Ante la imposibilidad de reconstruir el mundo de la niñez sin intromisiones en el proceso, la exigencia creativa se traslada de la reconstrucción retrospectiva interna a una interacción realidad imaginación. Dominio difuso que -por tramos narrativos- puede aceptar la caracterización de fantástico y otras veces prefiero denominar el tercer reino. El poder de autoobservación equivalía a cancelar algunas facultades (que se organizan si lo observado está fuera del sujeto) cuando la perspectiva se orienta en profundidad, arduo buceo en el mar de la memoria que las refina en sus aspectos insólitos.
Cuando, mediante ese adiestramiento autista se abandonó a sí mismo aplicándose a indagar el mundo circundante, FH descubrió con felicidad el revés de la trama, el negativo recubierto del dibujo y la escena surrealista. La existencia activa de un sistema que no se rige por cánones racionales epidérmicos ni normas éticas que la estadística sicológica cree inamovibles. Aquella exclusividad ensayada por el método de la memoria, posibilitaría a FH una capacidad propia de descifrado visual, la escritura consecuente desprejuiciada y por tramos automática libre de control. Lo que nuestra sociedad tradicional apocada, un ambiente cómplice, ciudadanos excomulgados recelosos ocultaban con vergüenza y desprecio, de todas las maneras posibles -encierro familiar, marginalidades punitivas-, a los ojos del pianista escritor apareció meridiano. Tanto, que neutralizó cualquier formulación de lo cotidiano que no suponga la esquizofrenia y más: guarda algo de infantil siendo el infractor curioso que se atreve a penetrar lo negado y prohibido, bosques encantados y mansiones abandonadas.
La inercia de Montevideo y pueblos del interior uruguayo y argentino fue sacudida; el concertista sublevó con su incursión movimientos subterráneos, oscuros y reprimidos, sometidos y ocultos. Desveló estrategias de supervivencia individual donde la violencia latente se manifiesta de maneras teatrales, mientras los personajes invierten la lógica biológica y se pasean por sus pesadillas teatrales durante la vigilia. Esa crónica se ubica entre la indiferencia de pocos prescindentes y la sorpresa más bien boba, de quienes se indignan cuando leen la crónica roja con casos escalofriantes. La sumatoria de esas denuncias parciales configura el efecto de totalidad inquietante -equidistante de lo fantástico y lo penoso- que se impregna al frecuentar su obra.
Uno de los primeros ingresos conceptuales a la consideración de su literatura lo indica el propio autor, que asume la escritura como tara consustancial de sus personajes.
“La angustia se me había vuelto de una monotonía tan extraña como la de algunos cantos judíos: nos parece que nunca encuentran la totalidad definida, que siempre las amaga y para ellos es normal no encontrarla.” (16)
Es una buena imagen y sinopsis conceptual que puede prolongarse a sus cuentos. FH define sin definir, describe por sugerencia, nombra su campo operacional mediante fórmulas inocentes en su acepción inmediata, incontrolables cuando se opera la interpretación. Conformaciones narrativas de climas, argumentos y significados encaminados -la mayoría- a una relativa explicación final de laboriosa verificación. Los acápites que siguen al título -encabezando el ensayo- parecen contradictorios siendo en realidad complementarios; se adaptan -auto reconocimiento, valoración voluntaria que los fundamente- a un escritor que trafica, falsifica y contrabandea de continuo con mundos coexistentes de forma permanente. FH describe el purgatorio uruguayo de quienes despreciaron la revelación, están cerca del infierno, extraviaron la fe y presentan la falla que los dispensa de la condenación eterna.
Julio Cortázar -reconocido destructor de relojes y gramáticas acartonadas, espía de velorios, perseguidor de instrucciones para subir escaleras- rechaza lo fantástico como categoría opuesta de lo real en su apariencia y puede sernos de suma utilidad. Lo demostró en múltiples relatos; siendo también un apologista de personajes dejados de la mano de la historia y la consideración crítica, entre los que se ubica la cofradía de los piantados.
“La palabra piantado es una de las contribuciones culturales del Río de la Plata; los lectores al norte del paralelo 32 tomarán nota de que viene de “Piantare”, en italiano mandarse mudar, acepción ilustrada por rotundo tango donde también se oye el ruido de rotas cadenas: PIANTÉ DE LA NORIA… ¡SE FUE MI MUJER!”
Y agrega:
“La diferencia entre un loco y un piantado está en que el loco tiende a creerse cuerdo mientras que el piantado, sin reflexiones sistemáticamente en la cosa, siente que los cuerdos son demasiado almácigo simétrico y reloj suizo, el dos después del uno y antes del tres, con lo cual sin abrir juicio, porque el piantado no es nunca un bien pensado y una buena conciencia o un juez de turno, este sujeto continúa su camino por debajo de la vereda y más bien a contrapelo, y así sucede que mientras todo el mundo frena el auto cuando ve la luz roja, él aprieta el acelerador y Dios te libre.
Para entender a un loco conviene ser psiquiatra, aunque nunca alcanza; para entender a un piantado basta con el sentido del humor. Todo piantado es cronopio, es decir que el humor reemplaza gran parte de esas facultades mentales que hacen el orgullo de un prof o un doc, cuya sola salida en caso de que les fallen es la locura, mientras que ser piantado no es ninguna salida sino una llegada.” (17)
El mismo Cortázar lo ilustra en otros textos con dos ejemplos memorables del catálogo. El cubano Francisco Cristífero Díaz con su “Poético Ensayo al Conjuro Efluente Cristífero” (18) y el uruguayo Ceferino Píriz, con su obra “La luz de la Paz del mundo” recordado en capítulos prescindibles de “Rayuela” (19) Aparecen en el cortejo otros personajes como catalizadores de parcelas de la realidad negadas, se manifiestan al borde de la locura sin caer en ella y con un original sentido del humor. A esas zonas y con un rigor de inteligencia literaria antitradicional, se aplicaron el argentino Macedonio Fernández y nuestro Felisberto Hernández. Ambos acamparon su obra en la margen opuesta del realismo mimético y se interesan por casos en situación suburbio mental (mimando fronteras fluctuantes de los géneros literarios), donde la normalidad es rechazada como punto de referencia.
Los personajes de FH se anudan y anulan en un planeta autorreferente con exiguas conexiones al exterior, tampoco tienen un aparato intelectual para entender -incluyendo el humor a la manera de Cortázar- lo que les sucede y ello es el argumento mayor para intentar el alegato de defensa; no hay tanto un desdoblamiento condenable, sino un desarreglo de la máquina que los aloja desde el proceso de producción en la fábrica. El motor falla desde el comienzo; ellos existen más para la realidad que ésta para los interesados. Son fenómenos habitando entre nosotros, intraterrestres originales de profundidades fallidas de nuestro planeta.
Cortázar reivindica -con razón- asombros del continente americano donde el acceso es lo común y la magia emana de la vida cotidiana. Perfila – él mismo es demostración privilegiada- la presencia de una imaginación rioplatenses, frecuentada por escritores argentinos y uruguayos, con una modalidad definida, caracterizada en prioridad por un cosmopolitismo de acelerada inserción en un medio provinciano.
Algo de esto le escribió el autor de “Bestiario” a Felisberto en una “Carta En Mano Propia” que prologa las obras de FH en la Edición de biblioteca Ayacucho.
“FELISBERTO, tú sabes (no escribiré “tu sabés”; a los dos nos gustó siempre transgredir los tiempos verbales, justa manera de poner en crisis ese otro tiempo que nos hostiga con calendarios y relojes), tu sabés que los prólogos a las ediciones de obras completas o antológicas visten casi siempre el traje negro y la corbata de las disertaciones magistrales, y eso nos gusta poquísimo a los que preferimos leer cuentos o contar historias o caminar por la ciudad entre dos tragos de vino. Descuento que esta edición de tus obras contará con los aportes críticos necesarios; por mi parte prefiero decirles a quienes entren por estas páginas lo que Antón Webern le decía a un discípulo: “Cuando tengo que dar una conferencia, no digo nada teórico sino más bien que ama la música.” Aquí para empezar no habrá ni sospecha de conferencia, pero te divertirá el buen consejo de Webern por la doble razón de la palabra y la música, y sobre todo te gustará que sea un músico el que nos abra la puerta para ir a jugar un rato a nuestra manera rioplatense.” (20)
Por un lado un/el gran escritor que en términos de complicidad rebate en su colega marginado lo fantástico como instancia independiente; por otro, una tradición crítica (de traje negro y corbata de rigor) que aplica un instrumental ávido por catalogar. El intelectualismo del autor de “Rayuela” necesita de ese colega improvisador para legitimar su propio elenco anómalo, que fue a reclutar entre saxofonistas adictos, boxeadores en la pendiente y criminales seriales fotogénicos. Se evidencia que, antes de cualquier consideración crítica, los cuentos de FH nos comprometen en situación gnoseológicas de solución inestable. Por un orden itinerante de lectura, debemos recurrir a las tradicionales categorías de lo fantástico (un necesario pantalón negro y zafar en lo posible del desamparo) ya sea para asimilarlas o descartarlas; acaso para encontrar un mínimo punto de apoyo, cursos de distancias transgredidas o ignoradas por el narrador uruguayo. Sin omitir que sus cuentos responden a lo que pedía el autor de la carta en mano jamás entregada.
“El signo de un gran cuento me lo da eso que podríamos llamar su autarquía, el hecho de que el relato se ha desprendido del autor como una pompa de jabón de la pipa de yeso.” (21)
Extraña caracterización: inconclusas melodías judías y piantados protagonistas, pompas de jabón, escritura… Aún a riesgo de parecer latosamente cuerdos. es imperativo tomar algo de distancia. Admitir que los relatos de “Nadie encendía las lámparas” invocan variables persistentes del género fantástico: imperiosidad de explicar o entender un hecho insólito, fractura de la legalidad cotidiana y previsible por un fenómeno inquietante, verosimilitud del medio ambiente propuesto y relación juego/mentira verificable entre personajes. Este aparato que puede suponer en lo previo una sobrecarga, es kit de supervivencia para el retorno. Nos asegura un viaje de ida con otro de vuelta o regreso; permite entender a FH como entidad y proyectarnos más tarde en otros autores, sabiendo que lo fantástico no excluye ni agota la experiencia literaria. Podemos negarnos a ello, considerar que con la lectura es suficiente; en ese caso, habría que llevar la estrategia hasta las últimas consecuencias siendo probable que nos transfiguremos en personaje de FH sin presencia en ninguno de los cuentos publicados. Cortando nexos con la realidad y a la manera del judío errante (no de melodía judía), ser condenados a transitar un mundo de anomalía sin salida. Saliendo cada atardecer al balcón caído y escuchando en el fondo de nosotros la publicidad de muebles “El canario”.
El lector se constituye en factor clave para la definición y efectos de todo este entramado; estas analogías no quieren encasillar el análisis en una única (y seguro limitada) dirección. En FH lo fantástico nunca es un fin en sí mismo, es -como él dijo- una manera de prever lo fantástico. Luego de “El caballo perdido” el recuerdo de la evocación se contrae hasta derivar en la inconclusa “Tierras de la memoria”. Por el contrario, los cuentos e imaginación partieron en expansión con fuerza y luminosidad de galaxia reciente.
La supremacía avasalladora de la imaginación y otras conexiones frecuentes con “lo otro”, la busca de efectos inesperados hacen que la morosidad y los tiempos de narración extensas se alteren dando lugar a un nuevo tipo de tensión; que impone la estructura previa exterior del cuento y presiona desde dentro de las narraciones. Felisberto ingresa a otra economía de la escritura, donde las nuevas y múltiples variables que utiliza alcanzan estrategias descuidadas previamente en la literatura uruguaya.