VI) Si una noche de invierno Ítalo Calvino

Había dos maneras de considerar este pequeño capítulo y la primera era más bien chauvinista. La valoración de un autor la construye también la expansión del rumor que se concreta sobre su obra con coloquios, notas de prensa, reconocimiento entre los pares y traducciones. Al respecto, la literatura uruguaya depende del peso del mercado interior y admiraciones proliferantes considerables, como es el caso de Mario Benedetti; a veces, de la tibieza crítica en el primer círculo que no despierta curiosidad o el interés de las conexiones exteriores. Al respecto y hablando de vecinos, comprobé en París que agentes y editores compraban títulos a ciegas, con el solo argumento de una nota de dos páginas de Beatriz Sarlo salida el domingo pasado; el mercado editorial se desentiende de crónicas uruguayas luminosas sobre Bret Eeston Elis y Nick Cave, pero así funciona el luna park que aguarda adolescente la novela culta de Slash el guitarrista de Guns N’Roses.

El caso de FH es único y extraño. Sin pertenencia a clásicas categorías generacionales asociadas a un número como en la interpretación de los sueños y la quiniela, a contracorriente de literaturas comprometidas que supimos valorizar, con una filiación de tecladista seducido por espías rusas y desbordando la secta de los raros de Ángel Rama, su trayectoria parece la del lobo estepario más asociado a la leyenda urbana del escritor maldito y detestable. Hay cuatro pilares que fueron urdiendo la suspicacia del valor de su obra; en los años sesenta la figuración del uruguayo en los almanaques de Julio Cortázar La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Último round (1969); el libro de Norah Giraldi “Felisberto Hernández: del escritor al hombre” publicado por Banda Oriental en 1975, que fue una estupenda sorpresa en la ciudad letrada pasando malos momentos, si bien Norah ya estaba en el extranjero. En esa misma época, bajo el auspicio de Alain Sicard de la Universidad de Poitiers y el apoyo oriental de Nacho Pereda, se suceden varios coloquios durante el año 1973, que se resolverán en el famoso libro publicado por Monte Ávila en Caracas 1977.

El cuarto episodio de esta carambola sucede en 1974: Einaudi publica la versión italiana de “Nadie encendía las lámparas” en una traducción de Umberto Bonett, con el famoso prólogo de Ítalo Calvino y su famosa sentencia sobre que Felisberto no se parece a ninguno. Algo parecido había cantado Rita Pavone en 1963: come te non c’e nessuno… Aquí retomo dos probables percepciones del episodio: a) el hecho y b) el enigma. El hecho es la utilización que todo el mundo hizo de esa introducción. Hace bien ese apoyo al lector o escritor uruguayo y legitima reconocimiento sin necesidad de didascalias redundantes. Era un pasaporte italiano eficaz y pieza clave en trabajos posteriores del hispanismo. Calvino es un precursor del amigo Jean-Philippe Barnabé que redactó una tesis y varios artículos sobre FH y quizá el hecho de ser él también pianista, contribuye a una empatía secreta. Yo lo recupero en artículos antiguos también por esos bajos intereses, siendo difícil desprenderme del enigma ahí anudado y sobre el cual tengo un relato falso indemostrable. No excluyo e insisto en el encuentro fortuito si bien ignoro las condiciones de producción y el nexo; en el tráfico entre editores cuando la Feria de Frankfort y universitarios invitados, seguro que alguien dejó caer el nombre de un tal Felisberto Hernández. Un editor de Milán atento a los catálogos latinoamericanos se entusiasma y lo presenta al comité de lectores de Einaudi; sin mucho entusiasmo considerando que no es de los nombre más rutilantes del boom se firma el contrato, se encarga la traducción y se lo programa para 1973, pero luego se lo atrasa un año más. Einaudi puede dar marcha atrás pero la traducción es interesante y buena; se hace circular el manuscrito entre críticos de confianza y en la interna. El retorno es entusiasta, se aprecia cierta unanimidad hasta que alguien dice en voz alta: “Nadie encendía las lámparas, pero nadie en Italia conoce al autor…” Cierto y balde de agua fría; se especulan con varios planes de apoyo de promoción ante los libreros. Todo bien difícil y más cuando el autor está muerto siendo imposible de entrevistarlo en la RAI. De pronto, una muchacha estudiante que está haciendo de pasantía en la editorial, confirmando ese carácter de seductor parapsicológico del pianisty tiene una iluminación y el coraje de formularla: “Habría que pedirle una introducción a Ítalo Calvino”

Ahí marcando el encuentro se inicia otro relato de literatura ficción; alguien lo llama al escritor prestigioso esa misma tarde, uno de los capos. Calvino escucha, está fatigado pues viene de publicar “El castillo de los destinos cruzados”; hay una breve negociación, el escritor escucha sin prometer nada, permite que le envíen el material para darle una hojeada, pide unos días y la semana próxima dará su respuesta. Calvino es un conjunto de novelas extrañas y autosuficientes, que haya nacido en Cuba puede ayudar por eso del realismo fantástico tan de moda… se interesa por la persistencia de los textos clásicos, el potencial narrativo de disciplinas científicas y crónicas de la guerra durante la infancia. Tiene un domino pasmoso de teoría y praxis de la literatura, tal como lo probará en las magníficas “Lecciones americanas”. El correo llega y Calvino es hombre de palabra, nunca sabremos cual fue la impresión de la lectura ni las interconexiones operadas con su biblioteca. Alguien conoció alguna vez el tiempo real que le llevó redactar la introducción; si quedan aún archivos en Einaudi de antes de la informatización, seguramente esta la hoja mecanografiada con las correcciones en lápiz rojo. El resto del episodio es de público conocimiento, lo anómalo de ese trámite común y corriente en el mundo editorial, es una coincidencia que me dejó perplejo. Fue “después” de leer a Felisberto Hernández que Calvino comienza la escritura de “Si una noche de invierno un viajero”.