La leyenda del cazador Gracchus da título al proyecto que llega a término, el lector tiene pues una versión en uruguayo del breve relato del Dr. Kafka y en el índice Moldava una breve historia del texto, lo que autoriza esta arbitrariedad de presentarlo como salido de una galera entre conejos. Quizá lo único que queda por hacer es justificar su presencia de avanzada aunque la primera asociación parece evidente; las razones entre visillos son de orden textual y provienen a la vez de la médula parabólica de la leyenda. En cuanto a lo primero, puede recordase que se trata de la tradición narrativa de la selva negra del primer milenio e incorporando una ejemplaridad escatológica en la sociedad de la región; incluye más que una problemática si se quiere metafísica, la respuesta en forma de relato -con materiales de los que se dispone en lo inmediato- para grandes interrogantes de todos los pueblos con estructura elemental de convivencia. Esa molécula narrativa tiene orígenes que se fueron transfigurando, tradición oral en los valles y viajeros, trazas escritas en manuscritos y parroquias, versiones cantadas a capella y representaciones extraviadas para marionetas infantiles en las fiestas del pueblo. Lo tentador es que pertenece a Kafka y proviene de antes del ghuetto praguense, no estamos ante una historia creada ex nihilo por el hijo de Hermann K. sino retomada de madrugada por alguna razón que deviene kafkiana. Alegoría mencionada en el Diario, escrita a mano sin publicar y ubicada en la ciudad italiana de Riva visitada por el propio Kafka, recuperada luego en las valijas de Brod, editada siete años después de la muerte del autor sin sus últimas correcciones ni que sepamos la injerencia de Brod entre las notas del amigo hasta la versión final, y luego las traducciones a las lenguas latinas que pude consultar. Deconstruir dicho itinerario es tarea que sobrepasa mis posibilidades, así que acaso ello legitima la osadía de pensar haber llegado a un estado del relato que se acomoda al horizonte lingüístico de mi tribu en las actuales circunstancias de la post verdad, después de un siglo de viaje por la literatura.
Luego, de todo lo leído me pareció que la leyenda de Gracchus era una entrada pertinente para asociar ese enorme obra con mis primeros temblores de lector en la ciudad donde nací y viví la educación literaria. La fortaleza del Cerro tampoco puede nivelarse al castillo inaccesible ni en el más poderoso de los delirios y Héctor Galmés se había carteado en alemán asiduamente con la familia Samsa traduciendo “La metamorfosis”. Los queridos vecinos judíos de mi casa materna en la curva de Maroñas, nunca tuvieron intención de crear un Gólem según instrucciones cabalísticas que los ayudara en sus tareas domésticas. Pero… yo que veía en la primera infancia a mi padre salir a trabajar, ir todos los días en ómnibus hasta el puerto -ida y vuelta, invierno y verano- y embarcarse en una lancha cruzando la bahía y amarrar en el muelle del frigorífico Swift en el Cerro, podía aceptar, desear y urdir que el barco del cazador Gracchus -extraviado en un viaje donde el destino tampoco era el vellocino de oro sino la conciliación con la muerte- inciera escala en una rinconada de la bahía montevideana. Con menos estruendo al amarrar que el ocurrido cuando el acorazado Admiral Graf Spee, con bandera del Tercer Reich y al mando del capitán Hans Langsdorff ingresó a puerto uruguayo, a las 0.50 h del jueves 14 de diciembre de 1939. Ese día, Milena todavía estaba con vida.