Entre los textos de FH y las teorías heterodoxas de análisis circulando, se entabla con fluidez un diálogo fecundo y equívocos minimalistas en permanente reacomodo. Lo fantástico, la memoria (las memorias) y el doble son nociones básicos de su literatura de vacilante delimitación; si a ello sumamos la indeterminación afectando la función poética del lenguaje, todo parece indicar que la tarea de una interpretación unidireccional puede plegarse levemente a conclusiones en general aproximadas.
Aún pertrechados de un arsenal teórico plural, la lectura de los cuentos demuestra la pertinencia e indigencia de enfoques parciales excluyentes. Al auxilio del estudioso, siempre llegan desde el valle conceptual algunos perros San Bernardo generosos y bien provistos. El discurso psicoanalítico insinuando sus derivas sexuales, deslumbramientos semióticos irrefutables post Julia Kristeva y la desmesura de la analogía fotogénica que en FH -está probado en su bibliografía- suele explayarse al infinito. Con ese arsenal auxiliar pueden tentarse afirmaciones verosímiles por convincentes; ello, para la mayoría de los casos clínicos retenidos: fobias de protagonistas, alucinante presentación de objetos significantes, pasiva complicidad de otros personajes de apariencias normales en dependencia y complicidad. Todo lo que lleva a suponer que -al interior de los temas presentados- coexisten factores inexplicables por el absurdo aceptado y de categorización dificultosa, con una trama atrapante de filamentos cotidianos deslizándose en túneles y puertas falsas. El cruce de las leyes físicas del lector operando en nuestro universo gravitacional y las leyes poéticas (suerte de Física cuántica de “lo otro”) del texto es lo que parece predominar en los cuentos de FH.
La indefinición anotada entre fantasía alterada, ilusión cómica y realidad arbitraria, orienta a un nivel de intercambio sólo identificable desde la imaginación que se acomoda como objeto de estudio y pragmática de análisis. Ello posibilita que la obra de FH nunca termina de zafar del todo de lo que puede designarse posibilidades humanas, siendo que los desarreglos ocurren al interior del laboratorio antropológico. Jean Cocteau decía que el tacto en la audacia, reside en saber hasta qué punto se puede ir más allá; ya priorizar lo otro supone postular lo determinante de las líneas de demarcación. De esta manera se hipnotiza, se anestesia el rechazo en bloque de un horror desagradable, posibilitando una relación honda y clandestina con el lector, cuando el placer de la lectura se explica por la experimentación simultánea de otros placeres.
El valor de FH no proviene del despertar admiraciones incondicionales masivas y repentinas, sino de su gran capacidad de descubrir descubriéndose. Muestra con complicidad sin énfasis el teatro de sombras de nosotros mismos, los dramas periféricos que nunca vemos pues ocurren mientras miramos la escena sin riesgo que nos reconforta. Lo extraño nunca es presentido como algo ajeno radical, siendo una dinámica que nos acerca hacia lo posible y todo puede depender de detalles, intensidad de la luz, hallarnos en el momento justo en el lugar prodigioso y lo fantástico en la sinergia de las circunstancias. Sus cuentos tienen la virtud de poder resumirse en un enunciado breve que periódicamente parecen cadáveres exquisitos, secuela musicalizada del azar y la necesidad. Esa síntesis desarticulada argumental del asunto del relato puede confundirse con una propuesta surrealista, incompleta o equívoca, una fotografía fuera de foco, alguna falla en la percepción del observador o error de acto fallido al momento de juzgar.
Formulaciones elementales de pura ficción, más llaman la atención y el interés por lo extravagante raro que por lo inquietante perturbador, resultando una trampa cebada por la inocencia. Hipnotizados que permanecemos viendo a sus personajes avanzar hacia el desastre con naturalidad que inspira compasión. Cuando nos proponemos conocer cómo puede desarrollarse la tragicomedia de señora de su casa viuda de un balcón, cruzamos con elementos singulares; tanto de la escena que nos aguarda como de la exploración de nuestra curiosidad, aceptamos que esa ecuación tiene más de una incógnita y como en matemáticas puede tener raíces reales e imaginarias. El ingenioso y seductor resumen depara múltiples sorpresas; entre secuencias que reconocemos de nuestro entorno cotidiano y otras situaciones nunca descartables como ajenas a lo humano, pasando del absurdo sorprendente a lo molesto e irritante fastidiando el sentido común. Su hipótesis de trabajo más frecuentada es en general un desajuste en el ensamblado de las piezas del puzle, desplazamiento irrecuperable del dispositivo normal que puede ser omisión o equívoco minúsculo. FH nunca restaura ni sondea puntos de equilibro entre las regiones escondidas; por el contrario, el narrador se dedica a explorar/aceptar/indagar la fisura imperceptible y fractal. Una sugestiva fuga interconectada de realidad e imaginación, iniciada en el cruce conflictivo espacio temporal de lo objetivo con la situación narrada.
El tema formulado del cuento desborda el referido interés a la (¿necesaria? ¿pertinente?) solución del conflicto hacia su explicación lógica o reacomodo de coordinadas cartesianas. Tampoco en los finales se operan modificaciones o sustitución; su propuesta de finales ambivalentes busca más bien redondear un ciclo de la neurosis del personaje. Desplazarlo en una evolución que lo reintegra al inicio, a manera de eterno retorno o máquinas célibes psíquicas del movimiento perpetuo. Estas revoluciones -asimismo- buscan verificar la entrada <> salida del narrador/personaje de la narración misma. Más que a una revelación final, cuyas pautas debieran estar diseminadas a lo largo del relato, asistimos a la fragmentación del núcleo dramático que desautoriza cualquier legalidad preexistente: lo otro precede la primera línea escrita y el primer minuto de lectura. El cuento es una focalización transitoria, como el mundo observado cuando alumbramos las tinieblas con el círculo versátil de una linterna que necesita pilas nuevas.
Los intereses no se suprimen ni se reconcilian; habíamos llegado en la lectura -después de un concubinato irónico y despiadado- a un instante donde la coexistencia de dos visiones diferentes del mundo se torna aporía. La literatura de FH tiende más a evadirse que a concentrarse y la escritura se sucede en el proceso de difusión; falta absorción y se sublima el rechazo. El narrador logra salir con astucia de la escenificación neurótica ajena sin manifestar piedad durante el desenmascaramiento, mostrarse comprensible sería amainar la energía que los lleva a merodear el retablo del mundo. El personaje conflictuado -una vez cumplida su función dadora de temas- se reniega en busca de nuevos cómplices para sus vivencia; el cuento contando con nosotros se termina y el personaje recurrente promete nuevos episodios.
Los desenlaces en cuanto a resolución de núcleos de tensión, generalmente concluyen en esa separación que apuntábamos, resultante de la peripecia que tiene por protagonista el personaje que ejerce la excepción. Logró el máximo de la exposición, el escritor renuncia a seguirle los pasos, el lector desconfiado permanece rumiando sobre las circunstancias del antes y el después. En sus cuentos todo el dispositivo parece ser la preparación para que algo irrumpa, se muestra en su más intensa luminosidad como una estrella fugaz y luego retorno aconsejado a la negrura cósmica. Sufrimos la ignorancia de una formación de situaciones previas a acciones que presumimos inminentes y que demoran en concretarse o asumen lo imprevisible. Su efecto en la lectura tampoco depende del final ignorado y la puesta en funcionamiento de mecanismos narrativos que suelen prescindir de resoluciones; idéntica conciencia puede atribuirse a los comienzos, pues la acción de connotación fantástica preexiste al gesto de la narración y duración cronometrada de la lectura. Algunos textos como “Nadie encendía las lámparas” apenas tienen desarrollo, semejan una suma orgánica más pasible de descripción fenomenológica que de anécdota. Lo descriptivo también es insuficiente, se percibe acaso la enumeración primera de lo evidente y un catálogo de objetos; como si estuviéramos obligados a aceptar de oficio lo que FH denominó “lo otro” (43) y se encuentra/conoce cuando se ingresa a los protocolos del misterio. El contacto inicial se origina intuyendo la contradicción en una coloración monocorde de lo cotidiano, dicha marginalidad es un incentivo y fuente de inspiración para la escritura de FH. Niños, viejas, ciegos y recitadores son sus preferidos; escapados/expulsados/fugados del mundo de las convenciones y los manuales de urbanidad.
La originalidad de los relatos se nutre del proponer un universo sin cálculo de antemano, premeditación suficiente o plan previsto en las expectativas de lectura. Como si entre su condición de uruguayo y las posibilidades de lo fantástico, se abriera una brecha andrógina desconocida en los manuales. Lo suyo no es un gesto abarcador global que puede con-fundirse con una visión neo filosófica del mundo. FH contempla dándole -como buen músico- el justo valor de los tiempos diferentes según lo anotado sobre el pentagrama. Supeditando las impresiones a la observación interesada de los pliegues menos evidente y ocultos, los más escondidos cuya captación en trama es objeto en movimiento contemplativo parsimonioso. Esa narrativa comporta la búsqueda y peregrinación que lo proyecta a zonas sin colonizar por el relato, donde los actos adquieren el horror de aquello que perdió proporción y la conciencia de rehusar convenciones sociales. Ante la realidad manifestada como duplicaciones incesantes de reacción en cadena FH se muestra indiferente.
El interés comienza cuando durante esa búsqueda -más que una espera latente- logra entrever un movimiento interno del sistema que se manifiesta irracional. Una actitud con escaso poder de aparición repetida en sociedad, invisible para la mayoría de los conciudadanos que ni siquiera saben de qué va la canción.