[En la época de la emigración…]
En la época de la emigración de los ojos
planean inquietos los lenguados
y el temblor indignado de los jóvenes,
que ignoran qué les pasa, con sus órganos
viajando en surcos por la superficie
hacia el definitivo emplazamiento,
se transmite a la totalidad del banco.
Sobrevuelan abismos,
cortinajes de plantas, su cuerpo colectivo
se revuelve en la alarma o atraviesa
o desciende tanteando la fértil pegajosa
nube de la desova ajena, ¡y mientras tanto
unas verrugas negras les rodean la frente!
La piel hierve:
esa débil membrana, la que impide
que se mezcle a los fluidos interiores,
la gelatina helada,
sucia que constituye su elemento.
¡Vejigas planas llenas
de jugos ordenados, defendiéndose
de millones de litros que gravitan
sobre nuestras cabezas! Y esa casi imposible
comezón, y esas oblicuas perspectivas cambiantes,
y el pálido vientre indefenso.
La vibración del banco:
un sabor a disgusto se extiende por las aguas
como gotas de tinta, y retroceden
los otros habitantes como ante un olor fuerte.
Ninguno quiere tratos con esos alterados,
esos lenguados locos que sufren temporadas
de desorientación y de inquietudes
en la época de la emigración de los ojos.
Baño de viento
Desde muy pronto supe que, invisible,
irías a mi encuentro, y hoy lo has hecho
¡cómo lo has hecho!
Me has asaltado en despoblado.
Primero los quejidos
(son la respiración de las montañas).
Tañes las bajas cuerdas de los robles
y una nota en el pino.
Me sumes, me rodeas: ¿cómo puedes al tiempo
soplar del sur, del norte y sus costados?
¿Quién destapó tus odres, quién liberó tus lazos?
Di: ¿por quién soplas?
No me buscas a mí (¿cómo decirlo?):
troncos secos, un hombre,
las peñas… ¿Por qué soplas?
No arrancarás ni un átomo más a esta tierra pelada,
ni inclinarás más plantas que hace tiempo te acatan
Me ahogo de aire,
de la pura presión en los pulmones,
de estos fluidos espesos, congregados
a mi alrededor: ¡cómo me impregnas!,
¡de qué modo penetras!
Morir de sed y ahogado,
de deseo entre tus brazos.
¡No puedo respirarte!
La gelatina espesa que me rodea
no merece el nombre aire
(¿es agua el hielo?).
Amaina.
O tal vez los pulmones colosales
han gastado sus últimas reservas
(y mil kilómetros al sur o al norte
–ventiscas en el Ártico, las ardientes tormentas africanas–
estás cobrando aliento, almacenando
por millones los litros
para luego exhalarlos).
Con la tregua
vuelve el mundo a su ser: zumban abejas
algún pájaro canta y el silencio
se despliega detrás.
Imperceptible
al comienzo, ¿quién se me acerca
saltando por los valles? ¿Qué es ese rumor sordo,
de cosas que no quieren entregarse
abatidas?
Ya estás aquí de nuevo.
No con más ímpetu, sino con la misma
voluntad que te fuiste: eres el mismo viento,
no eres otro, no tienes más sentido.
En ti no hay sotavento.
Tu furia monocorde y contenida,
caricias oficiosas,
la pesantez que imprimes.
Eres más fuerte, viento (vuelvo a casa).
Tarde
Por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena
(Garcilaso)
Ahora muevo dos hebras: las levanto
y agito un poco. Las suelto y caen sin peso.
Ahora todo un mechón: gira y se enrosca
(lo humedece mi aliento
desde el mar).
Cien cabellos muy finos, los más finos
se erizan y se esponjan
desde las periferias: ¡cómo brillan!
Soplo suave
y un bucle disponible se levanta,
juega a no levantarse y al fin se yergue:
arrastro su perfume hacia lo lejos.
Ahora convoco en la nuca una espiral de rizos:
se hacen y se deshacen sin acuerdo.
Es todo un triunfo: ¡las cien hebras
recogiendo este sol, y en contrapunto
el bucle alborotado!
Suficiente: sin levantar los ojos
del libro
te alisas el cabello con las manos.
Fin del juego.
Unanimidad
Cambia el viento,
y las barcas, estáticas, en el piélago azul,
manifiestan sus primeras disensiones.
Comienzan las de goma,
que con su proa roma
ya secundan, volubles,
la ráfaga en discordia.
Les siguen entonces diversos materiales:
casco en fibra de vidrio, en polímeros plásticos,
que vacilan, se agitan y vuelven a parar.
Desconcierto. Silencio.
¡Siete barcas y nueve direcciones
(cabecea la zodiac, sin hallar su lugar)!
Nuevas ráfagas marcan la dominante,
y hasta el pesado casco de madera
(la Elenita o La Antorcha)
se arranca de su inercia como quien deja un vicio,
muy a regañadientes.
Veletas, mal que pese
a su espíritu marino y viajero.
No fueron concebidas para indicar la fuente
de donde viene el viento
(gallo o bajel de lata); incómodas lo dicen
a quien quiera observarlas.
¡Mirad!, exponen todas, unánimes al fin:
¡Desde ahí resopla!
Fuga
A A A I A se llama la barca.
A A A I A será un nombre de mujer:
vientos, oleajes y roces azarosos
han ido quitándole letras
a la dedicatoria antigua y amorosa.
a las ondas; aún se entrega a las corrientes
o las vence, y en cada cabeceo voluntarioso
peligra: las vocales se aferran a las bordas,
temerosas de hundirse en el abismo.
Hace tiempo que sus hermanas duras
reposan en el fondo, o viajan en el vientre
de una bestia voraz. No quieren compartirla,
esa suerte. No quieren todavía…
A A A I A: cuando el último viaje
te lleve vacilante a las profundas
praderas donde el sargo pace la poseidonia
y cuando la acción combinada de grandes y pequeños
organismos marinos deshaga tus maderas
quedarán por fin libres para siempre
la A primera, la segunda, la A tercera
la única I y la A definitiva.
Oleajes y tormentas barajarán las letras,
las mezclarán con otras que atesora el insondable
fondo oceánico: mientras la corrosión respete
el hueco de una letra, la forma de su trazo,
todas juntas dirán cosas terribles y nuevas
que nunca pensó el amante propietario
cuando bautizó al barco A A A I A.
Fractal
¡Qué gozo dirigirse hacia el encuentro
atravesando campos y montañas,
y rebasar el río y cementerio!
Pero llegar al río junto al cementerio
significa pasar el pueblo en ruinas sobre la colina;
y para llegar al pueblo y a las ruinas
hay que atravesar los campos de un blanco lunar con matojos;
para llegar a los campos lunares sembrados de matas
no hay más remedio que hendir las hileras de frutales
y no hendirá las hileras de frutales
quien no pase las tierras aradas color chocolate;
las tierras aradas color sangre no las rebasa
el que no haya recorrido el largo túnel negro;
el interminable túnel negro no lo atraviesa
quien no haya embocado su abertura junto a la ladera empinada,
pero no llega a la ladera abrupta
quien no haya traspuesto los farallones ciclópeos
al final de la llanura,
y la llanura sólo la atraviesa
quien deja atrás maganos, terrazas y vides;
pero cada magano y terraza, y cada planta de vid
cuesta una lucha y un tiempo que se dilata,
y el pobre condenado a retardar el encuentro
deberá atravesar sitios, y sitios entre sitios,
y los sitios diminutos que se extienden cuando ya parece
que no caben más sitios: otra cárcava, un barranco diminuto
dentro de él el rastro de un hilillo remoto de agua,
sus estrías en el polvo, y dentro de ellas
guijarros y alguna hierba seca,
cuyas nervaduras minúsculas una a una y todas ellas
deberán también ser rebasadas en el camino.
¡Pobre de aquel condenado a dilatar el viaje
abriéndose camino entre demasiadas cosas
que están llenas de cosas a su vez,
sin llegar nunca!
Las Damas de los Altos
Encima de las copas de los árboles
en la penumbra anaranjada de las farolas
disfrutan su existencia de metopas
las Damas de los Altos.
No es altivez: distancia es lo que acusan
sus miradas vacías.
Aupadas a los hombros de edificios
van presenciando el tiempo.
¿Nacieron allá arriba? ¿No saben de otro mundo?
Por toda compañía, Mercurios impacientes
conversan de negocios de cornisa a cornisa:
no asienten, no discuten las Damas de los Altos…
¡Trenzas de yeso, rizos
pétreos y polvo en las pupilas
de las moradoras de arriba!
Se me ocurrió una tarde; lo pienso en mis paseos:
las Damas de los Altos todas se te parecen.
Telépata
«El vestido granate».
Hay un magma de voces en el aire
entremezcladas.
Pero me van llegando, y ya son mías:
puedo recibirlas como bienes sin dueño.
«Sí, el vestido granate», dice una de ellas.
Estoy viva, estoy viva, es lo que está diciendo.
«Sé cómo es la zarzuela: los actores…»,
como quien dice: Yo valgo más que tú.
«Yo lo he visto en la tele», y el tono ansioso:
Espera un poco no te lo quedes todo deja sitio
«Cariñoso, trabajador, o sea un tío…»
No dicen lo que dicen.
«Cada uno tiene su estilo propio,
yo eso lo entiendo, y no vas a cambiarlo».
¿No pasará la tarde?
El fin del mundo:
Tomar cuerpo
[versión del poema de Ghérasim Luca]
Yo te nariz yo te cabello
yo te cadero
tú me encantas
yo te pecho
yo te busto el pecho y luego te rostro
yo te bluso
tú me olor tú me vértigo
tú te deslizas
yo te muslo yo te acaricio
yo te tirito
tú me empiernas
tú me insostenible
yo te amazono
yo te garganto yo te vientro
yo te faldo
yo te ligo yo te bajo yo te Bach
sí yo te Bach para clavicémbalo seno y flauta
yo te tembloroso
tú me seduces tú me absorbes
yo te disputo
yo te riesgo yo te trepo
tú me merodeas
yo te nado
pero tú me torbellinas
tú me rozas tú me disciernes
tú me carne cuero piel y mordisco
tú me bragas negras
tú me bailarinas rojas
y cuando tú no tacon alto mis sentidos
tú los cocodrilas
tú les focas tú les fascinas
tú me cubres
yo te descubro yo te invento
a veces tú te entregas
tú me labios húmedos
yo te expido y yo te expiro
tú me expiras y pasionas
yo te hombro yo te vertebro yo te tobillo
yo te pestañas y pupilas
y si yo no omoplato ante mis pulmones
incluso de lejos tú me axilas
yo te respiro
día y noche yo te respiro
yo te boco
yo te paladeo yo te diento yo te garro
yo te vulvo yo te párpado
yo te aliento
yo te inglo
yo te sangro yo te cuello
yo te pantorrillo yo te certezo
yo te mejillo y te veno
yo te manos
yo te sudor
yo te lenguo
yo te nuco
yo te navego
yo te sombro yo te cuerpo y te fantasmo
yo te retino en mi aliento
tú te iris
yo te escribo
tú me piensas