1) Gustav Janouch

El acceso a la obra de Kafka es entrar al castillo de la novela, aceptar el destino parabólico del mensaje imperial, la paradoja de Aquiles y la tortuga: las cosas nunca llegan, los orígenes son difusos, el mensaje sujeto a dudas y contradicciones, el cuestionamiento afecta la existencia misma del mensajero. Difícil avanzar porque jamás se dilucida la ecuación previa y lo vimos: ¿quién tradujo “la metamorfosis” al español? El que esté libre de traducción que tire la primera manzana sobre el caparazón de Gregorio. 

El capítulo titulado Está el Sr. Janouch para usted es una selección de fragmentos de la obra “Conversaciones con Kafka” de Gustav Janouch. Ello bastaría para continuar si todo fuera sencillo en el cosmos de Kafka, pero… se “supone” que son las conversaciones que tuvo el joven Gustav, hijo de un compañero de trabajo de FK entre 1920 y 1924, el primero tenía 16 años y el abogado 37. Ese episodio tiene detractores faltaba más y si sumamos papeles perdidos, una muchacha que copia cuadernos, la intervención de Max Brod reteniendo materiales, una valija recuperada con documentos y ediciones disimiles, tenemos el escenario para controversia con refutación, insidia, duda desconfiada y efecto adulterado. La primera edición de 1951 contiene ciento treinta diálogos; en la segunda de 1968 Janouch agrega setenta y se abren así las puertas del proceso. ¿Eso de donde salió? Con Kafka nunca zafamos de esas incertidumbres, ninguno de los asuntos puede tener carpetazo, jamás llegamos al puerto de destino ni cruzamos el puente adecuado, menos escuchamos la última canción, nunca besamos la última novia ni escribimos el mensaje postrero y se diría que sigue tosiendo en el sanatorio entre bosques próximos a Kierling. 

No puedo ni quiero teorizar sobre esos asuntos, aquí trabajo decidí creer por una experiencia personal. Siendo joven docente preparando material para comentar los textos breves de Kafka leí Janouch en castellano. El recuerdo se diluyó, creo que no lo aceptaba con la facilidad de hacer hablar lo inaccesible, una secreta envidia porque alguien de mí edad estuvo allá; seguro que influenciado por la poderosa vertiente Max Brod de aquellos años, la tesis sobre la muerte del autor, el desdén universitario por lo biográfico y las fuentes. Hará tres años volví a las conversaciones en edición francesa, comencé la lectura con el prejuicio de medio siglo atrás, era la edición 1998 Maurice Nadeau en la traducción de Bernad Lortholary. Deben existir explicaciones técnicas, pero prefiero las que relevan de la ficción y es difícil postular la verdad luego de una vida creyendo en que se puede caminar por el infierno, que las tres brujas de Macbeth son sinceras, que Irineo Funes recitaba a Plinio el viejo en versión latina. 

En cierto momento leía en otra lengua a la mía, escuche la voz del Dr. Kafka hablando en alemán y yo entendía desde el interior de la mente. La voz tenía la electricidad de un viejo vinilo grabado en los años veinte, como si fuera la garganta de Leonard Zelig hipnotizado por la Doctora Eudora Nesbitt Fletcher, en otro trance camaleón cuando Leonard rememora una historia extraña, que llegó el 17 de noviembre de 1912 y se lo escribe a su prometida Felice. La cuestión de la traducción no debe ocultar lo esencial, que es lo que él dice, las iluminaciones sombrías cada vez que se transcribe su palabra. Lo habré leído tres o cuatro veces y así se fue haciendo la selección de los fragmentos retenidos, los que permanecieron fueron aquellos donde escuché al doctor K. Son cortes de conversaciones, citas, subrayados amputados y dibujan una tendencia, aunque lo indicado es leer la versión integral. Veintiocho momentos, tantos como paneles tienen las puertas del Paraíso de Lorenzo Ghiberti, fragmentos a la intemperie de lo que entendí de Kafka y lo que su obra tenía para decirme. 

Lo quería así despojado el comienzo abriendo la marcha, sin introducciones y con la voz dando la bienvenida a la navegación. El contacto directo, que el lector también crea: así sucedió hace un siglo en las charlas cerca de la muerte. Si se pone atención, se escucha la tos al manchar de sangre los pañuelos que le trajo esta misma mañana Dora Diamant.