Los objetos son un ornato de signos sobre la escenografía donde se renuevan tragicomedias de seres perturbados. La escisión del mundo fragmentado en su unidad y degradado en términos de funciones decorativas, hacen que cada cosa visible (además de las palabras) incluya la tendencia a independizarse, cierta plusvalía insospechada y una función asignada en el relato. Demostrando así que la noción de alienación desborda la categoría usual de los procesos mentales, que pueden potenciarla en el momento de la socialización por supuesto. Los objetos o aquello opaco y resistente a lo humano, las formas artificiales ocupando materialmente el espacio vital. Dispuestos fuera de nosotros considerados cuerpos y en una dimensión de pertenencia desestabilizadora de nuestro sistema de interpretar el mundo.
Alterados los axiomas de relación entre el yo y la materialidad circundante se apunta a cuestionar las certezas más absolutas. En tanto circulación eléctrica reaccionando en el texto, contribuyen a tensionar las fuerzas del relato, adquieren una relevancia similar a una subversión ontológica; siendo capaces incluso de organizar su drama propio, desbordando la autoridad de los usuarios / propietarios / fusionados. Al convocarlos de manera reiterada, FH los jerarquiza con la amenaza o promesa de la subversión, atribuyéndoles el imperativo de apropiarse de leyes propias aspirando a sistema, activando un doble movimiento o la misma movilidad en dos articulaciones.
Primero avanzan en su condición óntica internándose en territorios que parecían tierra de nadie, como puede ser la catarsis irrefrenable del deseo o variaciones de la comunicación no verbal; los objetos también pueden perderse como los caballos. Ese avance y juego de creación e invasión de territorios inexistentes en lo previo, tiene en los personajes el cursor de pertenencia y medida más afortunada. Objetos y personajes se disputan la preeminencia en la escritura, resultando una dialéctica que anula relaciones formales -tal como podría teorizarse en una óptica de capital y mercancía- para instrumentar una dependencia -cuando no una función ortopédica- entre seres y objetos. Los objetos cosifican la equívoca y conflictiva relación con el mundo, su presencia contribuye a enrarecer el clima de la narración; funciona como vías de presentación y ejercicio de las fantasías. En algunos casos es carburador que enciende la puesta en marcha más inocente y menos peligrosa del drama anterior.
Adquieren una dimensión de juguete adulto dotado de vida, dejando en la oscuridad otro nivel de escenificación -más perversa podría arriesgarse- de no estar distanciado de los objetos para provocar la sublimación. Los objetos considerados desde esta perspectiva aparecen como barrera -línea Maginot, muralla china, muro de los lamentos- reprimiendo actuantes necesidades que, sin esa intermediación providencial, podrían dispararse para cualquier lado.
Pertenecen al mundo de vida afectiva sin solución, proponen una inusual y equivoca manera de trascender el yo que se extravió en el camino. Participan de una sustitución de centro de interés y despiertan formas crispadas de sensualidad, impregnadas de lecturas simbólicas al relacionarse con la imaginería connotada de la sexualidad. En los casos más audaces lo sexual pasa de lo simbólico a la vivencia versátil que interpela.
En estos y otros casos se observa una forma de consumo privilegiada en tanto imprevista al momento de la producción. Del deseo los objetos pasan a la manipulación de uso; de este, a la necesidad óntica de objeto dependiente. De ahí a la liberación -rebeldía de máquinas inanimadas- en un proceso de transfiguración alienada (52).
Mediante los objetos -más cuando operan en sinergia premeditada entre ellos- las manías se manifiestan; mutan en un orgullo próximo al agobio y consolación externa de una figura de condena. Forman parte del universo de la vista con problemas oculares y el tacto, del ojo que ve lo que cree y la mano que toca el oscuro objeto del deseo, en una deformación exagerada de lo visual compensando la ceguera. Su materialidad provoca la imaginación adecuándose a cualquier modalidad del mundo interior, proporcionando respuestas heterodoxas y cumpliendo variadas funciones.
El consumidor absoluto, sin injerencia en el proceso de producción, verifica la existencia (s su lado) de un set de objetos aguardando ser utilizados para afirmarse como entidad. Ello a pesar de ser usualmente relegados al altillo del altillo, al sótano del sótano o una diferencia conceptual. La materialidad de los objetos y su función primaria al parecer, sólo son pura potencialidad. Como si las cosas (la cosa) postularan una ignorada funcionalidad; estamos en un círculo similar al de la sociedad de consumo y llevando todos los términos asociados a su semántica límite.
Como en lo fantástico, también en los objetos, los sueños o la música FH nos concede la indeterminación como presente final. Una obra que asimila tan cabalmente la lectura desde una teoría de los objetos se enfrenta a la pregunta: si en la estrategia de creación existió la intención de una semiología material o es resultado de una propuesta intuida. Esa peligrosa comodidad de líneas de análisis ha generado, quizá como en muy pocos asuntos referidos a Felisberto la necesidad en la crítica de rever sus alcances y límites. Con sus cuentos cuando queremos llegar a conclusiones apenas logramos formular hipótesis. Este cuestionamiento preliminar de todo código de análisis destaca -en todo caso- la lectura directa, incorporando el a priori de que las interpretaciones posibles ya son parte del discurso. Donde la exégesis viene a ser otra forma del misterio o tentativas estériles por explicar lo “otro”, habiéndose llegado a la urgencia de diluir los excesos por el humor (53) sobre límites calculados de antemano por el propio autor.
“Hoy mi personaje me ha visto tranquilo, ha pensado que estoy cuerdo y ha encontrado el momento oportuno de preguntarme dónde voy a parar con todo lo que escrito; que si alguien leyera esto y preguntara qué quiere decir, yo no podría responder nada formal; y precisamente como me ha visto formal quiere que escriba una obra que aconseje algo, que después de leer sus páginas se saque en consecuencia una moraleja, o una nueva frase que encamina algo de la humanidad, y así yo quedaré en un concepto bueno, y me sentiré superior a los demás, y de cuando en cuando frunciré las cejas y me quedaré pensativo…” (54)