El arte de comparar (bello como las rodillas de Isidoro Ducasse)

Junio 2022 

I) A manera de prólogo. / II) Señores, hagan juego.

Durante algunos meses dudé si este trabajo sería pertinente a La Coquette y quizá lo mejor hubiera sido incorporarlo tal cual estaba editado en la categoría de ensayos. Presenta una seria de rasgos que me llevaron a otra solución; por tanto, ahora ingresa en el Astillero, la sección destinada a proyectos en proceso. Lo hago con la conciencia de la misma operación que puede tener tres nombres: un trabajo de restauración como se hace sobre los objetos de otro siglo, una tarea de remasterización para limpiar escorias y recobrar la música original, un ajuste de reescritura -manteniendo la armazón original- retocando los descuidos de debutante.

La historia ocurrió allá por el año 1985 del siglo pasado y casi cuarenta años atrás, cuando la Alianza Francesa del Uruguay llamó a un concurso de ensayo bajo la denominación de Premio Jules Supervielle. Sin obra de ficción publicada salvo algunos episodios muy esporádicos, había organizado mi vida laboral en la publicidad lejos de las aulas; aun así, retuve el eco del llamado y subrayé las bases. Tampoco fue un entusiasmo expeditivo, estaba como los boxeadores retirados, después de tanto tiempo sin dar clases quería mesurar la extensión de la herrumbre reflexiva literaria, probar si todavía tenía la mano apta para escribir más de cinco páginas; creo recordar que fue una tarea de varios meses. Los primeros dos capítulos subidos este mes al sitio ordenan el marco conceptual y cronológico del ensayo resultante; el segundo, con apelación de ruleta, quiso ser un acercamiento de aficionado a ciertas reflexiones de Pascal próximas al taller del escritor. Las condiciones de producción fueron complicadas, el marco institucional era motivante y raro considerando que fueron los primeros movimientos sociales para ir saliendo del paréntesis militar. Había también mi respeto intelectual por la integración del jurado: Jorge Arbeleche, José Pedro Díaz, Roger Mirza, Ricardo Pallares y Candice Soci, que era el director de la alianza Francesa. Curiosamente, el premio era la edición y un viaje a Paris, las posibilidades de contactar allá con el mundo universitario. El viaje lo emprendí meses después, el libro se editó en 1986 en el sello Mario Zanocchi y es pieza rara agotada, más bien inexistente. El volumen incluía el valioso ensayo del otro premio: “El vampirismo en las disociaciones del yo de Maldoror”, de las profesoras María Élida Rodés de Clérico y Beatris Colaroff de Fabini.

Allí propuse una suerte de diálogo entre el pensamiento de Pascal y las comparaciones relativas a lo bello de Isidore Ducasse en sus famosos Cantos. Más que una tesis con intenciones de arbitraje, era un cruce informal entre dos concepciones del lenguaje, naturalezas y temples alejados en principio que se enfrentaban a los absolutos. Había llegado a Pascal por la literatura; si Borges lo citaba era referencia a tener en cuenta, y en la Biblioteca Nacional había bibliografía vintage con autores quizá ahora olvidados como Guardini, Asín Palacios, Whitehead, François Mauriac. Destacaría en prioridad afectiva la influencia de Ernesto Sábato en la adolescencia, sobre todo la curiosidad satisfecha, el interés contagioso que despertaron títulos como “Uno y el universo”, “Hombres y engranajes” y “Heterodoxia”. La marca distintiva del autor de “Sobre héroes y tumbas”. era la interacción de una epistemología científica con la literatura, fronteras que sigo frecuentando a pesar del vallado creciente que imponen las ciencias duras a la poética.

De Pascal buscada ese encuentro fortuito entre ruleta, máquina de calcular y Dios, que se cierta manera fue precursor de los objetos heteróclitos de Ducasse, del urinario de Duchamp. Una cita de “Las palabras y las cosas” de Michel Foucault espejando las Meninas de Velázquez y un cuento de Borges fueron la palanca. Luego estaba Isidore Ducasse, del cual hablaré con más detenimiento en próximas entregas; igual puedo adelantar dos principios. Observé que a lo largo de los Cantos había varias definiciones de lo bello; me dije que era más sistema premeditado que coincidencia, procedí a organizar un campo delimitado que se volvió corpus incitador de interrogantes especulativas. Lo segundo era una evidencia arbitraria para uso particular considerando lo que vendría. La literatura Oriental comienza con la gauchesca, la literatura uruguaya se inicia también en otra lengua con el caso Isidore Ducasse, con un autor que murió joven como los héroes homéricos, con un libro alternando entre escritura infernal y poética sagrada. La modernidad occidental de la escuela alquímica francesa, tenía una referencia sin retrato en el bajo de Montevideo; que uno de los hijos del limo haya chapaleado en la Guerra Grande, era razón suficiente para armar un proyecto de reflexión y ficción. Heterodoxia y diferencia, centro y marginalidad: llamadme Isidore, llamadme Conde de Lautréamont, llamadme Maldoror.

Julio 2022

III) Las torres de Babel.

En la versión original del siglo pasado, este capítulo se titulaba “Cuando hablamos lenguajes diferentes”; por entonces yo partía de una constancia relativa al valor de Ducasse, quería entender el origen de su insularidad, ponerme al tanto desde el interior de la escritura y comprender la cacofonía del mundo a la cual se confrontó, incluso desde su más tierna infancia: la lengua de la casa materna cotejada a la gritería de la patria en armas. En los años trascurridos evité cambiar el texto salvo correcciones evidentes a una redacción aproximativa; lo que mutó es entender lo buscado en la obra del montevideano, aquello en diagonal que diera pistar para acceder a lo otro que también buscaba Felisberto Hernández.

Primero fue la mitología del personaje, los huecos de documentación, el silencio de mausoleo social ante la publicación, el misterio iconográfico, su muerte tan callando, el rescate de los surrealistas belgas y luego una indagación en la escritura; asumí la incidencia de su estrategia suicida afectando el conjunto de la literatura en tanto creación, sobre el discurso crítico sacudiendo paradigmas. Comprendía el sitial de su osadía en la poesía de la modernidad y había pendiente una aporía contagiosa: asumir que ello sucedió en el dominio de la lengua francesa (conocemos el famoso tríptico LSD que parece drogar nuestro sentido de pertenencia) y por alguien nacido en Montevideo, donde se redacatba el ensayo. La segunda parte del enunciado estaba adquirida, así que debía hacer un camino improvisado para tantear la primera y comencé por el estudio de una metáfora en LcdM. Con la gramática francesa los primeros contactos en secundaria fueron adversos; por suerte, había por ahí en los primeros amoríos las canciones de Charles Aznavour, la escena fundadora de “Un hombre y una mujer” -Deauville, Anouk Aimée, Jean-Louis Trintignant, la inolvidable banda audio- y los cursos de José Pedro Diaz. Lejos estaba de acceder a la historia integral de la literatura francesa, pero el siglo XIX lo tenía a mano. Benjamin escribió que fue el siglo que tuvo a París como su capital; pertenecía a mi horizonte de identidad social, familiar y entrañaba el auge de la narrativa. Era centuria de la invención del Uruguay, donde nacieron los cuatro abuelos que conocí y de Eugène de Rastignac, Julien Sorel, Emma Bovary, Joseph Balsamo y Adrian Leverkühn. Cuando leía sus aventuras traducidas, nunca supuse que daría clases en la universidad Stendhal o traduciría de mayor a Guillermo Apollinaire. El XIX era sobre todo Ducasse, de ahí la curiosidad por el lenguaje del siglo; al comienzo del capítulo enumero varios títulos de la escritura francesa, pude haber sumado “Las memorias de ultratumba” de René de Chateaubriand. La revelación fue la clave del lenguaje dando acceso a la lingüística y otros asuntos: uno y el universo, tesis para transformar el mundo, pensamientos, el descenso a las pesadillas, expresiones del deseo, correspondencias de amor, de locura y de muerte. Ducasse estaba en ese entramado a lo que sumaba la poesía y Los cantos de Maldoror de refractaria caracterización. Con los años entendí que acercarse a Ducasse era una maniobra para abrir un túnel a la creación, que tan grande era el extravío y el lenguaje la llave maestra, dando acceso a otros imaginarios que están sin colonizar como los mares de Solaris.

Ello me asignaba a operar hacia los márgenes del sistema y sentía el atractivo de sujetarse al comentario redundante del mundo, obviando la duda movediza: ¿la escritura dando cuenta notarial de la realidad o instrumento para explorar los posibles? Quizá de ahí la reticencia ante la tarea periodística; vivía desde las primeras lecturas un laberinto de dioses griegos, espectros dinamarqueses, complot en Inglaterra, gigantes que no son tales: la ficción forma parte de la realidad, el escritor debe leer hasta los papeles tirados por la calle y ser el último en pasar por el mercado. En esa peregrinación de bifurcación acelerada, debí hacer un duelo y activar una recuperación. El duelo fue capitular ante el desarrollo de las ciencias duras, nociones como reacción en cadena, geometrías no euclidianas, principio de incertidumbre de Heisenberg, el muro de Planck, bosón de Higgs para explicar el universo… era como si sólo pudiera participar en la ilusión estética policromática del conjunto de fractales de Mandelbrot, sin entender las ecuaciones demostrativas de los modelos matemáticos. El rescate fue alternar lo visible y lo invisible, entendiendo por visible los avances de la lingüística, dialéctica hegeliana, materialismo histórico marxista induciendo un mecanismo lógico en el caos de las sociedades. Lo invisible era las potencias ocultas manifestadas en la locura, tradición esotérica, espectáculo del momento mágico y tahúres que continúan hablando con los muertos. Ducasse fue como esas estrellas del rock que muere jóvenes, pagó un precio excesivo y dejó pistas indicando que la potencia de las ficciones está lejos o cerca. Sobre una mesa de disección, el otro lado del espejo, en los cráteres donde otras civilizaciones venidas de las estrellas, enterraron monolitos negros que intrigaron a nuestros ancestros los primates. De ahí el cambio del título al capítulo, intentar una traducción simultánea social totalizante del ruido del mundo, sería una broma mefistofélica; el afán a comenzar de cero sus propias torres de Babel, en cambio, es algo luminoso que acaso se advierte al final del camino.

Octubre 2022

IV) El precio de un libro.

El trabajo llega al momento de la orfandad sin padres adoptivos, cuando los soportes exógenes deben dejarse de lado; hay en los capítulos preparatorios un paulatino acomodo sobre las conexiones, inyectada información biográfica lacónica hasta con polémica de retrato, los entornos históricos respectivos del río de la Plata y de Francia son vampirizados, los años de formación en el sur y los últimos meses en París teje como araña esta extraordinaria aventura, incluyendo peripecias editoriales desdeñosas que infectan la leyenda urbana del libro. También asoman el trabajo de referencias e intertextualidad, si se quiere la estructuración de la obra y el avance folletinesco de las escenas -nada sencillo de organizar, por otra parte- con varias lecturas y el auxilio de la abundante bibliografía para poder avanzar a tientas armando el ensayo. En ese ir y venir llega el momento a veces postergado, cuando el todo del texto se derrama e interroga tras una definición sucinta: ¿qué es la masa indefinida captado por el radar del submarino, el amorfo objeto celeste avanzando hacia la Tierra que observan los potentes telescopios, la figura embozada amenazante que viene a nuestro encuentro en la madrugada portuaria desde la otra cabeza del puente?

Creo que tampoco llegué a entenderlo en su desmesura, por ello lo continuaré trabajando algunos años más y desde ahora en el encierro voluntario del texto, dejando de lado el juego de cotejos, comparaciones y fuentes; quizá para entender mejor, en una primera aproximación juvenil, me resguardé hace décadas en las comparaciones, que me llamaron la atención como una argucia que por su redundancia debería significar algo dentro del sistema, necesitando puntos de  apoyo para tentar rearmar el proyecto. La presencia de Pascual se me impuso, puede que forzada como cursor racional procurando razonar el desquicio Maldoror; ayudó en la ronda al texto mutante durante los primeros capítulos, si bien en dicha protección mi muro de Planck son los saberes inexistentes de la matemática superior. Lo mismo se puede recurrir al autor de los “Pensamientos” desde la cuádruple tradición más accesible: la reflexión filosófica en una historia de manual, el avance sucedáneo de la ciencia occidental partiendo del renacimiento, la lengua francesa en máquina privilegiada del discurso para explicar la Creación, el mandado de confrontarse en la parroquia cristiana a la problemática de Dios. Ante tanta actividad cerebral, el argumento llamativo de la apuesta que avanza Pascal lo humaniza, si hasta parece un precursor de Ducasse en eso del envite a las experiencias límite. En la mesa de la ruleta donde Pascal tira las últimas fichas de la Fe, en un orden superior jugando al color de la apuesta y ante la apatía de sus contemporáneos, es donde el fullero Isidore Ducasse sale de la ruleta matemática y comienza a observar la realidad del Casino pasados las dos de la madrugada. Cambia la mesa de juego por una ensangrentada de disección, la ruleta circular del 0 al 36 por un paraguas y la tabla de los números del azar por una máquina de coser. En esa transfiguración de los objetos se verifica la ruptura radical redimiendo la parábola del ángel caído, la vuelta del extranjero desde los países en guerra, la hora del vampiro, el mandato de los crímenes que ofenden el plan original, el olor a felonía que todo lo gana desde la adolescencia de la humanidad. Ducasse es el cometa oscuro amenazante desprendido de la constelación de la Cruz del Sur; la literatura francesa desconoce de donde proviene ese muchacho tenebroso, lo desprecia por ignorancia, desdeña su misión suicida de dinamitar los puentes de París, descubrir la ciudad siniestra cuando se apagan los faroles enciclopédicos de las luces, elogia la sífilis y la menstruación de hipócritas espíritus románticos, hace del Emilio educándose en la naturaleza pedófilo en potencia, milita repatriar los vampiros de los Cárpatos, rompe los bollones de vidrio de los museos de Historia Natural donde se preservan embriones deformes, incentiva al científico paranoico que intente transfiguraciones con bisturíes descontrolados. El resultado es un libro maldito que sigue fascinante, escrito de un tirón por un muerto viviente durante el trip salvaje de una droga sudamericana de nombre rioplatense. A la anarquía que busca atentar contra el poder, el montevideano prefiere gozando de los detalles los crímenes gratuitos; la soledad nocturna. Morir como un perro tirado en la fosa común es el precio a pagar, el único pacto que firma es para mendigar tiempo suficiente para ponerle punto final a su proyecto, para que las generaciones futuras recuerden que el monstruo fue parido en las murallas asediadas de La Coquette.

Febrero 2923

V) La estética del Infierno.

Fue arduo pasar por el capítulo anterior donde debía darse la lectura de la obra en general, sus señas de identidad y más confrontado a un texto en movimiento: la máquina de coser funciona a toda velocidad, el paraguas canta baila bajo la lluvia y están operando un tiburón sobre la mesa de disección… hasta podría decirse que pasamos la zona de turbulencia, el ojo del huracán y hacia el final retomados los hilos electrificados de la trama, unos pocos destellos dorados recordando lo acotado del proyecto sobre las comparaciones, y dentro de ese corpus de aquellas que insisten en lo bello. Así procedimos a la detección, el listado siguiendo la aparición ordenada en el texto y luego una segmentación grupal, mediante ese procedimiento el crítico hasta puede dar al lector la impresión de que recupera el dominio de los materiales. Elegir el tema fue una medida de protección; con otros tiempos disponibles, se podrían seguir las trazas de miembros corporales trozados por cuchillos de obsidiana como en una morgue azteca, el catálogo de una sexualidad excomulgada por el papado, el zoológico maldito de animales quiméricos que incluye a los fantásticos, una poética no euclidiana de los espacios aberrantes. El libro es magma manuscrito que arrastra, las musas parecían estar inyectados de heroína, la redacción desprecia el punto y aparte, se dinamitan represas endebles el papel entre oralidad y escrituras, el desfile ininterrumpido de personajes magnetiza el colectivo de lectores para arrastrarlo en una parada carnavalesca esperpéntica.

Elegir lo bello para este ensayo que concursaba, haber detectado dicha noción estética como preocupación técnico retórica de Isidore Ducasse, tiene algo de broma macabra; utilizando la comparación clásica como el epíteto o la metáfora, el conde de Lautréamont salta al vacío de un principio filosófico estético respetuoso a un gabinete de curiosas excentricidades, al catálogo radioactivo de una imaginación obsesiva. El joven escritor se confronta a lo bello con la misma brutalidad cruel que a Dios, la condición humana despreciable o la literatura contemporánea; a su capricho quiere ser visionario desarreglando los sentidos, de ahí su empresa prometeica de inventar géneros por generación espontánea. Sabe que las puertas del paraíso están más allá de los cantos infernales, en esa mutación la ambición es desmesurada y sólo admite transitar -como lo hizo- por el camino de lo inexistente. Lo hace en cada estación de su peregrinaje; si bien alguna pudo haberse escapado de nuestra pesquisa, pudimos retener dieciséis comparaciones dispuesta de manera curiosa. Leímos una solitaria en el Canto I y las restantes se distribuyen en los dos últimos cantos; lo bello se fija, diferencia, convirtiéndose en centro celada del espacio, sustentando la persistencia posterior a la muerte. Con lo bello -y lo mismo sucede con otras nociones- sabemos que LcdM explora otro territorio retórico poético como el infierno dantesco, donde pierden vigencia las leyes que rigen la vida terrestre para entre en otra legalidad, como sólo conocerán los viajeros que se atrevan. Es una fortaleza cerrada como partida de ajedrez en un tablero aberrante, partitura en el pentagrama sin horizontalidad parecida al Lamento del Doktor Faustus de Adrián Leverkün, un juego conectado por electrodos suicida o sistema informático autosuficiente. El pacto de lectura es diabólico, sólo se negocia en su interior resultando un texto de experiencia espiritual para almas extraviadas sin redención, más que un argumento literario para explicar en clase.

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