Lefaucheux II

En «El misterio Horacio Q», 1985

David es un muchacho diferente, él llega de la capital todos los años a pasar los tres meses de vacaciones de verano entre nosotros. Viene a la casa del tío, el Pato, el dueño del boliche La última curda. Al mediodía el Pato sirve comidas caseras para alguna gente de paso por el pueblo, un plato por día, tallarines con estofado, milanesas con puré. Nosotros le decimos a David que para qué viene aquí que en verano es la muerte, que podría aprovechar las playas de allá de la capital tan enormes y lindas, como esa que se llama Malvín y hasta lo embromamos con las novias. David es así, él dice que allá está todo podrido y ya tendrá en pocos años su diploma de dentista, pero lo que él quiere de corazón es otra vida.

David estudia todo el año y trabaja duro preparando el verano. Siempre llega con ideas nuevas, un bolso lleno de publicaciones, revistas literarias, plaquetas de poesía, trae casetes que él mismo graba y los poemas. Con Fede son amigos desde chicos, se dan una manija loca con esas hojas sueltas que ellos llaman revista y ya sacaron tres números. Mi Fede lo único que tiene es la revista y entonces se da manija de verdad cuando reavivan el proyecto. David, es increíble, se lo toma en serio, dice que debemos seguir sacando la revista sin pensar en los sacrificios, está convencido de que desde aquí que es el esfínter del culo del mundo, podemos cambiar la idea de la poesía entre nuestros compatriotas. Están locos… Un año David organizó un taller de escritura poética, hasta trajo dos poetas jóvenes que leyeron sus textos y divagaron. Víctor Cunha que no me sacaba los ojos de encima y otro flaco de lentes que se fue a México, Eduardo se llamaba.

Yo también escribo un poquito. Hace años que vivo con Fede pero en verano también me enamoro de David y Fede no me reprocha nada, hasta hablaron entre ellos de la situación. Nunca nos acostamos los tres, duermo una noche con cada uno. Fede me ama cada día más y eso me gusta. En lo más íntimo yo creo que la historia le hace creer que vive adentro de una película. Fede es fuerte y David es tierno. Durante los meses que dura el verano soy la mujer más feliz del mundo. Nadie sabe lo nuestro, nos piensan un trío de loquitos obsesionados por editar la revista y está bien que sea así. Nosotros nos divertimos, es todo tan intenso entre ellos y yo que olvidamos el tedio y el calor, la miseria a la que fuimos arrastrados. Parece una historia de cine, pero a mí me da vergüenza tener siempre las mismas bombachitas de algodón como de niña. Soutien no necesito porque tengo poca teta, son tetitas de perrita, lindas pero chiquitas. Para compensar me cuido mucho el pelo, después de todo los calzones modestos logran que la situación sea más democrática, a veces igual sueño con puntillas negras y esas cosas de mujer fatal.

Habían pasado las fiestas de fin de año y todo el barullo. Los potentados del pueblo que tampoco son tantos, se fueron lejos y no volverían hasta mediados de marzo. Aquí nos quedamos los que no tenemos plata para el boleto de transporte ni para pagar un rancho en la costa, aunque sea una modesta casilla de chapa dolmenit. Nos quedamos los que tenemos la parentela y los viejos en el pueblo. Es así que por allá como terminando enero, es cuando los que quedamos aquí hacemos un pacto de pobres y caminamos por el pueblo en silencio. Hacemos las mínimas compras, estamos en un limbo de agonía hasta que llega el carnaval, empieza semana santa, semana de turismo dice David y el pueblo recobra el murmullo inconfundible de pueblo chico, de gusanería emanando del cadáver.

Los días de la siesta impuesta y la noche del pleno sol para empujarnos a permanecer en la sombra, nosotros leemos escuchando la radio, para seguir sabiendo que allá lejos atravesando el desierto que rodea el pueblo, continúa existiendo eso que llamamos mundo. Es recién cuando cae el sol y antes de que llegue del todo la noche que vamos al boliche del Pato. Allí nos encontramos todos, una linda barra y amigos de la resistencia. Ahí empieza la vida de verdad, leemos en voz alta, tomamos cerveza, caña y vino clarete fresco, intentamos marcar la línea editorial del próximo número de la revista creyendo que será editada. Nos cagamos en la mentalidad dominante del pueblo con lo poco que tenemos y escuchamos música venida de lejos. Por reacción comprensible le juramos un odio eterno a estribaciones telúricas de la comarca, sería tautológico dice Fede. Si estamos de acuerdo en todo, sostiene mi amoroso, para qué diablos hacer una revista a contramano. Decidimos escuchar músicas foráneas, destilaciones melodiosas de reventados alejadísimos, de tan lejos que parecen de otro planeta, con decir que Keith Jarret pasa por ser el más serio. 

El Pato es un tipo macanudo, nos soporta con cariño. Estoy convencida de que se gasta en verano lo que gana trabajando el resto del año y lo genial es que parece importarle un pepino. El Pato quiere mucho al sobrino. David es el único pariente que le queda, el Pato dice: «Cuando David se reciba vendo el boliche al mejor postor, le pongo un consultorio y después me mato, pero pienso llevarme alguno de por aquí en el camino».

David es diferente de todos nosotros. David lee mucho allá en la capital y yo sé que tiene talento, si se decide a trabajar en la poesía será uno de los grandes, como Marosa, Puig y como el Bocha. Eso si él lo quiere. Fede además de ser amigo lo admira. Un día Fede me preguntó si yo me iría con David y le contesté que si me lo preguntaba una segunda vez lo mataba, él se rió pero es verdad que si vuelve con esa tontería lo mato. Puedo pensar la vida que me espera, pensar mi futuro sin David pero no sin Fede. Fede es mi hombre. David es otra cosa, es como un hermano, un primo segundo. 

Durante los meses de verano vivimos en la casona que me dejó mi abuelo al morir en el barrio Las Manzanas. En invierno vivo en el centro del pueblo con mi madre, en verano vengo aquí a los arrabales a respirar un poco y disfrutar de mis hombres a gusto. A veces pienso que soy una zafada. Aquí tenemos una pieza especial para el trabajo, con carpetas para la correspondencia, una caja de zapatos que hace las veces de fichero y muchas cosas más. Está bastante bien para el lugar. Nunca supe cómo hacemos para convivir sin drama. Entre el baño tibio de la mañana, la compra del pan, el poner a calentar agua para el mate y el café, descolgar la ropa de la cuerda y sacar la manteca de la heladera, lo cierto es que cuando nos damos cuenta que estamos en un nuevo día nadie parece recordar en que cama durmió. Yo sí. Ellos son tan dulces cuando quieren que algunas mañanas me lo hacen dudar.

Era David el que venía dale que dale con el asunto ese del brulote, la última noche en el boliche del Pato fue cargada. Estaban excitadísimos por los acontecimientos recientes y yo creía, siempre la misma distraída, que al amanecer el asunto quedaría olvidado. Fue David que estaba en el origen del episodio para ayudar a Fede, fue David que estaba loco de feliz por lo ocurrido, fue él quien evocó la posibilidad del enfrentamiento honorable y él que le pidió a Fede practicar diciendo que estaba en juego el honor de la poesía nacional. Yo me reía cuando los escuchaba hablar del honor de los poetas. «Si fuera por tu honor flaca linda, aquí el Fede y yo sin consultarlo con nadie, sin medir consecuencias declararíamos una guerra mundial» decía David y a mí me encantaba escucharlo decir esas cosas.

Fede estaba firme, él sabía que la cosa terminaría mal en cualquiera de las variantes. Le decía que se dejara de joder con el honor y que las armas las carga el diablo. Yo estaba ahí cuando le dijo a David que el revólver de mi abuelo debería ser un arma anticuario del siglo pasado. Inservible para practicar y le aconsejé que para el verano próximo aprendiera artes marciales al estilo Okinawa. David insistía y en un último recurso apeló a la fibra militante chamuscada de Fede que un poco se calentó. David intentó la argumentación romántica para decidirlo, que estuviera en concordancia con nuestra situación amoroso atípica. 

Dijo que los poetas gringos tenían menos problemas porque se enculaban entre ellos en los baños públicos de Nueva York y que el viejo Burroughs había dado en la práctica su contundente opinión sobre las mujeres, en especial de las esposas. Estaba inspirado mi hermoso, después se lanzó en retóricas de reivindicación personal y recordó que hasta tenía un texto acorde a la situación, que él reivindicaba como lo mejor que había escrito en su vida. Hoy estaban peor que borrachos me parece que les dije. Esas fueron más o menos las palabras y lamento olvidar el resto. Fue la última vez que los vi juntos, qué horrible. Sin pedirme mi opinión me dejaron fuera de la conversación, así que me levanté y les dije que entraba a la casa a bañarme. Necesitaba refrescarme para tomar coraje y detener ese disparate, además había que hacer las compras del día y hasta con dos hombres en la casa la condición femenina se mantenía inmodificable.

Estaba necesitando estar un tiempo con mi cuerpo a solas, mirarme en el espejo desnuda y de perfil, preguntarme qué encanto tenían esas tetitas para hacerme tan feliz. Estar a solas para enjabonarme despacio la conchita y repetirme que era una mujer de suerte. Necesitaba meterme en la bañera y sentir el agua tibia hasta el cuello, levantar desplegando las largas piernas del agua como una estrella de cine y decir para mis adentros: si estas piernas hablaran y contaran lo vivido, mirarme los dedos finos y largos de poetisa posarse sobre los bordes de la bañera inmensa, hundirme en el agua tibia hasta el tabique de la nariz y pensar en los cuerpos bonitos de mis dos hombres discutiendo al sol del amanecer. Quería ponerme en la mano mucho champú con olor a almendras salvajes, esencias de los mares del sur, árboles exóticos del corazón de la Amazonia y desde el agua mirar colgadas en la ventana al aire fresco de la media mañana, golondrinas albinas anidadas en mi felicidad, las bombachitas de algodón secándose. En mis baños soñaba con los futuros sonetos de amor compartido, me imaginaba ser la autora de versos impregnados de una sensualidad nunca antes alcanzada, me veía yo toda y también mi cuerpo caliente en el agua tibia, siendo protagonista d’un roman d’amour insensato sólo destinado a mujeres lejanas, mujeres misteriosas y seductoras hasta el suicidio. Me sublimaba llevando un diario de verano tórrido escrito con la tinta invisible de mi sexo rosado, húmedo en todo momento, abierto como una breva madura para saciar la sed espesa de sumisos amantes insaciables, me leía siendo una mujer madura escribiendo su vida, que eran las memorias de un cuerpo dispendioso, contándole esta misma semana de mi vida a un amante reciente, muchísimo más joven que yo, de la edad de mis queridos y celoso de mi tenebroso pasado. En eso estaba, mientras él me reprochaba mis deslices consentidos y periódicos cuando oí el estampido. 

Lo primero que pensé fue que había sido él, mi joven amante que me había disparado por desesperación y celos, entonces me llevé la mano derecha al pecho para buscar la herida. Luego temí lo peor y salí corriendo desnuda hacia el patio. Tenía miedo de encontrar lo peor, estaba avergonzada de mi egoísmo que me empujó a dejarlos solos.

Cuando llegué al patio vi a David tirado en el piso con la cara ensangrentada. Me llevé las manos a la boca, grité su nombre y comencé a llorar como una Magdalena. Me senté de costado en el hormigón frío sin saber qué hacer y sabía que Fede estaría por ahí cerca con el revólver de mi abuelo en la mano. Por el momento rechacé la idea de que sería yo quien debería tomar las decisiones prácticas y alguna vez volvería a comprar el pan como si tal cosa. Sentí que me estaba orinando encima. Dios mío…