A la paz rutinaria de las ciudades medianas y pueblos rioplatenses -especialmente la Montevideo suburbana de su época, si exceptuamos la degollada de la rambla Wilson en 1923- FH supo detectarles -se lo propuso- con respetuosa fruición y dejando en evidencia narrativa, conductas originales latentes, prontas a exponerse tras la protección aparente de la calma chicha. Llevó a primer plano blanco y negro mediante máquinas ocultas, situaciones raras y hábitos perturbadores excéntricos, brotados en el jardín represivo que cubre -tras el biombo de la decencia familiar- estigmas repudiados del árbol genealógico. Lo marginal es exógeno de las buenos costumbres y la excepción cuestiona tan fuerte el corpus legislado, que deviene fantástico mediante la mera exposición, por la conciencia culpable de excepción y reclusión profiláctica. Ese postulado de principio -raspando entre lo social sofocando el secreto- resulta su estrategia literaria del azar y la necesidad.
La observación (apenas se asume desconfiada y cuando la duda se instala en el deambular expectante) consensual habría hecho de FH otro amable cronista de costumbres a lo Mundo Uruguayo, que viene a ser la versión sociales del Archipiélago Felisberto. El agregado de la imaginación interesada -que comparte zona de desajuste con su elenco de personajes- supone deslizarse a la poética de la incertidumbre, siendo el deseo de entender estando ahí más poderoso que la militancia de testimoniar. FH partió en su empresa tras lo fantástico que no sabemos observar los de este lado, adicionando datos que eran ciertos aunque usted no lo crea (Robert Ripley 1918). Tentó disonancias de pianos olvidados, falsas notas de teclados y los acordó formando una partitura urbana entre La Morocha y la Consagración de la primavera. Tenía la habilidad cotidiana -desde la infancia- de descifrar pentagramas innovadores y ejercitarse haciendo gamas; estaba apto a situaciones flotantes que merecerían pertenecer a pesadillas de consulta en la Colonia Dr. Bernardo Etchepare, parientes internados de la familia Oriental y entre objetos decorativos de mal gusto desbordantes de sentido, incidencia de la luz o su ausencia, atisbo musical sobre la pantalla muda del cine hecha de sábanas manchadas y el quehacer asumido de traficar mediante la escritura lo “otro” para este lado de lo mismo. Descorre la cortina percudida dando acceso a cuartos revueltos, olfatea canastos cerrados junto a los lavabos que gotean, se hace el dormido mientras dura el sonambulismo activo de otros pensionistas, levanta postigos que muestran altillos colindantes e intuye la matriz traumática que todo lo mueve.
Allí no hay nada para explicar y la magia poliomielítica se impone, contando con el reto de la solución conciliadora o el rechazo hipnótico en la lectura. Rechazo o asimilación, ambigüedad ante lo desagradable, aceptación de coexistencia y cotos cerrados del Código Civil. FH sabe de esa dicotomía antagónica operando en otras regiones repudiadas; su alegato no consiste en denunciar lo “otro” tan manido, sino tender puentes endebles y hacerlos transitables para incursiones en solitario. Desobturar de materia prejuiciada vasos comunicantes por los cuales se procede a intercambiar escándalos, señalando una jurisdicción hacia la cual el lector se siente atraído en tanto le consta su existencia. En los procesos de depuración moral y mental por estas sociedades nuestras, persisten guetos minimalistas penosos para la moral de autoestima generalizada; junto con las clases sociales confrontadas en la vida política, se observan satélites desorbitados que giran fuera de toda especulación dialéctica. La locura por decirlo de manera vulgar, permaneció atareada porque se remite al ser humana -forzada por fallas neuronales o voluntad del desarreglo- evolucionando polizonte en un ambiente reticente a la originalidad. Se ensaya en piezas de pensiones con olor a caldo de verduras o acaso a oscuras, en quintas familiares distantes de caminos asfaltados, pueblos jadeantes por el calor veraniego y batidos por vientos cruzados, afectando la conducta de los animales como las mareas lunares.
Imposibilitado de facilitar o querer dar un planteo diagnóstico de esas fallas, contento quizá por el hallazgo de esas plantas carnívoras y suicidas de un solo ejemplar sin ocasión de reproducirse, FH se detiene en el retrato objetivo sin juzgar; de hacerlo quebraría el encanto del factor sorpresa y provocaría el repliegue sin retorno. Atestigua su existencia cuestionada desde la convivencia presencial, aproximándose al aúra amenazante para escrutar de cerca y con respeto socarrón. Sin esa empatía aceptando la confrontación nunca habría el cuento resultante; intenso pues al separarse del episodio, el escritor conserva en su intimidad restos de la electricidad mental de los excéntricos. Para alguien viviendo en un entorno donde incide el factor religioso y los poderes de lo sobrenatural artículos de Fe, seguro circula la predisposición a intercambios con lo inexplicable de la sociedad agnóstica.
La persistencia del recuerdo como primer apoyo, la confusión premeditada entre narrador y personaje en cuanto comienza la escritura es tan verosímil, que disemina el intento de análisis simultáneo objetivo; de ser así habría que recurrir a una aclaración permanente de lo actuado en cuanto personaje narrador. La focal se desplaza, siendo la alternancia del punto de vista -circularidad entre autor, narrador y personaje- que proporciona la recepción a lo foto movida de los cuentos. Esa necesidad/facilidad de deslindar perímetros definitivos obsede y puede designarse también como otro artificio técnico. Deja de ser dicotomía referencial para volverse tema; el narrador compone una propuesta distinta entre ficción, gesto de escribir conspirando contra preceptivas retóricas heredadas. La indefinición del término fantástico FH lo extiende a la categoría “escritor” y que puede estar en ambos lados de una frontera que nunca se traza; el convenio de las partes para fijarlas ya ocurrió y se quemaron las actas, está en un cuarto intermedio sine die o se aplazó de aquí a la eternidad.
Colocado por azar o voluntad irreverente entre situaciones y personajes, Felisberto se resiste a comenzar su intervención por la disposición paternalista de comprender desde la razón pura o al toque condescendiente lo que viene ocurriendo. Teniendo en cuenta que continuar es la misión prioritaria, establece un pacto virtual con el entorno como lo haría un etólogo entre especies raras amazónicas en vías de extinción. Se integra asegurándose la posibilidad del repliegue estratégico si la situación degenera. En plena fantasía el narrador despliega autodefensas irónico/razonadas evitando que las rarezas lo impliquen más allá del círculo del humor sarcástico y que luego de cercarlo lo capturen en su calesita. FH cuenta con la escritura como vehículo de segunda mano para regresar -apelando a un sentido neo musical de la economía temporal- salvando así la visión de quien se asume en testigo integrado, encubierto y con mandato de traicionar la confianza ganada. Si las defensas parecen racionales, el proceso de integración al micro sistema sumando gestos y estrategias que será escritura necesita ser sensual. El conocimiento se articula desde una integración regida por un afinado poder de observación según los términos enunciados; le escapa -temor, prudencia, salvar el cuento terminado como misión prioritaria- a tener injerencia en hechos que acecen algunas veces con su activa colaboración. Su actitud es ante todo pasiva (exceptuando el riesgo de arrimarse) y autorizada, la influencia en los finales exigua, al menos hasta que ellos destapan su aparente empatía. En ese momento de crisis, punto de no retorno y liquidación del relato FH obstaculiza apenas el desarrollo de la acción, quizá fomentándola con la finalidad de potenciar el relato. Contempla alternándose en un adentro pero alejándose de la acción cuando expone su máxima potencia transgresora; puede evocarse una espera emboscando seguida de una cacería onírica tomando notas. Entonces presa o cazador se confunden mientras el cazador convive con la presa. La cacería es secuencia de engaño, el tema y la escritura resultan fusionados cuando el autor finge sobre su condición. Escribe cuando consigue que se acepte sobre él cualquier condición humana menos la de escritor y el de músico es uno de sus disfraces favoritos. Si la acción narrada es una ceremonia cíclica con rituales similares el autor quiere congelar el tiempo, hacernos saber que la vez anterior y la próxima vez las cosas serán idénticas siendo las mismas. Junto a él nosotros que leemos, asistimos a una escenificación cuya sola diferenciación de esas mini historias que rebaten el tiempo exterior es la presencia del narrador. La socializa con tan poco compromiso que obliga a reconsiderar un lugar común de la crítica; intenta rescatar la marginalidad focalizando el encuadre descentrado o ironiza lo disímil recuperando la energía y verdad de la realidad en su complejidad; una estrategia de indefinición ética aún frente a sus propias criaturas. El narrador espía se interna en las casas designadas a la hora crepuscular, mientras se encienden las lámparas con pantallas de raso y los moradores desactivan su travestismo diurno para desplegar el segundo verdadero. Algo así como la vivencia teatral de las pesadillas en una vigilia que sucede a la hora de soñar, mediante una presteza que se vuelve frenética durante el descanso de los otros. Es la hora de erosionar convenciones sociales y modificar el decorado habitual, introduciendo lo discordante nutriendo un cambio que anuncia la irrupción: inminencia del grotesco y lo absurdo o imprescindible, que igual se escenifica según mandatos coercitivos.
Este descubrimiento -apelando a la disposición cómplice- es catado por el narrador, que goza sin la prisa de alguien exhibiendo insolente la intemperancia de quien es aceptado en un círculo cerrado bajo siete llaves. Esto se traduce en movimientos narrativos y la resultante final fluye junto al espionaje. Lo que el niño hacia con las sillas en “El caballo perdido” (51) el adulto lo reproduce con las casas encantadas. Manteniendo la actitud de quien no desea ser visto (como en la infancia) por una suerte de culpa (hay que profanar sin que lo mancillado lo sepa), con temor de ser descubierto y sabiendo que el misterio desaparece cuando se lo divulga. Aclarar un misterio es una manera deshonesta de destruirlo e impedir que se reitere la experiencia ante la intromisión del narrador. Dominar a voluntad el acto de estar a punto de descifrarlos los hace interesantes, los ubica en ese punto fantástico justo, donde sin ser sublimes como para evitar un desconcierto tampoco son luminosos invalidando una segunda lectura. La audacia del escritor, consiste en proponer experiencias diferentes donde lo fantástico tiene en lo humano su punto de partida; a pesar de su autonomía los objetos decorativos reciben su jerarquía y poder de rebelión del hombre mismo. Esa intromisión conjunta de narrador con personaje compromete al tercer humano que lee. La originalidad de Hernández tanto como por los aciertos de la escritura, deviene de la ruptura a que induce la maniobra de leer- Entre hechos y lector se diluye el cristal del narrador tradicional creándose una comunicación que anula o prescinde de intermediación, congeniando a un gesto de avance y repliegue sin marcas textuales y probando la presencia de un autor identificable. Resulta una lectura a la deriva en sótanos inundados, que fastidia y compromete en tanto la constancia de lo otro -tan mentado en su poética- se legaliza de manera eficaz.