En la barca mortuoria del cazador Gracchus cuando amarró en Montevideo, entre la carga destaca una caja laqueada conservando hojas sueltas que se conocen bajo el nombre de “Los aforismos de Zürau”. El cuento de los textos, así como su avatar de publicación, más cuando Roberto Calasso asumió la misión está en “El índice Moldava”; nos resta evocar unas pocas observaciones al respeto, motivos de su incorporación al libro, estrategias y dificultades de lectura, obsesión por esa escritura.
Partiendo del aforismo y cierta geo lingüística, estaríamos ante otro género menor dentro de una literatura menor; como ya glosamos la noción, sumemos la conciencia de traducción menor en un circuito receptivo menor y nuestra usurpación: en las traducciones al castellano leídas sentía algo extranjero a mi condición oriental, trabajé pues sobre los textos a mi alcance tentando no una versión mejorada sino la satisfacción del contento conmigo mismo. Así entendía esas sentencias y como tales deseaba fijarlas, por momentos quise aclarar el sentido y seguro propuse el contra sentido de la lengua original. En un aforismo entre la versión a, b o c elegí las tres, en otros luego de varios intentos admití que lo incomprensible estaba en el original K y dejé que se instalara sin forzarlo. Me intrigaba la forma breve concentrada, la Ley concisa que -junto a novelas inacabadas- la literatura asoma mediante modalidades minimalistas, fragmentos ante la intemperie de fantasmas personales, herencia monoteísta circuncisa, ciudad embrujada por el ghetto donde ronda el Golem y asedios de la sexualidad; manuscritos, diarios, confidencias, notas, correspondencia, conversaciones, cabaret literario, diagnósticos armando en su entropía el laberinto de la trama kafkiana.
Era sensible a esa analogía sin misterio pero desbordante de significado entre corpus literario y el cuerpo del Dr. Kafka. Evoco la silueta esotérica cruzando los puentes del Moldava, la epopeya en incertidumbre de los retratos que de él se guardan, fotografías que debiendo aclarar misterios paradojalmente lo acentúan. Luego el cuerpo concreto: 1m 82 especialista en accidentes del trabajo, temblor ante otro cuerpo en la intimidad femenina y preferencias antropométricas en cuanto a prostitutas. El cuerpo donado casi a la ciencia médica para una serie interminable de exámenes, la piel donde es tatuada la sentencia de muerte, cuerpo animalizado y metamorfoseado. Finalmente enfermedad diagnosticada, origen del viaje a Zürau a casa de la hermana, revelación y cuestión a la cual los aforismos son respuesta en tanto cursor existencial y combustible del furor final de la escritura. Luego lo retenido por la crítica, fragmentos inevitables para conocer fórmulas finales de la literatura, recetas secretas y protocolos heredados entre los iniciados, mecánica codificada y desafiante. Nadie puede afirmar que avistó la Literatura hasta desmontar, rearmar y conocer el funcionamiento del artefacto Zürau. Uno puede permanecer indiferente a ese llamado pero convengamos que se trata de un combate terrible que se repite, viaje de los Argonautas tras el vellocino de oro, una temporada en los infiernos florentinos y de la absenta, aquella charla con Irineo Funes en los arrabales de Fray Bentos, haber estado en la venta trasegando vino cosechero cuando llegó el lector del Amadís y enemigo del sabio Frestón. Acercarse a los textos Zürau es pasar hacia una de las experiencias últimas de la literatura; una vez habiendo regresado al punto de partida, nada será igual.
Después esta lo dicho en esos papeles manuscritos, lo textual habitando el dispositivo sobre la condición humana e interrogantes sagradas, consideraciones sobre el estar en el mundo y el ser en el mito. Del otro lado del espejo pulmonar se halla el enigma del presente: yo aquí escribiendo lejos del mundanal ruido y colonizado por la enfermedad. Horizonte desprovisto de interés y el silencio de los animales, conciencia de familia en casa de mi hermana, los años que tengo (34) cuando llegué a Zürau y los meses (74) que restan de vida cuando se marcha. Siendo la enfermedad unidad de medida hay un Kafka el antes y un después de esa estadía, alto necesario y lanzamiento por inercia asumiendo enfermedad y reflexiones sobre el mal: ronda espectral el programa (estético, obsesivo y literario) del doctor Kafka; su manera de estar en el mundo y la tradición, habitar un cuerpo afectado y hacerse cargo de la escritura resultante. Valorar la enfermedad mientras ella se hace carne en “mi cuerpo”, toda reflexión pretendiendo fijar una barrera sanitaria es artificial: el doctor Kafka escupe sangre.
En Zürau declinan los planes juveniles, se inicia el noviazgo con la muerte no en tanto conciencia barroca del primer paso de la existencia sino como auscultación pulmonar. El sentido temporal se altera, horas, noches, ritos cotidianos y estaciones (siendo la reiteración cíclica de lo mismo) se modifican en la percepción personal. Lo fijo inmodificable impone un acomodo distinto, aquello que falta por escribir, que jamás escribiré y cómo lo dejo por escrito, lo vivido y lo que nunca viviré, despertarse una mañana luego de un sueño agitado sabiendo que la muerte se aproxima, nunca pisaré la tierra de Sion ni seré internado en un campo de la literatura mayor.
Para quienes llegamos con atraso a la barca del cazador Gracchus, Calasso fue Virgilio (como lo fue en el Purgatorio del pensamiento mitológico de la India clásica); él emprendió la travesía a los manuscritos y regresó, recordó la fragilidad del soporte considerando la cuestión sobre si los aforismos son ficción o escamotean el pensamiento radical de Kafka. Debían estar en los avatares rioplatenses del malogrado Gracchus: todo escritor debe -al menos una vez en la vida- escribir los aforismos de Zürau en sus propios cuadernos.