En un ámbito oscuro como un sueño,
en la casa que llora con ladridos,
en el límite aquel fatal, perdidos
van mis días extraños, sin empeño.
¿Es acaso que un dios no les permite
que saliendo del cerco se hagan fuerzas
y que tú, peregrino, el rumbo tuerzas
escuchando a quien canta y se repite
replegándose en sombra siempre sola?
Y una vez escuchados sus latidos,
¿qué haré si no sé qué hacer hoy conmigo?
No permitas que se quiebre aquí tu ola;
en tiernos malecones, con sus ruidos,
se desgarra en recuerdos mi enemigo.