18.262
A los 50 años clavados se puso a sacar cuentas. Meditó un poco y se repitió que ya había atravesado su ecuador, que estaba en la segunda mitad de su vida. La gran duda era si en esa condición llevaba días, meses o años.
Multiplicó 50 por 365 y le agregó 12 por los años bisiestos transcurridos desde su nacimiento. Resultado final: 18.262. Era mucho. No había hecho tanta cosa, no había vivido todo aquel tiempo. Sintió que el estómago, la cara, el pecho, los brazos y las piernas pensaban lo mismo. Un desperdicio de oportunidades, mujeres y días soleados.
Fue a su mesa de luz y agarró el revólver cargado. Puso un poco más de whisky en el vaso aguachento y se lo bebió de un trago. Le faltaba hielo. Estaba fuerte y feo.
Lo siguiente que vació fue el revólver. Seis tiros. La bombita de luz murió en mil pedazos. No soportaba dormir con la luz prendida.
El gato desapareció cuando vino el circo
El gato desapareció cuando vino el circo. Las monedas cuando levantaron el plato sin ñoquis. La Atlántida cuando subió la marea. La lapicera Parker cuando invitamos al cleptómano de tu hermano. El marido de tu hermana cuando ella se enteró de que era una cornuda. El charlatán cuando las papas quemaron. El Barrio Sur cuando vino la piqueta fatal del progreso. La merca cuando alguno vio que quedaba poca. Una parte de Hiroshima cuando cayó la bomba. Los de la mosqueta cuando divisaron un patrullero. El café cuando quise darme cuenta. La ilusión cuando pitó el juez. El circo cuando se acabaron los gatos.
Ojos desconocidos hasta ahora
El hombre tenía a la bestia delante suyo. Con sus 16 patas enormes de las cuales cualquiera podía aplastar un perro grande. Con ocho brazos y seis tentáculos que golpeaban tan fuerte como un árbol y atrapaban como una boa enorme. Con una mandíbula que asustaba al dejar ver sus tres filas de dientes arriba y abajo, que podían desgarrar y deshacer a un rinoceronte. Con cuatro cuernos capaces de atravesar un elefante marino como si fuera un gajo de mandarina. Con un rugido que podía resquebrajar vidrios de varios centímetros de espesor. Con esos ojos rojos horribles, venidos de las cavernas más profundas. Ojos desconocidos por siglos y siglos, hasta ahora.
Tan menudo como tranquilo, el hombre notó que la bestia -grande como el más grande dinosaurio- tenía una pata mal, bastante más corta que las demás. Agarró una goma y lo arregló.
Lunes otra vez
Salgo del Metro en Plaza Universidad y camino por la calle Pelai. Soy un kamikaze japonés que sabe lo que hará minutos después. A doscientos metros un reloj me indica que dentro de nada tengo que empezar, que se termina. Es lunes de mañana. A lo lejos, desde atrás, unas sirenas avanzan. Pasan dos vehículos de bomberos a mí lado y pienso, sueño, deseo. Ojalá. Ojalá. Cruzo los dedos. Cierro los ojos. Pero no. Ni cerca. Siguen de largo. No se detienen donde deberían. La empresa no está envuelta en llamas.
Otra velita
De nuevo cumpleaños y la pelota en la casa de doña María, pensó Ismael. Tiempo de hacer balances, soplar velitas y soportar tirones de oreja. Entonces se pregunta qué aprendió hasta ahora. Las preguntas se repiten y mecánicamente las respuestas también.
Nombre antiguo de la nota musical do: ut. Llevar a remolque una nave por medio de un cabo: atoar. Carbón hecho con huesos de aceituna: erraj. Matrícula de Mozambique: Moc. Ría de Galicia: Erosa. Ciudad de Caldea: Ur. Río suizo: Aar. Tierra sin cultivar ni labrar: erial. Ternero menor de dos años: eral. Disco heráldico en los escudos: roel. Departamento de Francia: Ain. Bóvido extinto o bisonte extinguido: uro. Indio de Tierra del Fuego: ona. Islote del Mediterráneo: If. Rutherfordio: Rt. Wolframio: W. Río de Siberia: Obi. Antigua lengua provenzal: oc. Ave trepadora americana: ani. Piojo de las gallinas: ina. Padre de Matusalén: Enoc.
Entonces concluye que, por más limitado que sea, algo siempre aprende.
Burocracia
Pasó siete años sin poder dormir a pata ancha, ya que estar muerto le traía bastantes complicaciones. No solo tener que andar explicando el caso, sino porque además de quitarle el sueño la situación le quitaba la jubilación. Ochenta y cuatro meses sin ver un peso.
Luego de muchas gestiones, Jaime Mumitris logró la confirmación oficial de que estaba vivo. Al muerto de nombre parecido no tenían que avisarle porque ya estaba al tanto; aunque en la familia algunos pensaban que sí y otros que no, eso no era asunto de su incumbencia.
-Lo importante es que se pudo solucionar. Ahora no nos vamos a poner a buscar culpables- explicó el funcionario municipal.
Lobo
¿Lobo, estás? ¿Lobo, estás? ¿Eeeehhh? No te hagas el sordo. Sé que andás por acá. No te escondas. No te hagas humo. No ocultes tu pelambre. No calles tu respiración. Sé que estás metido en algún recoveco. Oculto, pero no para atacar, sino para huir.
Aparecé, lobo. Quiero hablar contigo. No te voy a hacer nada. No traje la metralleta. Solo quiero decirte dos palabras. O alguna más. Ocho, para ser más preciso. La puta que te parió, lobo de mierda. Dejate ver. No seas garca. Hablemos civilizadamente.
Hacete cargo, lupus canis. Siento tu olor a mugre, así que no podés estar muy lejos. Apersonate, mamífero placentario del orden de los carnívoros. Vení. Dale. Sé que me estás escuchando y que sabés de lo que te hablo. ¿Verdad que sí? ¿Verdad que sabés de lo que te hablo? Si no, no te estarías escondiendo. ¿No es así?
Lobito. Hola, lobito. Veo que no aparecés, pero seguro me estás oyendo. Así que escuchame bien, lobo cagón de pacotilla. Oíme bien, depredador cuadrúpedo. Abrí esas orejas tan grandes que tenés. Te lo digo una sola vez. No te metas nunca más en los sueños de mi chiquito. ¿Sentiste? Una vez más y te hago alfombra, lobo de mierda.
Todos los inviernos
Silvia se acurrucó abrazada a su compañero y se durmió. Era una de esas noches gélidas de junio o julio en las que una ola de frío polar invade la ciudad. Una de esas en las que las estufas se prenden más temprano, la gente se pone una frazada más, las duchas son más largas y con agua casi hirviendo. Una de esas noches en que se cena guiso o sopa, después tableta de chocolate, copita de grapamiel y a la cama. Incluso algunos, aunque no lo admitan, usan piyama, bolsa de agua caliente o manta eléctrica.
Eso en las casas. En la calle, esta vez Silvia, hipotermia.
Frases
Navegar es preciso, vivir no es preciso. Life’s a bitch. Vivimos para morir. Toda la puta vida igual (ojalá que no). Más vale vivir un año a mil que mil años a diez. Cuando te sepas frío, say no more. Acá están todos muertos. Acá estuvimos nosotros. Alguna vez las rocas fueron cerebros. Todo está tan muerto como si nunca hubiera sucedido. Aguante el misterio. Dejame dormir por un eterno instante en la mágica noche de tus pupilas. Nuestra estrella se agotó y era mi lujo. El mundo muere, se termina una voz y una amiga. Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo mismo no me siento nada bien, firma Woody Allen.
No son frases antojadizas, son grafitis. No son muros antojadizos, son de los cementerios montevideanos.
Una mosca del tamaño de Hawaii
-Es cierto -contó el niño-. La mosca era del tamaño de Hawaii. No, mentira. Era más grande. No entraba en las islas y las patas se apoyaban en el agua. Y estaba ahí quietita, sin preocuparse porque la estuviera mirando cada vez más de cerca. Recién cuando vio venir el matamoscas salió volando. La busqué y no la vi más. Rarísimo.
El cuento de los tres chanchitos
-¡Y soplaré y soplaré y la casa derribaré!-. La madre leía intentando dormir a Nadia. La pequeña había estado toda la tarde jugando con sus amigos de la cuadra, a la escondida, a la mancha, a la pelota. Su mamá se imaginaba que mucha cuerda no le podía quedar antes de caer rendida.
El primer chanchito se fue para la casa del segundo. -¡Y soplaré y soplaré y la casa derribaré!-. Cuando la niña se estaba por dormir se escucharon los primeros tiros, así que la madre subió el volumen de su voz, en un fino equilibrio entre no despertarla y que se duerma sin escuchar nada.
Los dos chanchitos se fueron a la casa del tercero. -¡Y soplaré y soplaré y la casa derribaré!-. Pero el zorro no pudo derribarla, porque las paredes de ladrillo resisten más que otras. Aguantan hasta una bala perdida, por ejemplo. No así las casas con pared de chapa, como la de la Nadia.
Entonces es como truvias
Sulplíme de tanto murfa. Si la marquética no mimblara ante los rayos del sol, sería trucante verla infimirse, con esos blutines tan plótidos, tan plúcinos. Si tu bungraso estuviera tacante, si los grinoseos cabrifengos no se sengrasen tan fácil, otra muríria nos estaría cresando como agua. Pero claro, ni los trucores de tus megretes están esperando que milingue urcante, ni mis utipitos brusan mientras se agragan de tanto lumiten. Entonces es como truvias. Entonces es una nocrisa sopicar que una noche troquitante por las dudas, por si acaso, por si la metulenda propi se grotara como nunca. Es eso. Es así. No frigamerá. No suncundará la mojota aunque miriemos que munitati. No pocorosará más en los muchecos que setrinás. Tubante será. Tubante. Como si grogar fuera de un color muchitro. Como si prenutases mirícadas. Como cruti. Así que dorotá, que mientras tanto curucaré. Es eso. Es así. Ya no frigamerá.