La utopía virtual

C’est une grande question, dit Candide

Voltaire

Isla a la vista

Contrariamente a lo ocurrido con el slogan «el fin de la historia», la fórmula «fracaso de las utopías» tiene un origen menos personalizado pero resultó expresión con suceso, la recuperación periodística y su ingreso a la doxa lo demuestran. Por asociaciones y amalgamas escasamente rigurosas parece que asistimos a un auto de fe planetario de las utopías, las llamas pretenden dar cuenta sin discriminaciones del campo semántico elaborado a partir de la palabra. Utopía resulta vinculada a quimeras lindando la demencia, males absolutos de la sociedad supuestos en los totalitarismos del siglo XX con marcada predilección sobre aquellos de orientación marxista. Todo lo relativo a la utopía e incluyendo la dimensión teórica de «función» parece sentir el azufre, el intento de recordar el asunto en otros términos a los de una fraternidad universal caracterizada por el libre mercado, el derecho de injerencia y la industria del entretenimiento resulta cuestionado de manera iracunda; a pesar de tanto espanto asociado al término no se llega a erradicar por completo la cuestión. 

Comencemos por aceptar la situación, quizá haya mucho de verdad en el juicio y siguiendo la interpretación del fracaso nuestra tarea consista en observar fragmentos resultantes de la colisión ideológica. Luego del mentado fracaso, si bien vivimos un período de baja intensidad de utopías acordes al modelo original (paradigma de 1516), puede que por la declaración catastrófica en términos absolutos y reflejo de la imaginación crítica, asistimos a un creciente interés por el tema en sus más curiosas formulaciones. No faltan especulaciones como las de Alain Pessin proponiendo una lectura desde una metáfora teatral: «Antes incluso de ser una isla feliz en la cual sería agradable dejarse ir, ella es una isla arrancada por una voluntad a los paisajes de los mundos antiguos. La convención literaria de la utopía se basa pues sobre un principio que puede expresarse de dos maneras: en términos de Bachelard, diríamos que se realiza en el tránsito de una ensoñación de la voluntad a otra ensoñación del reposo; en términos más antropológicos, podríamos decir que es una cultura que pretende darse los rasgos de una naturaleza» (1) Tampoco faltan lecturas del texto original, como la de Miguel Abensour que impone un retorno a la fuente, traza un puente con el siglo veinte y se interroga si está allí la genealogía del totalitarismo: « Es necesario entonces tender un puente entre “el espíritu de la utopía” y eso que nosotros denominamos, para designar la persistencia de la utopía más allá de sus muertes pretendidas, el nuevo espíritu utópico » (2) 

En la línea más crítica, salvándola a partir de un enroque hacia la técnica hay cuestionamientos sobre la pertinencia y peligros de reivindicar la utopía (3). El tema es trabajado por Fernando Ainsa en la perspectiva de su reconstrucción (4) y hace poco se lo estudió en los concursos de la Agregation (5). Es luego del fracaso que se incentivaron los estudios sobre las relaciones entre utopía e historia, ya sea en los relativo al siglo XVIII (6), el XIX (7) y los primeros tanteos por entender lo sucedido en el siglo XX (8). Se suman enfoques revisando vanguardias estéticas del siglo pasado, proyectos urbanísticos, feminismo y ecología; la exposición montada hace pocos meses sobre el tema en la BNF y que cerró el 27 de enero del año 2001 en New York, puede ser un ejemplo de la ausencia de indiferencia (9).

Basta una enumeración para concluir que el tema parece abierto a múltiples posibilidades de asedio, sin embargo, la recordada asociación utopía / totalitarismo debe imponer un rigor adicional. Sobre la utopía nada se puede dar por adquirido, el término resultó asociado a una realidad histórica de tal gravedad que enunciar la propuesta de una utopía poética, puede ser considerada el principio del estalinismo del ritmo. La comunicación trata fragmentos de la cuestión; el tema impone por momentos la redundancia siendo imposible hablar de la utopía sin considerar el modelo original y las relaciones que guarda la función utópica con la historia. Nos detendremos en la argumentación del fracaso que busca vaciar de sentido la utopía y su utilización como impugnación del totalitarismo, para observar si estamos ante una metástasis localizada en la vertiente marxista o el contagio ganó al conjunto del pensamiento utópico. Consideraremos las relaciones con la ideología y terminaremos con un panorama del mundo desembarazado del asunto; cerciorarnos si el mal estaba ya en los decires del viajero portugués Rafael Hythloday que, como su nombre lo indica refiere al patrón de los viajeros, ángel que cura la ceguera y experto en pamplinas (10). 

Contra el dr. Pangloss

Desde siempre la función utópica acompañó el pensamiento filosófico, político y retórico occidental. La configuración del término emana de la concepción moderna del mundo y es invención de Thomas More hacia 1516. Luego se sucedió la dialéctica entre verificadores de frustraciones y adelantados de la imaginación, las especulaciones alcanzaron a la teología lo que provocó recordadas fogatas con científicos como protagonistas involuntarios. Todo resulta conmocionado cuando la función se orienta a lo social, se incrusta en lo político y cuestiona el poder. «En consecuencia no son tanto las doctrinas utópicas aquello que las autoridades morales y políticas temen. Son las esperanzas que ellas engendran en la irrupción de un movimiento social, revelador de plurales disfuncionamientos políticos» sostiene Michèle Riot-Sarcey. (11) Línea que tiene su momento de esplendor en la esfera de influencia de la revolución francesa. 

Desde entonces se verifican dos tendencias, por una parte la voluntad de instaurar máximas de la utopía en la sociedad. El principio de igualdad es suficiente para trastocar el llamado orden natural de las cosas; por otro lado, asistimos al crecimiento e intensidad de las fuerzas opuestas a la utopía. La utopía es un conjunto de energías atravesando un campo de resistencia opuesto a su avance en la praxis social y hace lo posible por destruirla: proponer una utopía debe pasar por considerar la fuerza que intentará eliminarla. 

Utopía es disputa y la idea que resta luego de la confrontación nunca es la derrota simple de la utopía sino acaso su erradicación. Se insiste sobre el fracaso siendo una manera astuta de desplazar responsabilidades de «todos» los excesos a la utopía y colocar las razones del fracaso al «interior» del plan utópico. Se opera una sustitución consistente en la propuesta de otra ilusión, estamos en el mejor de los mundos posibles, bienvenidos a la utopía virtual. Es tiempo de reivindicar al Dr. Pangloss. Ello en la convicción de que la lectura del fracaso cierra, declara la muerte y condena por adelantado la imaginación crítica relativa a lo social. 

Podemos pensar otra manera de relacionarnos con la naturaleza, pero los términos de la autoridad aparecen como incontestables. La imaginación crítica que se pretende obturar es cualquier cosa menos lúdica, afecta a dominios concretos: relaciones con la ideología, configuración del poder, procesos de legitimación de la autoridad, esfera de lo político y la gestión social, imaginario simbólico de las colectividades, objetivos supraindividuales de una sociedad. Aceptarlo equivale a renunciar a una visión crítica de la realidad en la que estamos llamados a operar, insistir en el fracaso de la utopía anestesia potencialidades críticas y creativas, lleva a admitir mandatos de la utopía virtual. Antes de la proyección descriptiva el paradigma original supone una lectura nada idílica de la sociedad sobre la cual se confrontará el modelo imaginado. Ante la estocada repetida del fracaso hay que pensar como Scalambri, personaje de «Todo modo» de Leonardo Sciascia: «Es lo que yo siempre digo mi querido comisario, siempre… aquello que hay que encontrar en prioridad es el móvil… el móvil…»

El discurso de la utopía y viceversa

Al estar integrada de manera lateral y discursiva a la realidad (literatura y otro género, geografía y ninguna parte, política e imaginación), por ser reivindicada como categoría histórica y antihistórica la captación del espíritu operativo de la utopía resulta compleja. Política intencionada y subjetividad la reclaman de la militancia, la historia de las ideas y la retórica del discurso la incorporan sin violencia a sus dominios. La voluntad de muchos hombres la concretó en episodios precarios de sociedades posibles, desde una modesta experiencia agrícola hasta la más radical internacionalización que asocia Thomas Müntzer y Ernesto Guevara. Su condición incierta y plural lleva a toma de posiciones opuestas y radicales; cuando citamos la utopía estamos hablando de nosotros mismos, la utopía es revelador de la ideología del investigador. Interviniendo en diálogo permanente con otros saberes, la iluminación utópica aparece como concepto irreductible, incluso con una ubicación excéntrica en relación al discurso teórico. En el archipiélago del pensamiento y en paralelo coherente a su condición primera ocupa un «no lugar» dentro de los sistemas. De manera operativa puede ser utilizado como un concepto de «control y prueba» para los sistemas de conocimiento e incluso los proyectos políticos, en especial aquellos que la desacreditan. Podría conjeturarse que la utopía se convirtió en concepto insular y satélite, suerte de joker del pensamiento relativo al poder, la utopía afecta y depende de otras fuerzas gravitacionales pretendiendo atraerla hasta pulverizarla, acelerarla para alejarla del sistema. 

Se trata de «algo» vinculado a la historia de la humanidad, a la manera como los hombres conciben la vida social, inmejorable cursor para determinar la injusticia de un sistema, la distancia histórica entre el hoy y cierta idea de igualdad midiendo la capacidad de imaginación de la sociedad. Ficción al comienzo, es un monstruo retórico de apariencia sociológica que hizo fortuna, más que un horizonte de expectativa social a mediano plazo, se incrusta en una zona de inconformismo perseverante relativo al presente, que necesita «vitalmente» la confrontación con modelos sustitutivos. A los que se llega (he aquí una de las debilidades) por el milagro «de haber perdido la ruta» y acaso sin pasar por la historia siempre demasiado humana. Es bueno que se llegue a ella casualmente o dando un rodeo que deje intactos los privilegios del sistema del que la utopía -se supone- es instancia crítica con aspiraciones por lo menos de reforma.

Su puesta en movimiento se traduce en un interesante proceso de conocimiento. Estaríamos en otro paso epistemológico, al paradigma se le puede agregar la función y a ello el método utópico de conocimiento donde la confrontación con lo posible destacaría contradicciones del presente. Se trata, más que de argumentar sobre la verdad de lo inexistente, de tener acceso a lo real por el desvío de la imaginación. Un aspecto resulta irrefutable, las diagramaciones utópicas en su descripción son detestables, el exceso de reglamentación las condena de antemano así como su falta de consideración de lo imprevisible humano. 

En su matriz los prototipos clásicos ya contienen características de lo irrealizable, sin embargo el suceso de tales modelos por lo general ignorados, es la combinación de imaginación, deseo y alteridad proyectados en el cuerpo social. Nos incumbe porque esa «isla» de sueños colectivos participa de una crónica paralela de los avatares del mundo tal cual los conocemos: ingreso de América en la historia mundial, irrupción del capitalismo, evolución de la ciencia, cierta concepción del arte y metamorfosis de la novela moderna. En ese reacomodo de las mentalidades el genio de la utopía fue trasladar el peso crítico a un espacio no real y la posible felicidad «colectiva» en una formulación insular no escatológica. 

Es ocioso recordar el efecto espejo y de retorno que el procedimiento instauraba. En esas circunstancias de origen surge la utopía, incluso en un juego de tensiones relativas a otros poderes: «La profunda mutación de las condiciones sociales, políticas y económicas plantea numerosos problemas, que dan lugar a nuevas teorías del derecho y el Estado. Los temas debatidos son: relaciones entre Iglesia y Estado, entre Estado y ciudadanos, entre reyes y parlamentos, relaciones internacionales, la guerra, el derecho natural, cuestiones derivadas del descubrimiento, conquista y civilización del Nuevo Mundo, derecho de gentes e internacional, cuestiones económicas: comercio, precios, usura; tratados sobre la educación de los príncipes, etc.». (12) A lo que se agrega la perspectiva de alterar no sólo un sector sino al «conjunto» de esos saberes actuando en sociedad. En algún momento se intuye que lo que está en juego es también el alma del hombre. Beatificando a Thomas More en 1886 y canonizándolo en 1935 la Iglesia, que tanto cuestiona las revoluciones comenzando por las planetarias recuperó algo, acaso intangible y poderoso de la utopía. Las utopías llevan en sí estigmas del momento histórico que las engendran y espectros de las ideologías que las condenan. Del corpus textual al respecto que se conoce, ninguna supuso una ruptura absoluta con el entorno o propuso una panoplia simbólica disociada a preocupaciones de las mentalidades dominantes. 

Esa dualidad es definitiva y caracteriza el funcionamiento del género de acuerdo al prototipo 1516. La propuesta original está dividida en dos partes y el orden de redacción de los libros es cuestión que todavía preocupa a los especialistas. Esa estructura es reveladora, antes de llegar al cuento del viaje casual a la isla y la rememoración detallada consecuente, se debe pasar por un análisis crítico de las miserias que legitiman la voluntad de imaginar un plan alternativo. Como si el procedimiento procurara, más que una imposible milagrosa sustitución y un traslado masivo, mostrar por el contraste tendiendo a la tercera configuración. Lo que se procura es hacer de la tensión utópica una fuerza de cambio, dicha cercanía y recepción ininterrumpida, forma parte de la estrategia de escritura determinante para caracterizar el efecto utopía. 

Siendo una idea atacada -el inventor terminó decapitado, el joven Gracchus Babeuf guillotinado y los grandes discursos fragmentados: «Pero buscando los resplandores de la utopía allí donde ellos alcanzan a brillar, el historiados inevitablemente reencuentra la utopía en esquirlas, lo sueños rotos» (13)- la utopía aparece como un concepto relativamente intacto. De hecho cada época renueva la totalidad de la cuestión. Recuperación y proyecto, intento de puesta en realidad, liquidación por la violencia y vuelta a empezar. La idea parece a salvo de la usura que afecta a otros términos prestigiosos de la filosofía y la economía política. A medida que arrecian los certificados de defunción la utopía recobra la condición de «concepto complejo e irredutible», su característica de «necesidad», la puesta en funcionamiento en tanto forma parte de los atributos de la imaginación. Acaso porque reivindica su condición de indefinible, siendo una suerte de función poética de la sociedad: enjuiciar la utopía (curiosa inversión del procedimiento original) desplaza a la isla las contradicciones y aceptar el mundo tal cual es, señalando con el dedo el no-lugar donde fluye Amaurote el río sin agua y las puertas de calle que se cambian cada diez años. 

La novela de un fracaso

«Yo llamo mundo a toda la serie y colección de las cosas existentes, para que no se diga que pueden existir muchos mundos en diferentes tiempos y lugares» escribió Leibniz resumiendo su concepción del cosmos. La lectura que del filósofo alemán hizo el Dr. Pangloss es uno de los más poderosos martillos que cayó sobre la utopía, estamos en el mejor de los mundos posibles. Pero si «Candide» es una refutación de ese juicio donde los desastres de la historia son labor de dios y la codicia humana, la utopía conoce en los últimos tiempo un cuestionamiento pertinaz. Es una ofensiva poco original.

En el Renacimiento, junto con el sistema capitalista que no tiene problemas de articulación entre ideales y puesta en historia, irrumpen dos conceptos que afectan a la geografía: colonia y utopía. Isla inexistente y continente americano, excepción y dependencia, saber puro y materias primas, comunidad de los hombres superiores y esclavitud, desprecio por el oro y destrucción por la plata de Potosí, religión libre y el Santo Oficio. La conquista de las tierras americanas y la puesta en práctica del sistema colonial explica la ausencia notoria de utopías españolas. Mientras ingleses e italianos se esmeraban considerando mundos alternativos, Castilla activó la maquinaria jurídica, económica, militar y teológica con objetivos concretos. 

La utopía del castellano será la literatura y en especial la novela. Alguien lee novelas de caballería, quiere llevar ese universo a la realidad y fracasa, he aquí una parábola bastante exacta del pensamiento utópico. La diferencia entre More y Bernal Díaz del Castillo puede ayudarnos a desatar el nudo retórico del género. Uno trama crónicas de un mundo ilusorio que le fuera contado por un viajero portugués; otro rememora un mundo que existió y destruido por el propio cronista. El espacio entre esos dos discursos marca el ingreso de América a la doble instancia de las quimeras y la aceleración del sistema capitalista. Continente que luego de varios siglos no se repone de haber sido a la vez el probable paraíso terrenal y la geografía a expoliar.

Incidiendo en la historia la utopía nunca pierde su condición de discurso, impugnar una utopía es atacar su discurso, la utopía se concreta en una escritura. A la tradición de la escritura política que remonta a Platón la utopía agrega la crónica del marino; a la vertiente de escritos de viajeros, incorpora el descriptivo social detallado y a ello algo novelesco que hoy llamaríamos realismo ficción. El discurso utópico se apropia del principio de verosimilitud con intencionalidad crítica. 

En el principio está el escuchar el cuento de alguien que dice que fue testigo y esas buenas nuevas nunca son inocentes. Conllevan un juicio intencionado que en ciertas circunstancias puede coincidir o convencer las opiniones del receptor. ¿El objetivo es partir hacia allá? ¿Se insinúa que esto puede mejorar en tanto se sabe que hay un allá mejor?  Ese espectro de posibilidades constituye el enigma y el atractivo de la utopía. La relación que mantenemos con esa latencia discursiva funciona como signo de nuestro vínculo con lo real social. La opinión sobre la utopía permite deducir un universo ideológico. 

«Candide» debería haber clausurado el debate por la técnica de la ironía, allí están puestas en narración las argumentaciones que todavía se siguen utilizando. ¿Dónde están las razones de tal persistencia? Se pueden avanzar tres respuestas. a) la utopía es parte del sistema capitalista, antimodelo necesario para continuar perpetuándose y que acaso puede derivar en algo incontrolable. b) afecta a una situación más profunda y antropológica: como en lo sexual y lo sagrado hay en el hombre una pulsión de deseo social, una configuración colectiva de la felicidad. c) «La atención dispensada a las utopías, sobre todo traduce una tendencia más general a revalorizar el peso del imaginario y de la imaginación, a reconocerlos como otro modo social específico e indispensable de la vida colectiva» (14)

Su condición discursiva es interesante, en general se la acepta como un género literario, lo que debería establecer resistencias. No existen noticias de ningún otro género que viera su poética confirmada por los recordados desfiles del 1o. de mayo en Moscú. Esa paradoja –casi una aporía- no es considerada para distanciar la utopía de la literatura. Si se trata de un género literario, su activa incidencia en lo real debería alterar los estudios literarios, hace saltar en pedazos las estéticas autosuficientes del lenguaje y reivindicaría las hipótesis del realismo socialista. Se trata de un discurso al que se aplican prácticas hermenéuticas de las más variadas disciplinas, es espejo de la sociedad reflejándola transfigurada. El discurso utópico se devora a sí mismo, se autogenera sin cesar, se metamorfosea en actos.

Esa situación literaria se observa con mayor claridad en el siglo XX, ficcionalmente la utopía se reproduce en las novelas antiutópicas. Si consideramos tal proliferación de relatos, la condición de «fracaso» sólo se aplica a la vertiente social: es un fracaso político. Utopía no designa un lugar de sublimación sino un condado maldito al que es desaconsejable orientarse. Admitir la vertiente del fracaso, que propicia un rechazo en bloque y sin necesidad de arqueo presenta un inconveniente práctico, posterga o elimina lo que debería ser una crítica objetiva de ciertas desviaciones totalitarias que afectan a las libertades; y tratar de percibir valores positivos de esa experiencia. 

Persistir en la dicotomía utopía / fracaso supone aceptar que lo sucedido en Europa entre digamos 1844 y 1989, es la puesta en escena de una operación utópica; ello sería exagerado y acota lo sucedido a la historia parcial de las utopías.  La misma línea plantea cuestiones de territorios y zonas. ¿Dónde está la frontera entre historia y utopía? ¿La batalla de Leningrado sucedió en la historia de las utopías o de la humanidad? Si se pudieran «aislar» los hechos pertenecientes exclusivamente a proyectos utópicos: ¿cómo denominar las experiencias que «quedan fuera» del conjunto? ¿Verdad, Historia, Principio de Realidad? Hacia el final del siglo pasado la formula del fracaso de las utopías sufre de «exceso de evidencia» que se acompaña de una proliferación de argumentos sustentados en la constancia. 

La utopía sin extremaunción queda en una situación de catalepsia intelectual, se le permite reacciones en la convalecencia y necesita una reeducación cuya prescripción mayor es no cuestionar el poder. Ninguna otra idea podría soportar tanto fracaso acumulado ni cargar con tantos muertos sin desaparecer de la escena de la reflexión. 

La reacción -si nos atenemos a las publicaciones recientes- muestra una reactivación, obligado afinamiento de los cuestionamientos avanzados. Se comprueba una reacción que supone la asimilación de un diagnóstico contundente y otra operación que está sucediendo consistente en el desmontaje de las piezas hasta saber lo ocurrido realmente. Como si la historia por su lado, el pensamiento marxista por el suyo e incluso la maltratada utopía se aplicaran a la decodificación de la caja negra para determinar la cadena de errores que llevaron a la catástrofe. La fórmula tiene la virtud de incentivar la autocrítica de todo proyecto alternativo, en especial los relativos a la sociedad, poniendo en evidencia ideas, estrategia y otras fuerzas que se opusieron a la utopía. Sería ingenuo circunscribir el fracaso a causas interiores, quizá el ejemplo chileno sea suficiente para entender lo que queremos decir. 

Sin duda utopía e historia volverán a encontrarse, pero hay otra evidencia asociada al fracaso. La máquina liberal gira ahora de acuerdo a su propia lógica, en lo ideológico y en lo económico visible. Estando ubicada en ninguna parte se juzga a la utopía por no haber respetado sus límites. Si toda utopía supone una estrategia de acceso al poder y una idea del arte de gobernar, toda crítica se hace para legitimar otro poder o desde la convicción de otro poder. Como escribió Marx en la 2a. tesis sobre Feuerbach «La disputa sobre la realidad o no realidad del pensamiento –aislada de la práctica- es una cuestión meramente escolástica.»

Ideas imprudentes

El llamado fin de las ideologías participa de la misma estrategia intelectual que enunció el fracaso de las utopías, un proceso que Bronislaw Baczko resumió de manera admirable: «La producción de los sueños sociales puede devenir una práctica intelectual específica en tanto que ella impone ciertas exigencias imprescriptibles. Una vez producidas y puestas en circulación, las ideas / imágenes utópicas penetran en los circuitos de la representación simbólica. Es así que se presentan a ellas las oportunidades históricamente variables de intervenir en los conflictos y las estrategias que tienen como discusión el poder simbólico sobre la imaginación social» (15)

Optamos aquí por un sintético estado de la cuestión siguiendo los planteos de Paul Ricœur (16). En su libro considera los clásicos de uno y otro discurso, pero el aporte original es que se trata de un ingreso a la problemática ubicando ambas nociones en el mismo marco conceptual. La misma línea de Karl Mannheim en su famoso ensayo «Ideología y Utopía» de 1929, año crítico en que eran otros los fracasos. Ricœur plantea como hipótesis que ambos conceptos, opuestos en apariencia, asumen funciones complementarias incidiendo en la «imaginación social y cultural». Observa en la ideología y utopía dos elementos comunes: a) ambos son fenómenos ambiguos, cada uno presenta un lado positivo y otro negativo, una pendiente constructiva y otra negativa, una dimensión aglutinante y otra patológica. b) en ambos casos, la vertiente patológica es la primera que asoma cuando se los considera.

 El autor comienza estudiando aspectos menos estimulantes tratando de llegar a las funciones positivas, lo que supone partir de manifestaciones superficiales de la ideología y la utopía. En la ideología se trata de la distorsión de la realidad o simulación, que expresa la situación de un grupo o un individuo sin que los mismos la conozcan y ni siquiera se reconozcan en ella. La utopía sería una construcción esquizoide exterior a la historia, forma de protección y desatenta a las etapas necesarias para la puesta en práctica de su teorías. Tienen en común el establecer una distancia y una no-congruencia con la realidad. Ricœur deduce que los individuos o los grupos no se refieren a sus vidas y la realidad social sólo en términos de relación visible verificable. Lo hacen en términos de no-congruencia o coincidencia coherente con la realidad. «Todas las figuras de la no / congruencia deben formar parte activa de nuestra pertenencia a la sociedad: considero como una verdad irrefutable que la imaginación social es constitutiva de la realidad social» (17) Esas variantes de la única imaginación social y cultural, operando en su doble función construcción / destrucción integran nuestra percepción del presente social.

En relación a la ideología la definición considerada emana de los escritos del joven Marx. Ricœur recuerda que el sentido original del término viene de la física de la imagen fotográfica, que da una visión de la realidad «invertida». Ejemplo inicial, considerado por Feuerbach fue el de la religión y que Marx extendió al mundo de las ideas. Cuando el marxismo se hace sistema, la ideología se identifica a la etapa precientífica de la lectura de la sociedad y «hasta considerar incluso, que el concepto de ideología engloba el de utopía» (18). Es el momento cuando Engels establece la famosa dicotomía socialismo utópico socialismo científico, en tanto perteneciente a un tiempo previo al materialismo dialéctico la utopía es asimilada por la ideología. 

Esa línea de pensamiento evolucionó en dos vertientes que son la Escuela de Francfort y el marxismo estructuralista. Lo que debe importarnos es el pasaje que hace Ricœur a los valores positivos de la ideología incorporando el concepto de «ideología como distorsión».  La operativa acepta que la vida social supone una dimensión simbólica, la sociedad no es sólo la suma de los hechos que acaecen. Para Ricœur una idea sólo puede emerger de la praxis social si aceptamos la dimensión simbólica de lo social, la ideología cumple una función constitutiva en la vida social. Definidos los caracteres de la ideología se pregunta cómo puede jugar ambos roles y cuál es el campo de movilidad de tales dinámicas. La halla a partir de Max Weber: uso de la autoridad, sistema de dominación, legitimación del poder, incidencia en lo político. En tal vertiente la ideología es capital, ningún poder gobierna sólo por la fuerza. La dominación necesita una legitimación que sea aceptada y que pasa por la retórica simbólica. La ideología está en las tensiones de la construcción de la legitimación por parte del poder, en la «creencia» en esa legitimación que pueden aceptar y elaborar los ciudadanos.

La utopía requiere un trabajo de elaboración conceptual que la extraiga de su condición de idea pre-científica marxista, sostiene Ricœur y diseña un sistema de identificación de la utopía. Las obras utópicas se reclaman como tales, la utopía es autodescripción que se reconoce como tal. Se trata de una obra personal con firma de autor, puede decirse la utopía «de» y comenzar una larga lista. Situación opuesta a la lectura de la ideología, que es raramente asumida y se utiliza para hablar de los otros. 

El aspecto patológico de la utopía sería la falta de unidad temática; las utopías hablan de muchas cosas, de innumerables instituciones y se pretende buscar la unidad de la función en la propuesta de perspectivas nuevas. Ricœur observa que la imaginación, pasando por la función utópica tiene la tarea constitutiva de contribuir en permanencia a repensar la naturaleza de nuestra vida social. El «ninguna parte» permite tomar distancia de la dimensión simbólica y del sistema cultural, la importancia de la utopía se concentra en la dimensión de distancia e integración. El punto en común es nuevamente el poder, Ricœur se pregunta si las utopías no son posibles porque hay un problema de credibilidad en el conjunto de sistemas de legitimación de la autoridad. Simulación y huida son patologías análogas de la ideología y la utopía, sin embargo, en ambos casos de la señalada no-congruencia con la realidad siguen despertando interés. «Sin anticipar en exceso, yo resumiría una problemática tal como sigue: ¿no es la función excéntrica de la imaginación (la posibilidad de “en ninguna parte”) que concentra todas las paradojas de la utopía? Es decir, dicha excentricidad de la imaginación utópica ¿no resulta el antídoto a la patología del pensamiento ideológico, que precisamente resulta ciego y estrecho en razón de su incapacidad a concebir un “en ninguna parte”?» (19)

El retorno de los brujos

Es apoyándose en las capacidades de la imaginación simbólica que podemos evaluar características y consecuencias del llamado fracaso. Además de los errores internos, indudables, es oportuno preguntarse en cuáles napas de la función utópica el mal estaba localizado. 

Las dudas se dirigen al discurso, que prometiendo felicidad conduce al horror. El reproche puede ir a la Iglesia, por haber santificado al hombre cuyas ideas se volvieron contra ella. A la revolución francesa, en tanto propicia el racionalismo, precipita la utopía en la historia y la comunica con el poder. Se puede lamentar la impericia del proletariado, por haber fallado en la legitimación del poder y pensar en los dilemas del alma rusa. La lista se amplía a hombres y mujeres, partidos, sindicatos, el cuestionamiento puede parecer perpetuo y la sentencia tan implacable que impide apelar.

Tarde o temprano el balance del período se hará en términos históricos y con objetividad, será una tarea larga necesitada del máximo rigor. El impacto histórico hace visible una segunda serie de constancias, la idea clásica del socialismo está en retirada, la economía de mercado se impone y sólo resta adoptar el modelo que prescinde de nuestro parecer. La mundialización aparece como incuestionable y la bipolaridad se convirtió en hegemonía estadounidense. Esos aspectos tienen relación directa con lo sucedido en América Latina y son inevitables en cualquier reflexión de connotación social relativa al continente. Las lecturas de la utopía referidas a las nuevas, recientes o a inventar se desplazan hacia los hechos referidos. Por los procesos evocados y si nos atenemos a las funciones de la utopía (allí donde no es necesario ser un historiador de formación) el fracaso también se verificó en el imaginario social y simbólico. Pasaron más de diez años de la separación del gran enemigo bajo forma de Estado y aparecieron otros, América Latina está lejos de avanzar en las vías del desarrollo y los efectos de la nueva economía -ahora financiera- parecen una tormenta del desierto empobreciendo los países del mundo. 

Recordábamos al inicio que antes de proyectar otro pensamiento, el paradigma original requiere un balance del presente de la sociedad, allí donde se hará activo el imaginario alternativo. Una conciencia lúcida del presente es ya un enorme paso en la estrategia; como sostenía Ernst Bloch, se trata de incorporar la esperanza en el hic et nunc. La proximidad es propicia a la dimensión utópica, la voluntad de eliminar la oscuridad también del instante vivido: «La conciencia utópica aspira a ver más lejos; pero, al fin de cuentas, ello es para mejor penetrar la oscuridad más próxima del “vivir en el instante”, dentro del cual todo lo existente está en movimiento y a la vez se oculta a sí mismo.» (20) Se trata de evitar que la extensión del fracaso afecte la imaginación y se acompañe de una amnesia programada. La tarea consistiría en refutar la devaluación de la función utópica para caer en una teodicea de la historia, donde se legitima el actual sistema a partir de una razón endeble de aceptación en bloque. Es allí donde la imaginación social demuestra su utilidad. Evitar volver a pensar el futuro de la sociedad con las figuras del Tarot y la Astrología, rechazar la concepción esotérica de la historia.

Lo que llamamos la «utopía virtual» es el creciente convencimiento de estar en el mejor de los mundos posibles y creerlo, admitir mentalmente que lo sucedido fue inexorable y no será de otra manera hasta el fin de los tiempos. «El capitalismo debía triunfar tarde o temprano, porque es “superior” considerando su consubstancialidad con la democracia y los derecho humanos, además del hecho de su dinámica económica. [ …] La Historia se desvió en una mala dirección, ella recupera la vía recta y verdadera» (21) Un principio de asentimiento que afecta nuestra concepción de lo social y el resto. Esa aceptación condiciona y obtura tareas como la evaluación de la experiencia socialista entre otras. Tarea complicada estando inmersos en una fase superior y triunfante del capitalismo. «Gran vencedor de la guerra fría, el sistema liberal para nada favorece la imaginación utópica.» (22) Es un sistema que prefiere los destinos manifiestos, como dice Tony Andréani «Esta situación es probablemente inédita en la historia, en el sentido que es, sin duda, la primera vez que la humanidad se halla privada de un sentido colectivo.» (23)

Latinoamérica presenta claros ejemplos de las secuelas del nuevo orden mundial. La fuerza de la utopía virtual hace que cualquier reivindicación tenga la sospecha de contener un totalitarismo futuro. Como espejo del fracaso de las utopías asistimos a una hegemonía americana, hecho contundente y verificable. Supremacía que tiende a la totalidad en cuanto influencia económica y financiera, política internacional e industria cultural, tecnología y códigos de comunicación, científica y militar. Cuáles son las consecuencias de esa situación es otra enorme cuestión. En lo que a nuestro tema refiere, se trata de un predominio simbólico que puede afectar el imaginario social y su traducción en conductas concretas. Repensar las utopías latinoamericanas pasa por la doble tarea de aguzar la imaginación, intentar el cuestionamiento de la utopía virtual y resistirla en cuanto legitimación del poder. 

Ya que la imaginación no llegó al poder después del 68 y se encarna en el naufragio simbólico versión siglo XXI de Daniel Cohn-Bendit, al menos enfatizar el poder de la imaginación. La utopía de 1516 empezó siendo un no-lugar, quizá la nueva configuración se aproxime a la intuida por Italo Calvino: «La utopía que yo busco en el presente, es menos sólida que etérea: es una utopía pulverizada, crepuscular, una utopía en suspensión.» (24)

J. C. M.

NOTAS

  1. Pessin, Alain, «L’imaginaire utopique aujourd’hui», PUF, Paris: 2001. p. 44
  2. Abensour, Miguel, «L’utopie de Thomas More à Walter Benjamin», sens&Tonka, Paris: 2000. p. 26.
  3. Godin, Christian, «Faut-il réhabiliter l’utopie?», Editions Pleins Feux, Nantes: 2000.
  4. Ainsa, Fernando, «La reconstrucción de la utopía», Ediciones Unesco, México: 1999.
  5. Desbazeille, Michèle Madonna, «Utopie», Ellipses, Paris: 1998.
  6. Baczko, Bronislaw, «Lumières de l’utopie», Payot & Rivages, Paris: 2001.
  7. Riot-Sarcey, Michèle, «Le rèel de l’utopie», Albin Michel, Paris: 1998.
  8. «Les utopies moteurs de l’histoire ?» , Les Rendez-vous de l’Histoire, Blois 2000, Editions Pleins Feux, Nantes : 2001.
  9. UTOPIE, «La quête de la société idéale en Occident», Bibliothèque nationale de France /Fayard, Paris : 2000.
  10. More, Thomas, «L’utopie», prèsentation par Simone Goyard-Fabre, GF Flammarion, Paris: 1987.
  11. Ibid. 7 p. 265.
  12. Fraile, Guillermo, «Historia de la Filosofía» Vol. III, Del Humanismo a la Ilustración, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid: 1966. p. 293.
  13. Ibid. 6. p. 8.
  14. Ibid. 6. p. 27. 
  15. Ibid. 6. p. 7. 
  16. Ricœur, Paul, «L’idéologie et l’utopie», Seuil, Paris: 1997.
  17. Ibid. 16. p. 19.
  18. Ibid. 16. p. 23.
  19. Ibid. 16. p. 38.
  20. Citado por Alain Touraine en «La societé comme utopie», Ibid. 1. p. 36.
  21. Andréani, Tony, «Le socialisme est (a) venir», Vol. 1, L’inventaire, Editions Syllepse, Paris: 2001. p. 7. 
  22. Ibid. 6. p.V.
  23. Ibid. 21. p. 21.
  24. Calvino, Italo, «La machine littérature», Seuil, Paris: 1993. p. 187.