Non l’avrei giammai creduto

  La historia del encuentro fue tal cual se cuenta en el relato. Venía trabajando la versión IV de “Nunca conocimos Praga”, las modificaciones sobre los relatos originales estaban avanzadas y quería agregar nuevas diagonales. Comencé una serie de lecturas al tanteo, lo más estimulante hallado en esas pesquisas fue el libro del italiano Ángelo María Ripellino “Praga mágica”, que dopaba mi proyecto y lo anestesiaba a la vez poniendo en evidencia ciertas peripecias descuidadas. Era un recorrido por los planos secretos de la ciudad a lo largo de los siglos, arqueo histórico de cementerios y peregrinos, fascinación esotérica y testimonio de pasión por una ciudad que nos convoca cada tanto, por razones equivalentes de orden intelectual e inducciones irracionales. De joven creía que fue Kafka quien inventó el mito literario y moderno de Praga, con el paso de los años y luego de leer a Ripellino, es claro que hicieron falta los cimientos históricos y varios siglos acumulados de la ciudad para que Kafka fuera posible; también la bella Milena que lo tradujo, le despertó algo parecido al amor y murió en el campo de Ravensbrück el 17 de mayo de 1944, cinco años después de que se editara “El pozo” en Montevideo. Allí se habla de precipitados inflamables, mapas celestiales, alquimias materiales y del alma gramatical, el horror de guerras religiosas y dominios secretos rebasando mi búsqueda narrativa de entonces; por ello, decidí incorporar su comentario al proyecto en proceso de El Astillero sobre el mito Gracchus y que conoceremos en un par de meses.

   Cuando los temas estimulantes demoran hay que tirar la perinola, esperar que se junten los átomos dispersos de manera futurista, aguardar la tercera vuelta de la ruleta que bifurque la serie. En esa calesita compré y leí el libro de Eduard Mörike “El viaje de Mozart a Praga” sutil e informado, que clausuraba una orientación imaginativa centrada en el personaje del músico. Recordé que cuando por fin conocí Praga -hace de ello treinta años- necesariamente visitamos el Teatro de los Estados, en todas las guías incluyendo la visita en grupo se decía que ahí -el 29 de octubre de 1787- se estrenó la ópera Don Giovanni dirigida por el propio Mozart: por el propio Mozart, ahí mismo en este teatro donde estaba de recorrida. Ello introducía una circunstancia favorable y había por fortuna una composición fusionando músico con ciudad: la sinfonía No. 38. Esa nebulosa -donde el protagonista era una partitura- necesitaba ajustarse a cierta cronología hallada en el “Mozart” de Jean y Brigitte Massin, que más que una crónica parece dar cuenta de una prodigiosa casualidad: la forma cómo los astros se ordenaron en la bóveda celeste, propiciando el milagro de la constelación clasificada por el polifacético Ludwing von Köchel.

   Se habrán percatado que, más que un cuento en el sentido clásico, se trata de una indagación amateur y rastreo de conexiones con peso de ficción. Resultó una suerte de terapia naturalista, estaba fatigado de ver en la Tele que el objeto de la búsqueda sea un asesino serial o esporádico, que el objeto un cadáver -la mayor parte de las veces de mujer martirizada- pasado por la morgue tras residuos ADN y que el hombre que reflexiona sobre el misterio resulte un detective privado o funcionario al frente de un equipo del Ministerio del Interior; saturado de postergar la Poética por asuntos congelados, prontos al microondas de la lectura según el recetario del Código Penal. La excusa algo forzada de una intuición a confirmar me llevo a otros terrenos paralelos y a veces colindantes de la investigación literario. El resultado final son notas en libretita con lápiz de grafo de un peregrinaje a pie, un alto en el camino sin carta territorial llevando a la próxima novela, acuarela sobre papel de música describiendo un paisaje onírico camino a Praga, merecidas vacaciones de pocas semanas en protocolos menos novelescos: crucero en clase económica por el Moldava bajo el mando del capitán Claudio Abbado. Mozart.

   Las óperas y sinfonías pueden ser drogas duras. Uno puede dejarlo todo, zanjar que el sentido de la vida está en las sonatas para piano en versión de Alfred Brendel. Después hubo la trampa donde caí al escribir sin oponer resistencia, más ficticia que la primera intención de melómano, introduciendo una conjetura lunar sobre la influencia de Praga sobre el hijo de Leopoldo. Es apócrifa y tampoco puede probarse, aunque las coincidencias con algo de buena fe parezcan mágicas.