Montevideo
Nací en una ciudad triste
de barcos y emigrantes
una ciudad fuera del espacio
suspendida de un malentendido:
un río grande como mar
una llanura desierta como pampa
una pampa gris como cielo.
Nací en una ciudad triste
fuera del mapa
lejana de su continente natural
desplazada del tiempo
como una vieja fotografía
virada al sepia.
Nací en una ciudad triste
de patios con helechos
claraboyas verdes
y el envolvente olor de las glicinas
flores borrachas
flores lilas
una ciudad
de tangos tristes
viejas prostitutas de dos por cuatro
marineros extraviados
y bares que se llaman City Park.
Y sin embargo
la quise
con un amor desesperado
la ciudad de los imposibles
de los barcos encallados
de las prostitutas que no cobran
de los mendigos que recitan a Baudelaire
la ciudad que aparece en mis sueños
accesible y lejana al mismo tiempo
la ciudad de los poetas franceses
y los tenderos polacos
los ebanistas gallegos
y los carniceros italianos.
Nací en una ciudad triste
suspendida del tiempo
como un sueño inacabado
que se repite siempre.
El viaje
Mi primer viaje
fue el del exilio
quince días de mar
sin parar
la mar constante
la mar antigua
la mar continua
la mar, el mal
Quince días de agua
sin luces de neón
sin calles sin aceras
sin ciudades
solo la luz
de algún barco en fugitiva
Quince días de mar
e incertidumbre
no sabía adónde iba
no conocía el puerto de destino
solo sabía aquello que dejaba
Por equipaje
una maleta llena de papeles
y de angustia
los papeles
para escribir
la angustia
para vivir con ella
compañera amiga
Nadie te despidió en el puerto de partida
nadie te esperaba en el puerto de llegada
Y las hojas de papel en blanco enmoheciendo
volviéndose amarillas en la maleta
maceradas por el agua de los mares
Desde entonces
tengo el trauma del viajero
si me quedo en la ciudad me angustio
si me voy
tengo miedo de no poder volver
Tiemblo antes de hacer una maleta
–cuánto pesa lo imprescindible–
A veces preferiría no ir a ninguna parte
A veces preferiría marcharme
El espacio me angustia como a los gatos
Partir
es siempre partirse en dos.
Cortejo
Las ballenas cantan canciones a través de los océanos
y nunca se repiten.
Son canciones de cortejo
se escuchan a diez mil millas de distancia
¿No iba yo a invocar tu nombre
a través de los océanos de las avenidas
a través de las misteriosas estelas de los astros
a través de los autos y las urbanizaciones
a través de las plazas de estacionamiento
y la rambla que limita al mar
y su desembocadura?
Bitácora
No conoce el arte de la navegación
quien no ha bogado en el vientre
de una mujer, remado en ella,
naufragado
y sobrevivido en una de sus playas.
De aquí a la eternidad
Descubrir a Dios entre las sábanas
–no en el templo fariseo
ni en la altiva mezquita–
sábanas blancas
sudario del amor que te cubría
manto sagrado
iniciar la bienaventurada ascensión
de tu piel a la eternidad
de tu vientre al círculo celestial
sentir a Dios en tus húmedas cavidades
en el grito vertiginoso
de la jauría de tus vísceras
saber
que Dios está escondido entre las sábanas
sudoroso
consagrando tu sangre menstrual
elevando el cáliz de tu vientre.
Descubrir de pronto que Dios
era una diosa,
última ascesis,
de aquí a la eternidad.
Vía Crucis
Cuando entro
y estás poco iluminada
como una iglesia en penumbra
Me das un cirio para que lo encienda
en la nave central
Me pides limosna
Yo recuerdo las tareas de los santos
Te tiendo la mano
me mojo en la pila bautismal
tú me hablas de alegorías
del Vía Crucis que he iniciado
–las piernas, primera estación–
me apenas con los brazos en cruz
al fin adentro
empieza la peregrinación
muy abajo estoy orando
miento tus dolores
el dolor que tuviste al ser parida
el dolor de tus seis años
el dolor de tus diecisiete
el dolor de tu iniciación
muy por lo bajo te murmuro entre las piernas
la más secreta de las oraciones
Tú me recompensas con una tibia lluvia de tus entrañas
Escoriación
Herida que queda, luego del amor, al costado del cuerpo.
Tajo profundo, lleno de peces y bocas rojas,
donde la sal duele y arde el iodo,
que corre todo a lo largo del buque,
que deja pasar la espuma,
que tiene un ojo triste en el centro.
En la actividad de navegar,
como en el ejercicio del amor,
ningún marino, ningún capitán,
ningún armador, ningún amante,
han podido evitar esta suerte de heridas,
escoriaciones profundas, que tienen el largo del cuerpo
y la profundidad del mar,
cuya cicatriz no desaparece nunca,
y llevamos como estigmas de pasadas navegaciones,
de otras travesías. Por el número de escoriaciones
del buque, conocemos la cantidad de sus viajes;
por las escoriaciones de nuestra piel,
cuántas veces hemos amado.
La falta
Hay gente que le pone nombre
a su falta
les falta Antonio o Cecilia,
un viaje a África
o un millón de pesetas
un pisito en la playa
o una amante
un éxito en la loto
o un ascenso en el trabajo.
Los que sabemos que la falta
es lo único esencial
merodeamos las calles nocturnas
de la ciudad
sin buscar
ni un polvo
ni una diosa
ni un Dios
Sacamos a pasear la falta
como quien pasea un perro.
Condición de mujer
Soy la advenediza
la que llegó al banquete
cuando los invitados comían
los postres
Se preguntaron
quién osaba interrumpirlos
de dónde era
cómo me atrevía a emplear su lengua
Si era hombre o mujer
qué atributos poseía
se preguntaron
por mi estirpe
«vengo de un pasado ignoto –dije–
de un futuro lejano todavía
Pero en mis profecías hay verdad
Elocuencia en mis palabras
¿Iba a ser la elocuencia
atributo solo de los hombres?
Hablo la lengua de los conquistadores
es verdad,
aunque digo lo opuesto de lo que ellos dicen»
Soy la advenediza
la perturbadora
la desordenadora de los sexos
la transgresora
Hablo la lengua de los conquistadores
pero digo lo opuesto de lo que ellos dicen.
Oración
Líbranos, Señor,
de encontrarnos,
años después,
con nuestros grandes amores.
Barcelona, noche
Regreso tarde
a la noche, tarde
los árboles sombríos y sin hojas
tarde
los letreros luminosos de La Caixa
rotando
como los ojos de un sapo enloquecido
–tarde–
regreso –tarde–
Nadie por las calles oscuras
calles vacías
neones luminosos
astros encendidos de un mar oscuro
alarido de una sirena célibe.
Regreso tarde
el escenario vacío
sin gente
y yo le hablo a la ciudad
le digo cosas
te amo te quiero t’estimo
aunque sé que esa noche
–tarde–
tampoco Barcelona
será mía
como una mujer histérica
cuanto más la amas
más se esconde.
Mi casa es la escritura
En los últimos veinte años
he vivido en más de cien hoteles diferentes
(Algonquin, Hamilton, Humboldt, Los Linajes,
Grand Palace, Víctor Alberto, Reina Sofía, City Park)
en ciudades alejadas entre sí
(Quebec y Berlín, Madrid y Montreal, Córdoba
y Valparaíso, París y Barcelona, Washington
y Montevideo)
siempre en tránsito
como los barcos y los trenes
metáforas de la vida
en un fluir constante
ir y venir
No me creció una planta
no me creció un perro
solo me crecen los años y los libros
que dejo abandonados por cualquier parte
para que otro, otra
los lea, sueñe con ellos.
En los últimos veinte años
he vivido en más de cien hoteles diferentes
en casas transitorias como días
fugaces como la memoria.
¿Cuál es mi casa?
¿Dónde vivo?
Mi casa es la escritura
la habito como el hogar
de la hija descarriada
la pródiga
la que siempre vuelve para encontrar los rostros conocidos
el único fuego que no se extingue.
Mi casa es la escritura
casa de cien puertas y ventanas
que se cierran y se abren alternadamente
Cuando pierdo una llave
encuentro otra
cuando se cierra una ventana
violo una puerta.
Al fin
puta piadosa
como todas las putas
la escritura se abre de piernas
me acoge me recibe
me arropa me envuelve
me seduce me protege
madre omnipresente.
Mi casa es la escritura
sus salones sus rellanos
sus altillos sus puertas que se abren
a otras puertas
sus pasillos que conducen a recámaras
llenas de espejos
donde yacer
con la única compañía que no falla:
las palabras.