Midas

          I

Dionisio lo premió con un deseo
por su hospitalidad. Él pidió oro.
No escuchó hablar de Ícaro o del toro
con cuerpo de hombre que mató Teseo.

Quiso volver dorado el Mar Egeo
—La historia no lo cuenta pero un coro
de borrachos se la ha enseñado a un loro
que la repite por Montevideo.

pero se volvió viejo en el intento,
atorando palomas con miguitas
de diez quilates en alguna plaza.

Perdido todo: la mujer, la casa
sentado silba a puro descontento
haciendo de las lágrimas pepitas.

          II

Mi mujer, la sirvienta, dos vecinas,
la heladera, el portón, y los espejos,
El parral, el jarrón, los diarios viejos,
el rosal, el malvón, las cinacinas.

Las latas de ananá, las de sardinas,
los anteojos y los catalejos.
El balcón, el parqué, los azulejos,
y un blíster olvidado de aspirinas.

Todo se vuelve barro con el tacto.
El método es de Apolo. Lo delata
su venganza anterior, más redituable.

Dejo el fangal oscuro, irrespirable,
y me baño en el Río de la Plata,
volviéndolo marrón con el contacto.