A modo de recibidor

Supongo que sería contradictorio extenderme mucho para hablar de la microficción. Ya la bauticé para estos renglones. Las expresiones para denominar este tipo de narrativa breve o hiperbreve y sus zonas aledañas son varias, como variadas son sus características, sus posibilidades y los caminos que se pueden recorrer en ella. Esta literatura no es nueva, es añeja. No es una invención del siglo XX ni se limita a términos como minificción, microficción, minicuento o microrrelato, por citar algunos de los más utilizados. Sí es cierto que desde la segunda mitad del siglo XX este tipo de literatura se ha multiplicado y desarrollado con pujanza y fuerza propia. No solo en la creación de textos sino también en su estudio y reflexión.

Ese desarrollo se ha dado particularmente en algunos sitios de América Latina. Países como México, Argentina, Colombia, Chile o Perú cuentan con una tradición en la materia. Algunos de esos árboles son frondosos: muchas ramas, tronco grande y raíces que día a día, desde hace décadas, se extienden y fortifican. En otros sitios, como Uruguay, claramente no ha sido así.

La microficción se hizo adulta y trascendió mucho antes de que aparecieran las denominadas nuevas tecnologías. Antes de internet, los medios digitales, los blogs, los teléfonos celulares, las redes sociales y la conectividad permanente. Aunque indudablemente todo esto ha potenciado su difusión e incluso influyó al género, para bien y para mal. Lo breve puede circular más fácil en este tiempo, pero eso implica riesgos. Por ejemplo formar parte de un mar infinito, desconectado, ser asimilado como algo efímero, perecedero o de menor calidad, confundirse con cosas que no es, caer en el facilismo, agotarse en el efecto final, moldearse considerando la reacción inmediata.

A nivel general, este tipo de literatura mínima pasó de ser una rareza o ejercicio ocasional a convertirse en un género con características propias. Se hizo mayor de edad y logró un lugar en el mapa de las letras. A medida que crece aumenta en variedad y densidad, en cultores y lectores. Pero tampoco hay que engañarse, es obvio que sigue siendo un género menor en comparación con otros como el cuento, la novela o la poesía.

Las fronteras siempre son difusas y el caso de la narrativa breve no es una excepción. Su acabada caracterización se la dejo a otros que saben más del asunto, aunque sí se puede marcar algo básico: suele considerarse que más allá de 400 o 500 palabras no es microficción. Esto no define al género, pero sí lo limita. A su vez, hay muchos textos más cortos que claramente no entrar en esta categoría, como por ejemplo un poema, un refrán, un chiste o un aforismo. Y acá me planto. Dejo la cuestión para los entendidos.

Diré sí que breve no es sinónimo de fácil, aunque hacer algo breve pueda resultar sencillo. El asunto no es alcanzar una cantidad de renglones. Llegar al producto final requiere muchas revisiones y correcciones, mucho tiempo de reposo, lapsos largos e indeterminados en los que una idea, un título, una frase, un hecho o una emoción pasa por infinitas versiones hasta llegar a una formulación casi definitiva.

A título personal, la escritura breve es por elección y lo que escribo desborda los márgenes que se puedan determinar para el género. Me tiene sin cuidado. Como sucede con el fútbol, al escribir también uno escoge su puesto en función de algunas cosas: gusto, capacidad, conocimiento y carácter, por ejemplo. Fue así que después de mucho desmalezar se encontraron dos caminos personales, el de la lectura y el de la escritura. Escribir breve implica concisión, minuciosidad, atención a los detalles. Gusto por lo mínimo, las pausas, el silencio y la sugerencia. Requiere hacer y rehacer, detenerse en cada palabra, dejar reposar y reconsiderar. Releer y modificar un texto cien veces hasta quedar casi convencido o eliminarlo.

El procedimiento insume mucho tiempo, a sabiendas de que en esto no hay plata ni oro. Hay satisfacción, gusto personal y poco más. Eso libera. Este tipo de escritura tiene mucho de lúdico y desafiante, de descontracturado y campo virgen, de invitación y desafío. Tiene cadencia, ritmo y sonoridad. Permite abarcar muchos temas de distinta forma, recorrer la fantasía y la realidad, el absurdo y la reflexión, lo simple y lo profundo. Significa resolver decenas de ideas que surgen y definitivamente se materializan, al menos en un descarte.

Se escribe siempre buscando un efecto, un mensaje, una sugerencia a la continuidad de la historia por quien está del otro lado de la hoja. El lector es juez y parte. Más que invitado es un actor protagónico, ya que muchas veces le toca terminar la historia, agregar lo que no está, darle sentido.

El texto breve es como una carrera de 100 metros llanos. No se puede guardar fuerzas para el final, ni descansar un poco en el medio, ni arrancar suave hasta entrar en calor. Importa cada paso. Es una cápsula de letras y palabras que tiene que estar lo mejor pensada y elaborada para que funcione, cosa que obviamente no siempre ocurre, o que ocurre unas veces sí y otras no, con un lector sí y con otro no.

En la microficción no hay empate. Se gana o se pierde, en cada texto. En pos del triunfo no se puede escatimar esfuerzo, entrenamiento, estrategia, ni la última gota de sudor. De cualquier manera, a pesar de todo lo que se haga, como en el fútbol, nada asegura el triunfo.

Compruébelo usted mismo.

Marcos Robledo