Descargar Sobre Elder, de Rosario Peyrou
Perdidos en la noche
Los cowboys marchan al exilio
viajan a la Florida sin maletas
y sin un centavo
(olvidarán a búfalos caballos que galopaban
o galoparon
o galopan todavía
a infames que acechan desde el invierno.)
y mientras el autobús cruza los metros
del celuloide que le queda
ven morir a seres miserables
sin gastar una bala.
(Líneas de fuego, 1982)
A la cajera del Oxford
La muchacha que está detrás de la
registradora
piensa en cosméticos
no en el ticket que acaba de marcar
y marcar
sino en la línea
(de spleen o de cansancio)
que seguirá el cosmético en su rostro.
Los cortos dedos
olvidan las últimas
cifras marcadas en la registradora
miden
se inclinan ante el murmullo obligatorio
detienen otro aliento
(de intimidad
o espejos)
La muchacha responde al grito de:
“Cierra el seis”
con rápidos tecleos
en la máquina
pero piensa en trazos del aire
en la mecánica del rímel
y del desamparo.
(Líneas de fuego, 1982)
Apuntes para un Western
Tal vez usted no entienda esto que escribo,
padre. El capitalismo es hostil a todo y a
cualquier entendimiento entre el campo y
la ciudad.
Pero debe saber que no pretendo eludir
el problema. Busco palabras que sean fieles en
el trávelin:
el sombrero alón,
las botas
las espuelas hundiéndose en el barro
antes de montar.
O cuando se aleja del
caserío envuelto en el poncho de bayeta
y los gurises
-nosotros y los extras-
diciéndole “hasta luego, hasta luego”.
Entonces
Nada sabíamos acerca de bandidos
ni de balaceras. Apenas de densos polvazales
ya instalados en la sangre infantil,
y aquella
tarde en que usted ensilló de nuevo
después de la convalecencia
y salió hacia los cerros al galope.
Subiendo
y bajando por los pedregales
como por la
orilla del celuloide
en “Ringo cabalga de nuevo”.
(Cuadernos Agrarios, 1985)
Cuaderno agrario
La retrospectiva no termina señalando
fechas,
momentos imprecisos, osamentas de
caballos muertos al costado de la ruta.
En la alusión de un verso no caben los
rancheríos. Ni lluvias impertinentes,
ni bandadas de tordos
hartos de tanto vuelo inútil:
así la luz
no depende de lo oscuro ni de la huida
de las sombras.
Aunque ahora al levantarnos
En la mañana, tropecemos con las gallinas
cloqueando por el patio
o desde esta ventana
intentemos medir el salto de garrocha
el esfuerzo del sol cruzando los rastrojos
las parvas
sobre la mala distribución
de la tierra.
(Cuadernos Agrarios, 1985)
Encuesta. Mayo de 1990
El 2,4% de las mujeres que lee libros
prefiere los libros de poesía.
En tanto solo
el 0,4% de los hombres se inclinan por este género
que algunos de nosotros cultivamos con afán.
Dejando de lado a los varones, que en este caso
solo interesan como dato estadístico
tendremos el siguiente cuadro:
De las 600.000 mujeres que inquietan Montevideo
comercian a sabiendas con la poesía
apenas unas 14.400.
Cifra irrisoria si se tiene en cuenta
la abundancia de poetas
y que ven TV un 20% de las damas de esta ciudad,
pero nada despreciable si se considera
que uno escribe con el único objetivo de seducir
y lo hace en buena fe, de que de una vez por todas
la poesía se ponga del lado utilitario de las cosas.
(Fotonovela, canción de perdedores, 1998)
Más allá de los algarrobos
están quemando campos
Más allá de los algarrobos
Hay olor a moles quemados
a libélulas que huyen hacia el caserío
a langostas trituradas por el calor.
Hay aire molido delante de mis ojos
un cielo limpio
como túnica de mi novia del sexto escolar.
Hay vidas rápidas en el mediodía.
Un mosquito vive 24 horas
las mariposas 12,
los jejenes tampoco alcanzan
la vida eterna.
Y sin embargo están allí
girando sin apuros
cumpliendo con su ciclo
como quien paga sus impuestos
al cajero automático.
Vidas que no se escuchan entre miles
de automóviles, luces, polvo, senos, entrevistas,
caídas en las ventas.
ni siquiera se ven en las fotos minuciosas
que mi hermano Roberto
tomó en el verano por campos de Lluberas.
Pero sabemos que están allí:
vidas estelares que alimentan los días
las horas, los días.
Y que sostienen la humareda
que ahora se levanta tras los algarrobos
en silencio.
(Mal de ausencias, 2002)
El caballo de mi padre
El caballo mastica el sol entre los pastos
la luz azulada
que asordina las horas del verano en la pradera.
El caballo de mi padre come en los brotes
de alfalfa, flores de macachín (rosadas),
Las pobrecitas flores del tero
que asoman en la hierba.
Espanta los jejenes con su cola
y a los tábanos.
Pone en duda el bostezo del mediodía
cayéndose sobre su propia sombra.
El caballo de mi padre ramillea entre ortigales
elige en el jugo de la gramilla
tras las retamas que explotan, entre carquejas.
El caballo de mi padre
se alimenta de poesía.
(La frontera será un tenue campo de manzanillas, 2003)
Aseo personal
Mientras aprieto el sachet
del dentífrico
y estiro el gusano de la pasta de
dientes
en el cepillo rojo,
me estremecen tus pasos.
El mismo ruido en la cocina
el agua otra vez llevándose
las migajas de la cena
de anoche (¿acaso la última?)
Mientras el dentífrico
se aplasta en mi boca
y me devuelve a lo que
nunca tuve,
pienso que la coartada
del silencio
echará a perder estos gestos
cotidianos
que nos justifican
en este rescoldo del planeta.
(Sachet, 2009)
Volver 2
Vuelvo al barrio
como esos caballos viejos
al patio donde comieron
alfalfa fresca
alguna vez.
Vuelvo por la vereda
destruida.
“Rey Maikol”
“El Villa es un sentimiento
lo demás, solo detalles”.
Y la chimenea de la fábrica
no es una amenaza para el
verano.
Salto los pozos
y sigo tras el traqueteo
del carro papelero.
Algo raro sucede:
coleccionan revistas
que no hablan de sus corazones
ni salen las fotos de sus hijos
de rodillas flacas.
Y coleccionan páginas
de diarios atrasados
(¿qué historia no?)
donde jamás cotizan.
Es raro este barrio
y lo quiero arrinconar.
Aunque sea acá
en este boliche de orilla
donde todos parecen
aburridos para siempre
porque he vuelto.
(Sachet, 2009)
Agua Enjabonada
Cuando tiendes la ropa en el alambre
esperas algo más que un lavado
perfecto.
Sientes deseos que tu camisa blanca
se purifique algo en el tendedero
que el sol se recueste en el suéter
comprado en San Pablo
y lo vuelva más naranja
y apague la borrasca del día
y la falta de confianza.
Cuando veo mis medias sacudidas
por el viento
espero no sentir el cansancio
de esa danza
cuando me las ponga para ir al trabajo.
Hay cierto alivio
y suspiras como en un spot
donde publicitan jabones
y hasta crees que algo ha sucedido
con tu ropa
cuando la descuelgas
para ordenarla en el ropero.
El olor a ropa limpia
tiene la belleza de tus ojos
mirando en un cielo atardecido
y algo de la escandalosa impureza
del agua enjabonada.
(Agua enjabonada, antología 1982- 2012)
Larga espera
Fría,
como una cobradora de impuestos,
como una taquígrafa el día
de la sesión del parlamento,
me hiciste esperar una hora con un
ramo de astromelias para ti.
Los sesenta minutos más largos de mi
vida,
solo en un pasillo aséptico,
apenas atravesado por gordas oficinistas,
biblioratos con tacones
y ese óxido espeso
que corroe no solo los restos del amor,
sino las penas de amor,
y hasta las astillitas de todo lo que
vivimos juntos.
(inédito)
3
Ningún aire te defiende.
Aquí hay cañaverales y los niños tienen hambre.
El agua enrojece en los atardeceres
y los trenes asoman cada dos o tres días por
los rieles deshechos.
Ningún aire contempla los diferentes tonos
de tu piel de invierno a verano.
Ni pastos.
Ni pastizales hendidos en lo oscuro.
Solos los mojones de la ruta recuerdan la
distancia,
defienden el abrazo y el instante en que
mi camisa caerá sobre la silla de tu cuarto.
(inédito)