos para fallar en su diagnóstico clínico; puede que sea la secuela sin considerar de estudiar durante años al montevideano Laforgue, la magra recompensa secreta por indagar su poesía con pasión absorbente.

Tout m’ennuie aujourd’hui. J’écarte mon rideau,
En haut ciel gris rayé d’une éternelle pluie,
En bas la rue où dans une brume de suie
Des ombres vont, glissant parmi les flaques d’eau.

Paso horas mirando por la ventana dando al pozo interior del edificio que se cae a pedazos, escucho ruidos incesantes de la vida cotidiana y dudo si permanezco allí diseminando el secreto último del universo en fuga. Puedo estar tres días sin salir de la cama regodeándome con un olor rancio que me envuelve y rumiando recuerdos intrascendentes; de decidirlo puedo salir a comprar un cartón de cigarrillos y continuar caminando sin rumbo fijo hasta la madrugada, si quiero y lo decido extremando la voluntad, lograría acomodar lo necesario para iniciar el trabajo. Ciertas veces cortejo la decisión (que nunca llego a redondear) de escribir la primera frase completa de la memoria.

Por esa razón examiné el sobre durante una hora casi sin parpadear, si alguien hubiera allí escrito mi nombre usurpado o el nombre verdadero del desconocido lo hubiera tirado sin dudarlo al rincón de diarios viejos. Fue el silencio -el desprecio omitiendo mi nombre en mi presencia, semejante prescindencia del átomo primero de humanidad, tamaña condición maligna y metafísica sin nadie a posteriori- que me decidió a abrirlo siguiendo un mandato confuso por trasmisión de pensamiento. Lo rompí con esmero de cómplice de larga data, luego levanté la mano con el sobre a la altura de los ojos volcando el contenido sobre la mesa y de su interior cayeron en aguacero treinta fotografías.

Klop, klip, klop,klop, klip, klop.

Las tomas en color cayeron en desorden, baraja donde la redundancia de figuras, signos y números en serie secreta se habían trasmutado durante la caída en naipes de otro juego con enigma: cayeron para quedarse como un viejo amigo intermitente llegado al barrio de improviso. Dejé pasar unas horas de meditación para que se formara la imagen definitiva de un Tarot del abandono, con arcanos arcaicos que dejaron de ser ahorcado, luna antropomorfa y Papisa para ser puente inaccesible, calle llevando hacia ninguna parte, gigantesca chatarra herrumbrosa de mi propia existencia. Ahí podía residir el anagrama desordenada de mi porvenir en imágenes ansiosas de interpretación; era así y carezco de intuición primaria para formularla.

Permanecí mirando por la ventana el afuera cambiando con la luz hacia un grisáceo impuro, escuchando la televisión blanco y negro de los vecinos de puerta. Era la hora vergonzosa de entretenimientos circenses con aplausos del público presente en el estudio, tenía hambre y preparé un sándwich de atún enlatado en aceite de oliva, abrí una tres cuartos de Kanterträu, bebí la cerveza directamente del pico de la botella, encendí una lámpara indirecta y regresé a la figura compleja formada por las imágenes. Comencé a manipular fotografías con varios sentidos, eran parecidas considerando la redundancia. En algunos casos la intención de las tomas desbordaba el encuadre amenazando invadir mi encierro a la manera de virus mutante, pensé que el conjunto intencional reproduciría el itinerario del viaje de vacaciones en familia finalizado en tragedia o la obsesión de una mente monotemática, perturbada por alguna región inhabitable del planeta después de la hecatombe.

El rasgo común era sin embargo la inminencia magnética de algo postergado que fatalmente adviene, ni retrato sicologista mediante zoom invasor, menos pretensión de instantánea robado, tampoco paisaje tipo gran angular con veleidades artísticas. Se trataba de fotografías precisas por voluntariosas, innecesarias a mi vida revelando lo contingente que ignoraban, sin decir la confesión lo mismo ocultaban denotando la marca indeleble de intencionalidad enmascarada. Reivindicaban ser fotografías de las tantas y debía impedir que la ignorancia sacudiera el letargo en que estaba tan viciado de acostumbramiento. Permanecí así en ese estado de suspensión unos días y pretendí negarlo, la presencia del paquete se impuso con fuerza redoblada, al punto que de un momento para otro pude escribir lo siguiente: “el poeta Jules Laforgue nació en la ciudad de Montevideo el 16 de agosto del año 1860.”

Ello supuso un esfuerzo diría que sobrehumano y faltaban por delante escalar doscientos folios para llegar al párrafo final de la memoria. Seguro que dejaría en el intento la vida asmática restante y mientras tanto comencé a practicar el juego del enigma con las fotografías; en alguna parte del mundo físico real había lugares que “correspondían” con lo que estaba mirando. Eran vistas de arrobadora luminosidad opaca, espeluznantes de sugestión, acentuando la ausencia de personas salvo contados espectros capturados a su pesar: carencia premeditada de tragedia interactuando dioses y mortales impotentes, la intencionalidad del hueco humano descartaba emociones excepto la intencional del observador descargando el obturador.

El acertijo era causa y finalidad de esa serie, veía la casa abandonada con silueta estilizada de mirador, barcos armados para puerto de pesca de calado profundo, calles agazapadas tras la apariencia de cierta resignación proletaria, bruscos edificios en su irrupción visual, piezas de hoteles predestinadas a informes policiales tras una serie de crímenes sangrientos, barras usadas de bares confidenciales, artefactos meteorológicos herrumbrosos por el paso del tiempo, un subterráneo aéreo de puentes únicos, el tramado urbano inexorable. El conjunto así enunciado insinuaba afirmando la parcialidad, o que fuera satisfacción de duda inicial se volvió molestia, necesidad fastidiosa de conocer la identidad escamoteada de la ciudad sugerida. Acaso pudiera adelantar generalidades repitiendo un retrato robot de la ciudad y lo mismo faltaban huellas dactilares fiables o líneas entrelazadas identificándola sin error. La única manera de avanzar en el misterio estaba entre las fotos recibidas, las imágenes retenidas debían condensar la dilucidación del enigma; las entreveré adrede provocando el azar subsiguiente y decidí estudiar una fotografía diferente cada mañana. La leería descifrándola con la misma paciencia que si fuera un artículo definitivo para la redacción de mi memoria sobre Laforgue.

La primera semana de la estrategia resulto un sonado fracaso, cada una de las piezas consumía más de dos horas de contemplación. Comencé a saber –podía admitir ese pequeño avance- que cualquiera que fuera la localidad escudriñada yo había estado allí, deduje que fueron tomadas en la misma época con diferencia de pocos días, calculé una distancia máxima de diez días entre la primera (¿cuál era la primera?) y la última considerando que estaban sin numerar. La falta obstinada de casi presencia humana en la serie fue porque el fotógrafo (o el algoritmo del aparato fotográfico) programó que hubiera alguien en otras circunstancias que en la treintena retenida.

Las dimensiones proporcionales del encuadre, rectángulos decomisados, lugares seleccionados y espacios propicios a ser caminados a la búsqueda de lo inesperado, hacían sospechar que el conjunto del álbum aleatorio estaba preparado para una sola persona. Allí se fotografió la ausencia luminosa de un único personaje y los implicados en el complot conocían su identidad. Más que un itinerario a prescribir, cada foto y asimismo el conjunto, eran una enorme sospecha a confirmar del incidente terrible que había sido, estaba sucediendo o resultaba inminente. El orden de las circunstancias, el mazo de imágenes apuntaba a cierto objetivo inequívoco localizado en el plano real. Cuando mi interés se desplazaba hacia el espectro que la tecnología de los laboratorios dejó pasar y estando en el noveno día de la tarea, un cartel fuera de foco daba una pista explotable. Acerqué mi vista a la distancia de relojero y descifré la continuidad hasta leer el mensaje de letras turbias deletreando en voz alta S a i n t N a z a i r e

J’aurai passé ma vie à faillir m’embarquer
Dans de bien funestes histoires,
Pour l’amour de mon cœur de Gloire… !
-Oh ! qu’ils sont chers les trains manqués
Où j’ai passé ma vie à faillir m’embarquer !…

Los trenes con destinación a SN parten en París intramuros de la estación Montparnasse y escribí lo que sigue: “… y murió un 20 de agosto de 1887 en la capital francesa.”  Deseaba luego de lo confesado viajar a la ciudad fijada en las fotografías, ser testigo de la manera como el sistema visual que invadió mis horas productivas se resolvía en la realidad paralela de Saint-Nazaire. Nunca antes que yo recordara estuve en S.N. había resuelto regresar y partiría de S.N. recién después de finalizar la lectura confrontada de cada toma capturada por mi remitente desconocido. En ninguna otra de las imágenes consultadas había trazas reconocibles del nombre, la curiosidad más que por la configuración única de los lugares estaba motivada por la historia velada que escuchaba con intermitencias; necesitaba hallar la verdadera secuencia con sentido narrativo y para ello debería ir personalmente a la ciudad.

Debía tener en cuenta la voluntad del fotógrafo fantasma paseándose fingiendo por la ciudad con un aparato Leica oculto entre las manos, fijando en tomas sucesivas una trama urdiéndose obligada al secreto. La prolijidad del encuadre, una minuciosidad en captar espacios en expansión y otros detalles temporales imperceptibles, delataban la voluntad del objetivo planeado con minucia. La historia que insinuaban las fotos –si es que se hallaba la secuencia correcta de las treinta piezas del puzle visual- todavía no había sucedido si bien ya estaba en marcha siendo imposible detenerla; hasta era posible y sin él saberlo, que el destinatario casual del paquete formara parte de la intriga.

Consulté y calculé horarios de los trenes para llegar a SN a la hora aproximada que fue tomada la fotografía de la estación de trenes, había sido el otoño pasado y debía estar atento a las celadas de la luz. Por unos días sería la sombra desdoblada de mi predecesor, replicaría buscando ángulos idénticos, procurando adivinar sus pasos hasta darle la cara al personaje ausente y la forma humana contradictorias con el número de ASA utilizado para el proyecto.

El tren fue puntual al llegar a SN.

Había la posibilidad de que la imagen novena fuera un error o tal vez la treinta y uno faltante. Es una satisfacción tonta admitirlo, cuando luego de vagar una hora o más con la foto de la estación de SN en la mano hice coincidir mi visión con la imagen, creí haber abierto una primera puerta dando al tercer reino. Fue una iluminación mecánica: ahí “había estado detenido el fotógrafo y di con la primera coincidencia.”

Alguien sabía con antelación mi llegada por inercia a ese lugar; era sin importancia que estuviera esperando y lo demás lo explicaría el ardor de la paciencia, el recorrido laberíntico hasta la ciudad escamoteada. Entré en SN en olor de misterio con la convicción de descifrar el tramado de la serie señuelo en su totalidad. La excitación se aceleró cuando una ciclista me dio las señas del Hotel retratado en la toma XXIV de la serie primera, que se convirtió en mi primer centro de operaciones de la expedición en solitario. Tenía dinero suficiente para quedarme en SN tres semanas y algunos días más, allá de dónde venía nadie estaría esperando, nadie me extrañaba, a nadie le interesaba saber que estaba trasladada en ese recodo del planeta. Tenía conmigo un viejo ejemplar de Limitación de Notre-Dame y era mirada de pierrot lunar buscando coincidencias visuales, cierta secuencia dolorosa hasta la revelación y el orden oculto detrás del plan del envío.

La pieza asignada en el Hotel comprometido era parecida a la tirada elegida y la fotografía destacada podía ser cualquier profundidad visual del mismo corredor llevando a las habitaciones. A la mañana siguiente fui el primer pasajero y tal vez el único en bajar al comedor a desayunar; la empleada un tanto sorprendida por el madrugón se excusó por el atraso de la preparación del café y las tostadas.

Comencé temprano la recorrida especulativa y continué sin pausa ni alto en el camino hasta entrada la noche. Trataba de orientarme sin ayuda de otros interlocutores, cada pocos minutos tenía la necesidad física de confrontar lo visto con lo fijado en las fotografías, la mayoría de las veces el cotejo terminaba en decepción. Siendo la voluntad de concomitancia más fuerte al final del primer día localicé tres emplazamientos válidos, cosecha interesante y suficiente para ser optimista: la serie ficticia presentida durante la primera hora de rastreo existía en el orden del mundo.

De regreso al Hotel coloqué en la mesa de recepción el plano desplegado de la ciudad astillero, numeré las localizaciones identificadas. Primero los lugares, luego el orden yuxtaponiendo continuidad visual sobre secuencia narrativa y la verdad presentida comenzó a manifestarse. Esa noche dormí sabiendo que estaba acostado en la ciudad que convenía. Una vez los tres sitios localizados -lo que el fotógrafo puso cuidado en omitir adrede- la sumatoria se iluminaba de cercanías encendiendo fulgurantes reseñas del plan que fui anotando cada vez. En mi avance y a medida que encontraba, buscaba responder a cuestiones urticantes: ¿por qué este lugar? ¿cuál sería su función en la conjura mayor dispuesta mediante enigma? El valor real de esa perspectiva decidida por él -era visible que el fotógrafo fue mediador de una inteligencia superior que nos utilizaba a varios para sus finalidades retorcidas- dentro de la economía del proyecto quedaba sin respuesta.

El conjunto se sustentaba en la relación carnal entre el paisaje urbano con el fotógrafo interviniendo, luego conmigo que fui integrado al proyecto sin aviso y el tercer hombre: un personaje secundaria desvaído que presumí humanizando la serie mediante la ficción. Puede decirse que necesitaba una tregua, poner la curiosidad bajo anestesia y decidí suspender el incentivo de interrogantes ante lo próximo hasta completar el tramado. Eso me llevó cuatro jornadas, el último de los días de seguimiento salí a SN con una mano servida de cinco fotografías. Tres entre ellas eran del puerto, la cuarta un callejón sin señas particulares de identidad hallado por casualidad y la última sugería preguntar en dos inmobiliarias. Se trataba de una casona abandonada con mirador, único indicio explotable de un lugar habitado por espectros donde pudo ocurrir un crimen atroz y una situación prolongada de violencia familiar. Cuando al fin la localicé en un apacible cruce de caminos de las afueras próximas supe que el horror estaba fusionado en el clisé; nuestro fotógrafo hipotético se dejó arrastrar en su inspiración desfalleciente por fantasmas urbanos, quiso capturar lo otro menos evidente o la imagen resultante delataba su deseo de adelantase a la acción, abandonado la objetividad.

Compré una botella de vodka polaca con hierba de bisonte, estímulo consuelo por haber documentado la totalidad del paquete anónimo que me fuera remitido; tenía hambre y almorcé en el centro y para ver otra gente un entrecot a punto con papas fritas. Luego fui al hotel para ordenar la confusión acumulada, manipulé líneas sumando cruces durante unos minutos sobre el plano hasta formularse ella sola la evidencia. Uniendo puntos de los lugares detectados se formaba un collar, sección inacabada de una circunferencia ceremonial donde uno de los sitios parecía libre y exógeno al dibujo, demasiado aislada para ser un error. Tomé la foto correspondiente a la ficción, imaginé lo real, los momentos de obturación y visión saliendo de los ácidos: era un edificio imponente, concebido para la perspectiva de otra ciudad cambiante con diferentes inmuebles parecidos. El puerto de SN extrañamente sería inconcebible sin esa forma; así como cumplía una geometría de tensor en la ciudad, esa mole tenía una función en la trama que avanza. Sobre el plano ideal tracé una línea desde el Hotel de la Playa hasta el Building y repetí el procedimiento con otros lugares que había detectado. Sobre la cuadrícula del edificio, a medida que progresaba mi ideograma sobre el papel del plano la tinta se apelmazaba, ese punto era el imán insospechado captando la orientación de las demás líneas.

Luego fui cerrando los diferentes puntos entre ellos y se formó una figura premeditada, similar a la piazza del Campo de Siena vista desde lo alto de la Torre del Mangia. Bebí el resto de vodka remanente en la botella y me recosté en la cama a dormir hasta cerca del mediodía, lo que fuera que se estaba urdiendo sin tenerme al tanto sucedería en el Building, sería un crimen decidí e hice lo humanamente posible para que mi profecía se concretara.

El azar con la pasión ocurre sin imágenes preliminares y la premeditación es contraria al instinto, la convergencia tenaz sumada a las líneas de escape desde el edificio avisaba que la víctima entraba y salía del edificio emblemático. Desde ahí se iniciaba una rutina cotidiana y el golpe fatal se daría en uno de los otros puntos equidistantes del trazado consiguiente. ¿Quién entre los habitantes de SN elegiría ese recorrido discreto para sus designios? Debía ser alguien comprometido hace tiempo con la ciudad o bien un personaje de paso, porque los seres transitorios forman una pequeña población. Cuando se es profano en asuntos de fisgoneo la obtención de datos pertinentes es tarea ingrata y durante dos días frecuenté la zona del Building. Podía simular entre la gente del lugar ser alguien sin oficio conocido, un arquitecto catalán haciendo croquis en directo para grandes proyectos de renovación, el fotógrafo viajero buscando escenarios para la filmación agendada de una serie. En Saint-Nazaire cualquier extranjero puede instalarse con hábitos breves sin historias previas en apenas cuarenta y ocho horas.

Una noche casualmente encontré la falsa pista maestra. Estaba bebiendo una cerveza en un bar pequeño cerca del Building, en una mesa cercana cinco individuos daban cuenta de una otra botella de Aberlour y la patrona venía de propinarle dos sopapos a un parroquiano, que a duras penas se tenía de pie e insistía en apurar la última copa. Más arriba el entrepiso minimalista donde una pareja joven jugaba al pool para niños y discutían fuerte, nadie entre los presentes tenía la intención de moverse del lugar, cualquier desarreglo de la situación podía finalizar en catástrofe cósmica. De pronto, una canción de la pop italiana pareció calmar los espíritus más nerviosos, alguien pasó decidido la puerta de entrada y todos lo saludaron. Quién es pregunté, el Alcalde de la ciudad que vive en el Building respondieron y caí en éxtasis escéptico. Necesitaba respirar un poco de aire fresco, pagué mi consumición y salí de inmediato a la calle.

La situación anterior más la confrontación con el viento helado del estuario, creaban condiciones propicias al pensamiento. Ingresé en la única vereda exegética a mi entender verdadera, creí haber descubierto la conjura en movimiento de un crimen político; desconfié que fuera sencilla como solución al enigma del sobre sin remitente o espectacular considerada en tanto procedimiento. Los crímenes políticos simulados en accidente son brutales –recordé Z de Costa Gravas- suponiendo menos fuga de información confidencial. El alcalde de S N viviendo en el punto B era más que coincidencia espontánea. B siendo punto denso del plano proponía en paralelo otro universo autosuficiente, es búnker pensado para la próxima guerra y orientado al cielo indestructible de mi investigación.

Igual que con Laforgue llegaba a la primera línea lanzando el procedimiento y lo restante difuso debía declarar mi ineptitud. Pensé en regresar al hotel, recoger mis pertenencias y largarme de SN en el primero de los trenes que hiciera escala para cualquier parte. Estaba mal de verdad por abandonar la búsqueda perturbadora en ese estado espiritual, como si hubiera buscado escenarios para una película de intrigas oníricas que nunca llegaría a filmarse. La ciudad donde ocurren, sucedieron o pasarán los hechos era el territorio ficticio de la inminencia pospuesta. Algo inquietante sucedería tras la fachada del Hotel des Douaniers, en aguas negreras azotando el monumento a la abolición de la esclavitud, depósitos abandonados de mercaderías asiáticas, tentáculos polivalentes del hotel. Era seguro que aguardaba en el tiempo una escena extensa de violencia y pensaba que podría alertar la fuerza del destino.

Una mañana de esas del agobio permanecí cerca del puerto basculante vigilando las entradas del punto B. Luego de la falsa pista descubrí el error: chapoteaba en lo común rutinario, repetición inocua de escenas y personas mientras lo que pretendía el complot era la excepción. El punto B es el elemento anómalo en la arquitectura urbana y debía detectar el cisne negro inquiriendo las leyes de la lógica, quebrando la armonía trinitaria de los silogismos. Buscar lo extraño en el punto B dentro del perímetro SN y dar con la víctima designada justificando el seguimiento, la serie premeditada de las fotografías, mi estado afiebrado. Sentí el imperativo de mudarme del punto de observación, el hotel del centro cumplió funciones preliminares de rampa de lanzamiento y estaba operando en órbita elíptica peligrosa. El sábado resultó día muerto, estaba sin fuerzas para proseguir indagando ni voluntad o energía para desprenderme de la ciudad; el pensamiento activo evacuó la probabilidad de trenes de fuga y cuando me proyectaba redactando febril una memoria de grado, sentía usurpar una existencia ajena.

Ah ! que de soirs de mai pareils à celui-ci ;
Que la vie est égale ; et le cœur endurci.
Je me sens fou d’un tas de petites misères.
Mais maintenant, je sais ce qu’il me reste à faire.

La semana entrante a más tardar buscaría un trabajo remunerado sin pretensiones, podría errar por esas calles husmeando el misterio el tiempo que fuera necesario, en los pocos días transcurridos de la misión creí recordar una infancia de sustitución pasada en esos barrios. Me mudé a un modesto hotel caso disimulado en el Petit Maroc, la cama era antigua y limpia, había calefacción para soportar noches frescas con agua caliente suficiente para lavarme durante tres minutos.

El punto PM es la parte más antigua de la ciudad, hay bares con grandes ventanales, el café es más que pasable y allí podía pasar las horas que quisiera sin nadie que molestara. Fue zona de pescadores esforzados en el extremo del barrio de cara al río, cuando hay tormenta puede sentirse un adelanto de lo que será el fin del mundo y se intuye que el puente enorme al fondo del paisaje lleva hacia ninguna parte. PM hace pensar y parece isla, a lo lejos flotan astilleros donde arman barcos inconcebibles para navegar en crucero por los mares del Pacífico Sur. La iluminación nocturna hace que el horizonte resultante parezca la reparación de una nave espacial extraterrestre y junto al PM hay un depósito de embarcaciones por donde pasan vaporcitos de pesca, barcazas, remolcadores.

Una mañana de esas sin importancia, al despertar descubrí que entre la niebla del amanecer se recortaba la silueta del barco distinto de tres mástiles. La imagen debía prolongar la película corto metraje del sueño poblado de bucaneros dispuestos al abordaje de la razón sin dejar prisioneros. Me acerqué y creí leer en la proa Le Cygne Noir y su presencia emblemática era más poderosa que cualquier relato de viajeros que pudiera recordar. Desde PM se tiene una perspectiva formidable de B con sus once pisos, los noventa y seis departamento: otro barco inmóvil, submarino flotando sobre la superficie, nave insignia de una flota amenazante de fotografías.

Bon breton né sous les Tropiques, chaque soir
J’allais le long d’un quai bien nommé mon rêvoir.

Lo que debía pasar sucedió promediando la segunda semana en Saint-Nazaire. Buscando la tibieza distante de las bibliotecas inicié la costumbre de inventar bares calmos en barrios alejados del centro, disfrutaba la soledad poniendo las ideas en orden; alguna vez por azar provocado entre esos días, olvidé la causa para estar en SN y retornó el deseo de escribir con fervor sobre Jules Laforgue. Siendo el momento ideal mi empeño se frustró de la misma manera que se conocen los resultados de los match de futbol, un accidente mortal en la carretera secundaria y la inestabilidad de los mercados financieros occidentales leyendo Ouest-France. La modificación fue un reportaje en páginas interiores, había de llamador la toma periodística del edificio intrigante (el B de SN investido en 1955) como telón de fondo en proyección habitual y con figurante desconocido en la imagen.

En un recuadro destacado estaban la información medular sin sospecharlo y que en SN conocían hasta los escolares. La existencia activa de la MEET dentro del Building y el departamento amoblado puesto a disposición de la escritura forastera. Zona portuaria en la cercanía, el visitante renovado cada uno o tres meses –extranjeros, viajeros que llegan a SN con historias previas y curiosidad- que viene a buscar una soledad propicia a la inspiración y su condición transitoria puede transformar en víctimas propicias. La suerte azarosa e incluso violenta de un escritor de paso por Saint-Nazaire nunca llegaría a la estatura de “asesinato” y restará apenas en el perímetro de incidente. El crimen pasaría al hangar de anécdotas que se legarán sin más detalles y acaso a futuros invitados; hecho aislado exógeno a una serie, la supresión de tres huéspedes sin motivo conocido sería un duro golpe para la gestión municipal.

Parecía ser esa el indicio verosímil estimulante, la trama correspondía y el perfil de la víctima establecido con lógica; cuestión engorrosa era la variación periódica del blanco móvil, obstaculizando deducir en cuál avatar transitorio caería la ira programada en secuencia fotográfica. Después de la lectura interesada en la prensa, durante el resto del día repasé mis suposiciones calculando el movimiento de una partida suspendida (con ventaja de piezas negras) contra Kasparov, Estudié a fondo el repertorio de posibilidades y siempre llegaba a lo inevitable, mi teoría con intriga policial tenía la perfección del vacío absoluto. Una decepcionante belleza de paradigma indemostrable, la ironía de conjetura sin repercusión inmediata en el mundo y cuando el plan urdido en la mente lo trasladaba a la realidad donde operaba el argumento era absurdo. Hasta consideré presentarme a las autoridades a decirles que –por A más B- sabía que (quizá y eventualmente) debido a asuntos turbios que desconozco, uno de los escritores invitados de la MEET –sin poder precisarlo- sería asesinado por un desconocido en treinta lugares probables de Saint-Nazaire en un día o noche que faltaba determinarse. Misión Imposible.

Debía poner a prueba en el dispositivo real la maquinaria y para ello avancé como hipótesis de trabajo que la próxima víctima era el escritor de visita ese mes en la MEET. Anunciarle al interesado la mala noticia hubiera sido grotesco y lo mismo querer jugar a ensayar evitar el crimen.

Había guardado a buen recaudo el artículo periodístico y en la Biblioteca Municipal hallé los pocos textos del huésped que fueron traducidos al francés. Como lo crucé en el centro conversando con transeúntes y camareros de bares deduje que manejaba los rudimentos del francés, también sería normal que recibiera a un periodista enviado de La Vanguardia de Barcelona, al corresponsal regional de Le Monde. Una mañana lo abordé de frente en la terraza de una cafetería, concretamos la entrevista y mediante esa iniciativa comenzaba a bordar una cierta corona de protección sobre el personaje.

Así se sucedieron los acontecimientos, entre cordialidad del recibimiento e interés exagerado la primera conversación con el escritor invitado de la MEET fue mejor de lo esperado. Mi buen conocimiento de la obra publicada facilitó la tarea, pude hacerme una somera idea del pasado del individuo (compleja, oscura, falsificada) así como de sus hábitos en la ciudad que tenían el denominador común de la fuga. Al despedirnos quedamos en almorzar juntos uno de estos días, la nota resultante –mentí sin pruritos morales- saldría en dos semanas, dependiendo del caprichoso secretario de redacción, eventos extraordinarios que puedan ocurrir en el mundo y diagramadores de la casa central. Permanecería en Saint-Nazaire algunos días pues estoy escribiendo un gran reportaje sobre la metamorfosis de la ciudad astillero, por supuesto tiene encanto de otro tiempo, conocía el proyecto cultural de la MEET y comparto con él que los libros de la colección son objetos bonitos y hasta cualquier momento.

Cuando regresé al hotel llené varias fichas con ideas que se me ocurrían, por diferentes razones decidí que el escritor invitado tenía sobrados motivos para convertirse en víctima designada. Botellas amontonadas de bourbon en la cocina, pasado dudoso de desertor político, exilio impertinente con demasiadas quejas, regodeo rencoroso por ser objeto de odio y envidia en el medio literario lo hacía modélico en su destino victimario de muerte violenta. Había en él algo desagradable provocando rechazo, cuando le pregunté su opinión sobre la poesía de Jules Laforgue el montevideano, apenas esbozó una sonrisa de desdén. El recuerdo de cada una de sus réplicas daban pistas fiables para haberlo señalado en su seguimiento, mis opiniones personales tampoco debían hacerme olvidar el objetivo superior de mi tarea. Decidí que durante el almuerzo con el pasajero narrador le contaría la verdadera historia de mi iniciativa, hablaría sin mentir ni omitir detalle, debiendo adelantar su respuesta negativa y la indignación por hacerle perder horas preciosas de su valioso tiempo creativo.

El fotógrafo anónimo vaticinó el itinerario del escritor extranjero, cuando decidí seguirlo sin perderlo de vista a diferentes horas, él reproducía caminatas por lugares sabidos de memoria y en los hechos confirmaba mis conjeturas. Alguna vez, cuando en la soledad del paisaje urbano barrido por el viento nosotros dos éramos las únicas figuras, pensé que era inconcebible que él no me viera a mí o que por magia marina mi cuerpo se hubiera vuelto trasparente. Debería al menos haberme adivinado, alguien con tamaña experiencia del mundo y la zona pantanosa de la condición humana tampoco podía avanzar despreocupado por los descampados de Saint- Nazaire.

A medio camino mi plan inicial se fisuraba y el escenario imaginado se caía a pedazos delante de mis ojos. Había desenmascarado una trama perfecta que la realidad desteje cada día, vislumbré la totalidad del tapiz -salvo marcados rasgos diferenciadores- del asesino ocultado por la presencia fantástica de La Licorne. Debía eliminar esa impureza surgida al final del relato, restituyendo la simetría inapelable tendida entre realidad e imágenes recibidas en herencia. Era perentorio dotar de razón lógica e irrefutable a los hechos dramáticos que percibió el fotógrafo del obturador inicial.

Cuando ocurrió la transfiguración y muerte del episodio, el escritor extranjero estaba parado en el extremo de un espolón. final del interminable corredor de piedras ciclópeas y ferruginosas del mecano de Dios cuando era un niño. Cementerio marino de chalupas inservibles y cargueros dados de baja por el patrón del Tiempo, escoria insumergible del Universo fisurado restante luego que pasan los depredadores últimos. olor de materia inorgánica imponiéndose al perfume salado con algas verdes, excremento petrificado de gaviotas chillonas y cadáveres podridos de gatos despanzurrados por otros gatos más humanizados.

Seguro que él escuchó mi llegada hasta su aura y aguardó especulando con la sorpresa de descubrir -en un último segundo de conciencia- el rostro conocido que le deparó la muerte, acaso estaría defraudado al verme a mí tan cerca, lo que incluirá la rabia necesaria para finalizar pronto con la tarea. Avanzo despacio y faltando tres metros con él siempre de espaldas me detengo. Así se disponía la imagen faltante de la serie, a veinte metros mar adentro, mejorando un paisaje de encuadre en la foto tamaño postal al final del relato, cruzó un trabajoso carguero destartalado y de nuestro lado de la proa podían leerse las cuatro letras de MARY.

Un alguien infalible previó nuestra última fotografía treinta y una para cerrar la secuencia preparatoria dándole sentido narrativo. Fue en ese instante que se disparó el prodigio, escuché que detrás y epilogando la serie mutilada cuando llegó a mis manos, se disparó la Leica 35 a velocidad 1/500. Debía seguir adelante con mis asuntos pendiente de la vida anterior en la hora que viene; el escritor ante el paisaje que cayó sin vida tenía la edad -veintisiete años- de Jules Laforgue cuando murió.

Et peut-être qu’à l’heure où viendrait le néant
Baigner mon corps brisé de fraîcheur infinie,
Je mourrais doucement, consolé de la vie.

NOTA BENE

La versión transcripta se descubrió en una papelera del Hotel del Petit Maroc. Ello precedió en pocas horas a la detención de la inculpada, hallada vagando en las afueras de la ciudad cerca de una casa abandonada con mirador. Era una muchacha presentando trastornos psíquicos profundos; exceptuando la circunstancia premeditada del asesinato y versos trascriptos del poeta francés Jules Laforgue, el manuscrito cuenta una impostura de tipo delirante. Los restos mortales del escritor extranjeros fueron repatriados a su país de nacimiento, allí su vida estaba en peligro siendo objeto de varias amenazas y lo sepultaron con los honores del caso. En cuanto a la serie de las fotografías, resultó ser una confusión absurda en el envío del servicio privado de Correspondencia y se supo que era relevamiento de escenarios para un filme de estreno inminente.

La lectura e interpretación simbólica de imágenes en manos de un enfermo mental es imprevisible. Un especialista en tales desarreglos de Nantes -consultado para la ocasión e interesado por el caso- solicitó para profundizar su estudio un juego completo de las fotografías. El informe final afirma que puede considerarse otra interesante batería anexa al test de Rorschach de las diez planchas, artificio clínico para evaluar casos de esquizofrenia aguda. Aquellas manchas simétricas a priori, siete de color incluyendo dos en tonos rojos, otras tres policromadas de tinta y donde pacientes sensibles perciben siluetas enfrentadas de dos cisnes negros.

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Versión de los versos de Jules Laforgue citados en el texto

Yo jamás tendré aventura;
Qué pequeño es, en la Naturaleza
El trencito París-Ceinture!

Hoy todo me aburre. Abro mi cortina,
Arriba el cielo gris rayado de una eterna lluvia,
Debajo la calle donde en una bruma de hollín
Las sombras avanzan, resbalando entre charcos de agua.

Klop, klip, klop,klop, klip, klop.

Yo habré pasado mi vida a intentar embarcarme
En historias bastante funestas
Por el amor de mi corazón de Gloria!
-Oh! que caro se pagan los trenes perdidos
Donde yo pasé mi vida a intentar embarcarme!

Ah! cuántos atardeceres de mayo parecidos a este;
Que la vida es pareja, y el corazón de piedra.
Me volvieron loco tantas pequeñas miserias.
Pero ahora, yo sé aquello que me queda por hacer.

Buen Bretón nacido bajo los trópicos, cada crepúsculo
Yo iba a lo largo de un muelle llamado ensoñación.

Y quizá en la hora cuando vendrá la nada
A bañar mi cuerpo roto de frescura infinita,
Yo moriré sosegado, en paces con la vida.