
Los últimos meses fui recuperando lejanas reflexiones sobre Felisberto Hernández que fueron quedando en las carpetas. La mayor parte respondían a proyectos trancados por el camino, ediciones frustradas, desencuentros con la vida laboral itinerante y cierta superstición crítica sobre el retorno benéfico de los estudios sobre el compatriota. En noviembre del año pasado, en la sección Episodios Universitarios de La Coquette, salió al aire libre un primer globo sonda titulado “Felisberto y sus plantas parlantes.” Aprovechando ese envión, comenzamos ahora en El Astillero un proyecto de media distancia que es más que un ensayo y menos que un libro de intención académica; hablaría de manual en el sentido escolar del término. El origen del material actualizado, es la edición malograda en “Archives” bajo la dirección de José Pedro Díaz, cuyos detalles pueden hallarse en las notas de noviembre.
La tentación era creciente de hacer un libro denso y teórico pero pasó; me conformé recordando mi primer encuentro con la narrativa de Felisberto y quise redactar alguna páginas pensando en aquel muchacho con menos de veinte abriles, retomando el espíritu de: introducción a la obra de… / fulano por él mismo / que sais-je? / iniciación a la literatura de… / las ideas básicas de… / etc. etc. En los años sesenta del siglo pasado, sin soportes tecnológicos actuales, esos libros los comprábamos los bachilleres en Los Apuntes y La Casa del Estudiante en la calle Eduardo Acevedo, en Barreiro y Ramos de la Avenida 8 de Octubre y Larravide, panoramas esenciales en la educación literaria. Le daban método a lo intuido, agregaban discurso al descubrimiento subrayado, indicaban el circuito de las conexiones con otros territorios literarios, apuntaban las bibliografías ignoradas, instalaban la tarea diaria en su incrementar la vocación docente. Eran bien útiles durante los primeros años; de esos manuales modestos y densos en información pertinente asomaban los primeros cursos en la práctica docente, hasta que uno comenzaba a volar con sus propias alas.
Las obras y autores llegan desde territorios inopinados: la Fe en la resurrección y la sexualidad extendida, la medicina de provincia o libros de contabilidad, el alcohol que enciende el delirio o las bibliotecas públicas, otros derivan hacia la locura selvática y Felisberto venía de la música. Por eso la referencia a esos inicios púberes de gamas y corcheas, en recuerdo de conservatorios llevados por viudas de escribanos en barriadas populares, de libros de música con ornamentos rococó y alfabetos románticos, con algo de pertenencia fusional en la propuesta: “Piezas fáciles de W. A. Mozart”, “Tangos de la guardia vieja para chambones”, “Mis primeras mazurcas y partitas” y “Los clásicos eternos para cuatro manos”. Esas partituras, aunque fueran de segunda mano, siempre estaban firmados por una joven pianista de pelo recogido y que -antes incluso de su primera regla- ya se atrevía a interpretar “para Elisa” de memoria.
No fue poca cosa topar la obra de Felisberto en el programa del examen de ingreso al Instituto de Profesores Artigas; con José Pedro Diaz que formaba parte del jurado, trabajaría luego en la obra de Hernández lo que fue buena cosa. Durante esos meses, entendí que el barrio donde vivía desde mi nacimiento, también escondía los posibles de la literatura; que a medida que se aumentaba la información tradicional crecía el placer de la lectura. Quizá con el tiempo perdí algo de mano en la propuesta pedagógica, pero los nuevos profesores de literatura seguro se encargarán de corregir esas fallas debidas a la edad; lo demás es sencillo, una mañana uno se despierta con el mandato de preparar el ingreso al IPA, alguien hace circular el programa mimeografiado, uno escribe en la ficha cuadriculada “mi primer Felisberto” y luego la vida pasa.
I) Fronteras invisibles
Las circunstancias del pasaje evocado fueron esenciales al determinar la intensidad de la lectura del descubrimiento. El placer solitario se volvía hecho social en estado de alerta y había conciencia sobre la tribu a la que se quería pertenecer; y eso que el pasado -en aquellos meses- estaba tan lejos como 2001 una Odisea del Espacio. Por fortuna, esa narrativa tan contigua a mi circunstancia requería para su comentario bases teóricas. Había que organizar una definición consensual y propia de la literatura en sus promesas sociales posteriores (puestos de trabajo, horas en diversos liceos, compromiso con los tiempos de transporte, la entropía de la sala de profesores, implicancia con la cogitado en simultaneidad), lo personal (vivir entre libros, conocer editoriales, enamorarse de muchachas del IPA) y calibrar la relación con ese corpus infinito de ficción que tenía varias constelaciones donde perderse hasta perder el raciocinio. Eso se vería sobre la marcha; para el examen lo urgente era aceptar lo preexistente de lo fantástico. En ello el programa del examen era estupendo, en la medida que confrontaba / conciliaba o hacía entrar en relación dos condicionantes que siempre me acompañaron. Más allá de las anécdotas usuales, era raro de que yo estuviera en el liceo cuando el “autor” estudiado falleció, el desafío inesperado estaba en esa vibración cercana de la literatura fantástica. La necesidad de conocer lo hecho por los otros en el terreno de la reflexión teórica, con nociones luminosas y discutibles -claro- pero necesarias para distinguir el trigo de la paja, intuir cuál es el momento de decir “non ragioniam di lor, ma guarda e pasa”.
Lo segundo, era el trabajo casi introspectivo de aceptar lo fantástico en lo que me rodeaba, sin que me percatara en perspectiva porque formaba parte de la vida barrial. El diálogo con los muertos, las brujerías de rituales nocturnos, viejitas oliendo a incienso que curan daños por envidia, gritos desgarradores de locos irrecuperables en altillos de la manzana, rumores maléficos sobre algunos vecinos, la casa encantada que no halla inquilino, gatos sacrificados a divinidades tenebrosas y estatuas policromadas de San Jorge matando al Dragón. Era una doble expedición a la búsqueda simultánea del orden teórico dilucidando a tientas un desorden cotidiano; hasta entender que sólo la literatura puede hacer inteligible ese vértigo sinfín de la condición humana. Las fronteras se diluyen mientras los pasajes permanecen entreabiertos, después están los círculos y ceremonias que nos llaman, lugares prohibidos ante los cuales forzamos los cerrojos porque no podemos hacerlo de otra manera. Es así como entramos furtivamente en los cuentos, en las primeras ediciones, en las novelas sobre los tiempos de Clemente Colling.
II) La estirpe del caballo
Lo fantástico en sí es insuficiente, abundan en nuestro entorno relatos sobre los que pasamos indiferentes sin que tanto ingenio deje traza en la memoria, ya sea por implicancia, sorpresa, recuerdo o la propuesta de una belleza incómoda. La ecuación es sencilla, después de medio siglo recuerdo lo inquietante: “Yo remaba colocado detrás del cuerpo inmenso de la señora Margarita” y sería incapaz de repetir uno de los infinitos planes de Killer Kane para apropiarse del sistema solar y adyacencias. Estoy convencido que el efecto proviene de hallar la articulación adecuada entre lo imaginario posible y el condicionante real, lo que crea un tercer diaporama. Felisberto funciona en la maquina literatura, porque halló su propio tríptico para el célebre encuentro fortuito: música, memoria e imaginación. En “El caballo perdido” lo seductor es la bifurcación coincidencia entre lo narrado evocando -mecanismo de la memoria- y la teorización narrativa de esos mecanismos de la memoria. Todo un concepto innovador en su candor aparente que permite -en la búsqueda- ir abriendo puertas prohibidas sin ser descubierto; el lado obsceno del recuerdo infantil, el relato del sueño despejado de interpretaciones, desplazar una posible terapia mediante la escritura, cierto regodeo untuoso en el placer de perversiones transferidas, un espía pornográfico con la misión de acceder a la falla insondable de los raros que se confían.
Felisberto presiente que el cuento circular es el que logra sintetizar las dos primeros cuentos aparentes (lo factual y la manera de recordarlo); en la novela considerada se narra asimismo el descubrimiento, cultivo y descarga catártica de dicho procedimiento. La memoria es reconstrucción de la infancia y conciencia del despojamiento, identificación de escorias adheridas después de treinta años de reposo en tierras del olvido. El tiempo de rememoración del adulto es alienación, un traslado virtual e irreal a la infancia; es ver en el cine mudo a Jackie Coogan con gorra y ser Jackie Coogan tirando la piedra contra las ventanas, y ser el tío Fétide de la familia Addams cuando tiene nuestra edad. Haber sido niño tiene algo larvario de tráfico fantástico, y para el adulto quizá la muerte física sea lo único que se le puede equiparar como experiencia de lo inenarrable. Recordar la niñez es fantástico introspectivo pues suponía escribir de un planeta que está muerto; es descifrar al comienzo del pentagrama claves que nos formaron, relatos velados de las pesadillas, imágenes amenazantes recurrentes, primeros sacudones de la emoción estética y la sensualidad. Recuperar el primer encuentro con la música, asumiendo esa situación de intérprete que es casi una declaración de principios; la partitura es la misma pero el intérprete diferente, hallar la buena música es un dictado y sobre el teclado, como para resolver un buen cuento, todo depende de lo que hagamos con las manos, si es que los dedos se resuelven a ser obedientes.
III) La melodía judía
El mes pasado, avancé las razones que aclaran mi temprana incorporación orbital a la obra de Felisberto Hernández en tanto lector empecinado. Una serie de coincidencias que centré en especial, indicando su presencia original en el examen de ingreso al instituto de profesores Artigas; y en anexo los papeles en copia carbónico de una frustrada edición de la obra narrativa del uruguayo en la colección Archives. En marzo, quiero sumar otros aspectos que creo de interés y comenzaría por el aura ambiental. Sin conocerlo personalmente, digo que convivimos en la misma ciudad hasta mis casi trece años; yo conocía la zapatería Grimoldi, la cervecería El Sibarita, la tienda London-París y el cine Trocadero y él caminaba esas mismas veredas. Esa coincidencia es una ventaja de lectura, un cuadro sociológico de respiración que los nuevos aspirantes a docentes deben apropiarse el espejo retrovisor. De la misma manera que debemos leer el libro de Gustav Janouch sobre Kafka porque él estaba ahí en Praga y tenía menos de veinte años.
Eran épocas cuando el Uruguay presentaba una apariencia estable durante décadas -una familia podía vivir ochenta años en la misma casa-, siendo hacía 1960 que comienzan los movimientos tectónicos de importancia. Si ahora fuera profesor de más jóvenes, debería evitar ese error involuntario consistente en hablar de nuestra Montevideo como algo compartido; nosotros y la ciudad somos bien diferentes, otros son los partes militares del Forte di Makalle, muy pocos recuerdan al actor Julio César Armi y el pianista Jaurés Lamarque Pons falleció hace cuarenta años. La ciudad narrada por FH en sesenta años cambió lo suficiente como para obligar a una estrategia de información reciclada, que podría entenderse (mediante la pregunta sobra ausencias imitando la batalla naval: Bazar del Japón… hundido) con el listado de salas de cine, grandes tiendas sobre la Avenida 18 de Julio, los cafés del ubi sunt o ese realismo mágico de dejar la puerta de calle cerrada apenas con el pestillo. En pocos años un espíritu provincial, un movimiento intelectual crítico distante de la guerra y el contrato social en crisis se fueron alterando. En apenas tres años vimos el triunfo del partido Nacional en las elecciones, las inundaciones del país en la zona del litoral, la revolución cubana de los barbudos, el naufragio simbólico del vapor de la Carrera en el río de la Plata y el asesinato en Dallas de JF Kennedy; en cronologías más modestas, los Beatles cierran su configuración mítica, ingreso en el liceo piloto N° 14, de 8 de Octubre y Propios y en enero de 1964 fallece FH. Con esta información aleatoria, mi astrólogo personal Horacio Campodónico haría un relato estupendo de las constelaciones literarias, un memoriam siempre activa de nuestro admirado Conde de Saint- Germain.
La lectura juvenil de Felisberto podía explicarse mediante esa vecindad y luego se trataba de entender; lo que me interesaba eran dos aspectos que son la memoria y el fantástico, la sospecha que la narrativa es el mejor atajo para conocer la vida secreta de una sociedad. En el presente tramo final de la existencia, la memoria es una preocupación literaria e íntima, pero en los primeros años aquellos -veinticinco abriles que no volverán- era claro que predominaba lo fantástico -la memoria era la historia patria y fotos Kodak de la infancia-. En Felisberto, tenía otros acordes que la asperidad aventurera del proyecto Quiroga, confrontando los desterrados belgas y la naturaleza letal de las Misiones. Lo fantástico era una tradición cultivada en el margen del reino literario y uno no puede incidir en una tradición que le interesa (y que luego pasaría por la escritura de ficción) si excluye el esfuerzo de conocer protocolos, fallas, correntadas traicioneras e imprevistos al acecho.
Esa información trabajosa hasta visualizar el mapa tuvo tres fuentes y un apéndice, las fuentes fueron: a) la escuela de la teoría literaria francesa, donde la reflexión sobre la escritura elabora un corpus autosuficiente, por momentos (en especial en el último siglo) más entusiasta y estimulante para el intelecto que la narrativa contaminada por el virus mimético. b) la vertiente norteamericana partiendo de protagonistas excéntricos, con expediciones a la clínica psiquiátrica y cementerios entre ciénagas; con un arco entre gótico y ciencia de E.A. Poe y en mi caso, cierta desconfianza por el bestiario cósmico aberrante de H.P. Lovecraft. c) la literatura argentina, donde, además de las nombre bien sabidos, hallé un mundo editorial inagotable y un Aleph de relatos en la “Antología de la literatura fantástica” del trio Ocampo, Bioy Casares y Borges publicada en 1940.
El apéndice señalado -dando título al capítulo- es la tarea reflexiva de los mismos autores, demorados en el juzgado del canon, por querer dar cuenta mediante imágenes de su experiencia de escritura con los mundos paralelos. Mina inagotable en reportajes de Borges, los ejercicios críticos de Cortázar circulares como calesita de parque de diversiones y el “Decálogo del perfecto cuentista” de Horacio Quiroga, que quizá fue un intento de organizar el oficio para permanecer del lado de la razón. Felisberto al respecto estuvo atento, entendió el desafío haciendo algunos aportes decisivos. Le yuxtapuso misterio amenazante al lugar común enunciado en “lo otro” y en la “explicación falsa de mis cuentos” derivó hacia la botánica de plantas de palabras. Escuchando el llamado de sus horas de pianista hablo de “una melodía judía”, lo que lo convierte en el candidato 37 en “La sinagoga de los iconoclastas” de Rodolfo Wilcok.
IV) La retórica de lo indemostrable
Si este manual estudiantil existe es consecuencia de la originalidad del autor estudiado; que logró reacomodar desde temprano en mi vida la biblioteca, en la medida que modifica el hábito de la lectura y con ello la manera de asimilar la historia, la condición humana y eso que tan bien se dice en el tango “Uno”. Ahora bien, si ser profesor de literatura forma parte del plan de la educación sentimental, se asiste a una duplicación de la lectura; el acceso obligado a la reflexión crítica inspiradora para el diálogo necesaria para acceder a la síntesis personal. Esa conciencia crítica tuvo en mi caso varios momentos; en los años de liceo y gracias a los buenos profesores recuerdo la utopía del helenista; que se concretaba en la lectura de filólogos alemanes del siglo XIX (claro que traducidos) reconstruyendo el mundo homérico de los orígenes, buscando una Troya debajo de la Troya escondida sobre otra Troya precedente. Sucedió después el acercamiento premeditado en el cual estamos, tras los enigmas del fantástico en el ingreso al instituto de profesores; luego, recuerdo el sobresalto ante el programa (bibliografía imponente, redacción perspicaz de las cuestiones, desafío para el estudiante, excitación generalizada entre los candidatos) de la materia “Estética”, que dictaba Carlos Real de Azua en el segundo año de nuestra formación. Ahí se profundizaba en las Letras para que supiéramos en qué lío nos habíamos metido y se abrían nuevos horizontes hacia otros desarreglos que provoca enfrentar la belleza. Entender que la mayor parte de las veces nos rehúye, a veces se la puede sentar en las rodillas y otras puede alienarnos. Había claro en esa empresa la tentación del ensimismamiento, el placer desplazado de permanecer en el gusto de la teorización. Pudo ser mi caso, el antídoto fue comenzar a escribir ficción y en ese momento entendí el juego secreto. La necesidad de la crítica para tender el dispositivo de la literatura fantástica, y que es lo que haremos en la próxima entrega de nuestro Astillero; también tener presente que son relatos como los de FH los que apuran a la crítica al reconocimiento de sus límites, la sospecha de explorar otros territorios necesitados de la buena combinación para abrir el cerrojo. El mandato de transfigurarse de continuo o estancarse en el intento, pues al fin de cada ecuación resuelta persiste otra incógnita indemostrable.
IV a) Louis Vax / IV b) Roger Caillois / IV c) Tzvetan Todorov
Reacomodando materiales con algunos años de distancia, diría que estos tres sub capítulos atienden aspectos teóricos sobre la literatura fantástica; lo que tiene algo de afinidad de pensamiento y arbitrario fundado al momento de decidir. Debería actualizar las lecturas al respecto, pero con el género preferido del señor Poe, sucede lo mismo que a los doctorandos el iniciar un proyecto de tesis sobre Borges o García Márquez. La bibliografía detallada tiende al infinito; quienes no se desalientan y abandonan viendo pasar pantallas por docenas, si bien comienzan la consulta metódica diaria, al final deben mediar por empatía, facilidad de acceso a la versión papel o acuciados por los tiempos de entrega. Más que indicar lo que debería hacer un estudiante de literatura en 2021, pongo sobre la mesa las cartas marcadas de lo que hice. Me gustaría que el tríptico sea aceptado como lo que es, visión sintética concentrada de lecturas con hipótesis del fantástico y la finalidad de completar un manual sin excesivas pretensiones. Durante mi recorrido docente francés, todos los años -salvo uno, donde fue cuestión de novela policial mexicana y había hispanistas especialistas en la materia- debí preparar temas variados para concursos de ingreso a la docencia en la cuestión latinoamericana. Es lo que se considera un ejercicio impuesto; las obras y autores elegidos por el jurado resultan a veces de evidencias, otras de interés geo políticos culturales. Parecía triste y lógica la ausencia de autores uruguayos entre los elegidos: interrogado sobre la influencia del Vaticano en el frente caliente, Stalin preguntó cuántas divisiones. Por fortuna para la episteme personal, a través de autores vecinos como Borges y Cortázar, tuve la oportunidad de aplicar lecciones archivadas sobre Felisberto y que me acuciaban durante el pase a la ficción.
En otros momentos dentro del sitio web expliqué las circunstancias del encuentro con Felisberto, ahora lo recupero considerando la labor docente. Primero era la lectura de la obra repetidas veces, acomodando la doxa critica a mano en Montevideo a mis impresiones liminares; buscar hasta hallar lo que -a mi criterio- estaba pendiente de destaque y evidencias. De ahí surgía una primera lista temática rastreando su acomodo final, la intuición o el gusto debería articularse con protocolos orientados a trasmitir. Frotar el corpus con la teoría, sonsacar nuevos análisis pertinentes verificando si la obra resiste ese cotejo resistente. Esa prueba de taller fue practicada y por ello está en este manual, la confrontación ocurrió con el tríptico Vax, Caillois y Todorov. Claro que hay otras conjeturas de lista; es oportuno recordar que desde la primera edición orgánica en Arca, allá por los años setenta del siglo pasado, en Uruguay y bajo la dirección de José Pedro Diaz, el interés y la bibliografía sobre Felisberto no cesa de crecer como planta trepadora.
Si iniciara la explicación falsa de mis preferencias teóricas diría que son tríptico necesario y punto de partida; completado con aportes estimulantes de Julio Cortázar como puede verse en este Abril 2021 del Cabaret, en la sección Episodios Universitarios. El origen era habitualmente el manual anterior, guía de la ciudad letrada fantástica donde se trazan grandes avenidas para evitar extraviarse, la información conceptual básica a considerar en el cruce con los textos, la apropiación de un campo léxico y media docena de nociones operativas, que se ordenan en el índice del libro de Vax. Rober Caillois, clásico hombre de letras, curioso por el Río de la Plata, creador en Francia de la colección la Cruz del Sur, lector reactivo, traductor y editor de Borges, me parecía un electrón interesante en el campo magnético de Felisberto. Entre 1913 y 1960 coexistieron en un mundo de sinergia bilingüe Jules Supervielle y Felisberto, Borges y Caillois; activando el tráfico poético entre el Rio de la Plata y París donde Cortázar se instala en 1951, al año siguiente de “Nadie encendía las lámparas”. Finalmente Todorov porque estaba asimismo activo en esos años; formuló una reflexión nutrida e inteligente luego de investigaciones en diversas disciplinas, leía desde otra perspectiva siendo propuesta del otro y el mismo en años prodigiosos para la teoría literaria.
Después de todo, la literatura occidental irrumpe con sucesos de guerra por el amor de una mujer, donde no hay casi Canto sin evocar lo fantástico; por ahí en los colegios todavía está activo el rayo de Zeus que no nos deja mentir. Sin ir tan lejos hasta los griegos, ayer me contaron de un amigo que se hizo vacunar en Casa de Galicia contra la Covid 19. Estaba feliz porque le inyectaron una dosis de BioNTech Pfizer, le dijeron que todo iría bien, sin aviso alguno sobre efectos secundarios indeseados. La misma noche se sintió raro, escuchaba voces dentro de su cabeza, mensajes emitidos desde la difusora “El canario” que le elogiaron virtudes de la venta en cuotas o mensualidades. En directo, escuchó el nuevo episodio de una novela de la que no comprendió gran cosa por falta de concentración. Luego, unos tangos anteriores a 1947 y el recitado del emotivo soneto intitulado “Mi sillón querido”. Desesperado, se levantó en medio de la noche, a las cuatro de la madrugada y pensado que todo había sido una pesadilla; los síntomas desagradables persistían. Decidió que a las seis llamaría al servicio de urgencias, a la espera se tomó dos aspirinas, un té con limón y se preparó un baño de pies bien caliente en una palangana de las antiguas. Una hora después, las voces interiores bajaron en intensidad y así hasta que se fueron apagando… mágico eso.
V) Autopsia de cadáveres exquisitos
La teoría y la enseñanza establecen su propia dinámica, con movimientos estratégicos, aviesos y de seducción. Algunas veces los textos de relegan o son utilizados apenas como ejemplos de especulaciones individuales; teorías que pueden ser puestas al servicio del lector iniciado y otras que se evaden, volviéndose guía del trabajo universitario o indican un nexo entre personalidad – sexualidad, ideología y ambición pongamos al caso- y una concepción global del mundo incluyendo la literatura. En mi recorrido entendiéndolo como circunvalaciones de un satélite sin luz propia y buscando puertos de amarre vi pasar varias escuelas. La primera fue, entre las que me atrajo, la filología clásica rondando el cruce entre estudios de historia y el interés por las fuentes clásicas. Fueron estimulantes luego las versiones marxistas y enfoques de la sociología, donde era cuestión de superestructura y condiciones de producción; una deriva partidaria del naturalismo y la intuición balzaciana con la tesis XI sobre Feuerbach evangelizando, donde se trataba no sólo de interpretar la literatura sino de transformarla. Luego llegaron las máquinas eficaces de los formalistas rusos, el estructuralismo de inspiración antropológica y la semiótica; en esta última zona, comenzaron a irrumpir otros discursos sobre todo con el cine y los medios masivos de comunicación. Esa tentación de algunos modelos de inspiración matemática era seductora; me quedé a medio camino cuando advertí que se podían aplicar con idéntico resultado a cualquier forma de relato y se evacuaba la cuestión axiológica. Era el tiempo cuanto los teóricos eran más influyentes que los escritores y una jerga intimidante se interponía a la lectura directa, pues la crítica había inventado los sex toys de la lectura. La culpa claro, era de los escritores con un grado de influencia en el riesgo lindando con la dimisión y la audacia requerida en caída libre; buscando más el perfil del lector ideal que agote la edición que renovar el mandato de la originalidad. Los escritores buscaban a los lectores que se marchaban a las imágenes y los teóricos la conceptualización que promueve la invitación a los coloquios. La literatura no tentaba la belleza ni el escándalo, ganaba recompensas y se volvía inofensiva cuando no asumido cómplice de los poderes otrora combativos. Hasta ahí pude llegar en esa compañía, después resultó que los problemas de la reacción se imponían a los de la teoría articulada; seguí sin embargo atento a lo que venía. Las nociones de post modernidad asociado a la decadencia de los discursos, el carrusel con las otras expresiones -algunas muy estimulantes como en el caso de Genette- me parecieron sugestivas y despertaron mi curiosidad.
También me toco escuchar Money for nothing de Dire Straits y ver video clips de Marilyn Manson, todo lo que se quiera de esperpentos y marginalidad -además parece que el tipo era bastante perverso-, bien gore y a años luz negra de mi flaqueza por la bossa nova, igual supusieron un sacudón para repensar las cosas. La imposición industrial todo lo que se quiera, pero en cada toma había algo original y provocador. Ahora, habiendo salido del circuito activo universitario, observo las tendencias racialistas activas, post coloniales, escritura inclusivas, el baile de las identidades (remember The beautiful people y Sweet Dreams versión MM) y habida cuenta de los años que me quedan por delante, declino interesarme por esos asuntos. ¿Cuánto falta para que el Martín Fierro sea acusado de gaucho supremacista blanco, machista por abandono de rancho sin consentimiento y mutilado en sus estrofas por la payada con el afro descendiente? Así, admito que esta visión del capítulo V sobre FH tiene algo de vintage, en mayo propongo dos tanteos vinculados a la tendencia retro de la literatura fantástica. En abril fue la búsqueda de las pistas clásicas y con esos datos retenidos, un profesor de literatura puede dar los cursos hasta el final de sus días; se trata de una operativa mecanicista que aplica una serie de modelos exteriores sobre la página impresa y siempre sale de ahí alguna cosa interesante. Luego está la actitud y la curiosidad, el deseo de intentar -con errores- una metodología propia; partiendo de las lecturas necesarias el joven docente se hace una idea personal e intransferible de la literatura fantástica, una suma de manuales y la fascinación sonámbula que decide hacia dónde encaminamos los pasos al caer la noche. Es un momento de euforia y confusión, peligroso segmento porque nos enfrenta al espejo del deseo y las limitaciones, la mente propia es el primer ratón de laboratorio: somos el primer personaje a estudiar, con la introspección de los autores románticos, el atractivo de los barrios de mala fama y luego el despojamiento. La cuerda floja sin red, el parlamento sin anotador, la música sin partitura, la lectura de Felisberto sin la bibliografía, directo al mentón.
En mi caso fue el pasaje de ser alumno de literatura a estudiante de literatura; evoqué antes las circunstancias del concurso de ingreso al Instituto de Profesores, pero la pertenencia a la ciudad de Montevideo era de gran ayuda y además era lo único que había. En especial por la existencia de un corpus narrativo que, tras la aparente ingenuidad de lo mostrado (resultó una gran trampa para los estudiosos como él fue presa para otros complots) comenzó a destilar los secretos de familia. Es la escena del pianista improvisador que acompaña las imágenes del cine mudo y de repente -sin que nadie este pronto para la pirueta- se ataca una sonata de Scriabin. Algo similar ocurrió, también con otros textos uruguayos cuando crucé novelas de Onetti con tesis de Bakhtine. Toda conclusión es instancia de transición y cada nuevo estudiante debe prepararse a Scriabin, aun siendo citado para acompañar una película de cine mudo en la mansión de Sunset Boulevard, contratado por la señorita Norma Desmond.
Allá por el año 1980 entonces, el fantástico venía de la llamada intertextualidad, de los posibles del texto y tiene algo indefinible siendo creación mental conjunta del lector con un texto, como antes lo fue entre el autor y ese mismo texto que nunca es el mismo. La literatura esa es el interludio fortuito de una máquina de narrar, un paraguas lector sobre la mesita de luz con reliquias óseas y camafeos en los cajoncitos. Después tome notas sobre mi propio catálogo y sobre el cual, en alguna reencarnación futura entraré en detalle.
1) Vivimos a la vez en Minas y Twin Peaks: fire walk with me.
2) La infancia es una hipótesis de escritura y los años donde se juega buena parte la Rayuela de la escalera al cielo.
3) Freud llega con imaginación a la primera puerta de los sueños y hay todavía otras llaves maestras escondidas.
4) Preguntar en Informes por el belga Georges Lemaître que barajó lo imposible con mano maestra.
5) En ficción y cosmología, lo teórico es una pócima necesaria e insuficiente: su efecto energético se agota antes de acceder al misterio, si bien puede señalar el rumbo cierto hacia la perdición ad Astra.
6) Lo que suponemos realidad es una película sin proyección; lo real se nos fue de entre las manos, no tenemos ni la menor idea sobre el origen del universo -parece que hay varios por otra parte- y con la muerte otro tanto.
7) Un relato fantástico es artefacto ilusorio de viajes en el continuum espacio/temporal cuya curvatura crea la gravitación universal.
8) Dijo Étienne Klein en el libro “Discurso sobre el origen del Universo”: “La idea científica del origen nace en el cruce de un postulado -el universo es un objeto que la ciencia puede describir- y de una constatación -el universo está en expansión.” Se le pide al alumno que aplique esa sentencia de inspiración científica a la narrativa de Felisberto Hernández. Tiene cinco horas para entregar el escrito, se pueden consultar líneas de la mano, el vuelo de las aves de paso, el Tarot de Marsella y otros textos excomulgados.
9) La literatura fantástica es una tradición que acompaña el conjunto de la reflexión humana que va desde los átomos a los dioses y el relato de los dioses y los átomo; quien menosprecia la memoria venerable de dicha tradición no merece las derivadas de la imaginación en potencia que adviene.
10) Cervantes creía en Dios, Julio Herrera y Reissig en la Poesía y Dylan Thomas en el whisky: donde menos se espera salta la liebre.
11) Consultar un manual para debutantes sobre las enfermedades mentales, es suficiente en caso contrario y para los primeros apuntes la entrada Esquizofrenia de Wikipedia.
12) El misterio Q regresa: se da el nombre de Quantum a la más pequeña medida indivisible, ya sea de energía, cantidad de movimiento o masa. ¿Cuántas variantes de Quark pueblan el universo? Una ayuda: era el número sagrado de J. S. Bach.
13) Todo extremista de lo real -los obstinados de al pan pan y al vino vino, ver para creer y el reino de este mundo- sabe (se da por sobreentendido) que Max Planck (1858-1947) demostró que el universo es cuántico y no continuo.
La fórmula de Planck dice E ꞊ h. f
E es la energía de la frecuencia / h es la constante de Planck / f es la frecuencia de onda.
Nota I: el tiempo de Planck es 10ˉ⁴³ segundo. La más pequeña medida de tiempo a la cual podemos tener acceso, “más allá de ese límite las leyes físicas cesan de ser válidas”. ¿Qué hora es? ¿Cómo medimos los tiempos de Clemente Colling?
Nota II: la constante de Planck es fascinante como un dios implacable manifestado en fórmula; yo quedo fuera de ese asunto, parado sin reaccionar delante del muro infranqueable.
14) Rod Serling no estaba tan equivocado en eso de las dimensiones plurales; la inocencia de la ciencia ficción, con su obsesión de viajes, conquistas espaciales que terminan mal y criaturas de efectos especiales, tiene la virtud de despejar el camino de los juguetes stars wars tirados por el piso.
15) Para los espíritus incrédulos del más allá y su influencia en nuestro cotidiano, cita con una botella de cachaça Velho Barreiro el 2 de Febrero de 2022 en la playa de Pocitos de Montevideo, a la altura de Buxareo.
16) El imperativo de Creer al menos durante el tiempo de la lectura, con la intensidad de los adoradores de Ganesha cuando hunden la cabeza en las aguas de Ganges. Escribió Horacio Quiroga en 1927: “I) Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo. II) Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.”
VI) Si una noche de invierno Ítalo Calvino
Había dos maneras de considerar este pequeño capítulo y la primera era más bien chauvinista. La valoración de un autor la construye también la expansión del rumor que se concreta sobre su obra con coloquios, notas de prensa, reconocimiento entre los pares y traducciones. Al respecto, la literatura uruguaya depende del peso del mercado interior y admiraciones proliferantes considerables, como es el caso de Mario Benedetti; a veces, de la tibieza crítica en el primer círculo que no despierta curiosidad o el interés de las conexiones exteriores. Al respecto y hablando de vecinos, comprobé en París que agentes y editores compraban títulos a ciegas, con el solo argumento de una nota de dos páginas de Beatriz Sarlo salida el domingo pasado; el mercado editorial se desentiende de crónicas uruguayas luminosas sobre Bret Eeston Elis y Nick Cave, pero así funciona el luna park que aguarda adolescente la novela culta de Slash el guitarrista de Guns N’Roses.
El caso de FH es único y extraño. Sin pertenencia a clásicas categorías generacionales asociadas a un número como en la interpretación de los sueños y la quiniela, a contracorriente de literaturas comprometidas que supimos valorizar, con una filiación de tecladista seducido por espías rusas y desbordando la secta de los raros de Ángel Rama, su trayectoria parece la del lobo estepario más asociado a la leyenda urbana del escritor maldito y detestable. Hay cuatro pilares que fueron urdiendo la suspicacia del valor de su obra; en los años sesenta la figuración del uruguayo en los almanaques de Julio Cortázar La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Último round (1969); el libro de Norah Giraldi “Felisberto Hernández: del escritor al hombre” publicado por Banda Oriental en 1975, que fue una estupenda sorpresa en la ciudad letrada pasando malos momentos, si bien Norah ya estaba en el extranjero. En esa misma época, bajo el auspicio de Alain Sicard de la Universidad de Poitiers y el apoyo oriental de Nacho Pereda, se suceden varios coloquios durante el año 1973, que se resolverán en el famoso libro publicado por Monte Ávila en Caracas 1977.
El cuarto episodio de esta carambola sucede en 1974: Einaudi publica la versión italiana de “Nadie encendía las lámparas” en una traducción de Umberto Bonett, con el famoso prólogo de Ítalo Calvino y su famosa sentencia sobre que Felisberto no se parece a ninguno. Algo parecido había cantado Rita Pavone en 1963: come te non c’e nessuno… Aquí retomo dos probables percepciones del episodio: a) el hecho y b) el enigma. El hecho es la utilización que todo el mundo hizo de esa introducción. Hace bien ese apoyo al lector o escritor uruguayo y legitima reconocimiento sin necesidad de didascalias redundantes. Era un pasaporte italiano eficaz y pieza clave en trabajos posteriores del hispanismo. Calvino es un precursor del amigo Jean-Philippe Barnabé que redactó una tesis y varios artículos sobre FH y quizá el hecho de ser él también pianista, contribuye a una empatía secreta. Yo lo recupero en artículos antiguos también por esos bajos intereses, siendo difícil desprenderme del enigma ahí anudado y sobre el cual tengo un relato falso indemostrable. No excluyo e insisto en el encuentro fortuito si bien ignoro las condiciones de producción y el nexo; en el tráfico entre editores cuando la Feria de Frankfort y universitarios invitados, seguro que alguien dejó caer el nombre de un tal Felisberto Hernández. Un editor de Milán atento a los catálogos latinoamericanos se entusiasma y lo presenta al comité de lectores de Einaudi; sin mucho entusiasmo considerando que no es de los nombre más rutilantes del boom se firma el contrato, se encarga la traducción y se lo programa para 1973, pero luego se lo atrasa un año más. Einaudi puede dar marcha atrás pero la traducción es interesante y buena; se hace circular el manuscrito entre críticos de confianza y en la interna. El retorno es entusiasta, se aprecia cierta unanimidad hasta que alguien dice en voz alta: “Nadie encendía las lámparas, pero nadie en Italia conoce al autor…” Cierto y balde de agua fría; se especulan con varios planes de apoyo de promoción ante los libreros. Todo bien difícil y más cuando el autor está muerto siendo imposible de entrevistarlo en la RAI. De pronto, una muchacha estudiante que está haciendo de pasantía en la editorial, confirmando ese carácter de seductor parapsicológico del pianisty tiene una iluminación y el coraje de formularla: “Habría que pedirle una introducción a Ítalo Calvino”
Ahí marcando el encuentro se inicia otro relato de literatura ficción; alguien lo llama al escritor prestigioso esa misma tarde, uno de los capos. Calvino escucha, está fatigado pues viene de publicar “El castillo de los destinos cruzados”; hay una breve negociación, el escritor escucha sin prometer nada, permite que le envíen el material para darle una hojeada, pide unos días y la semana próxima dará su respuesta. Calvino es un conjunto de novelas extrañas y autosuficientes, que haya nacido en Cuba puede ayudar por eso del realismo fantástico tan de moda… se interesa por la persistencia de los textos clásicos, el potencial narrativo de disciplinas científicas y crónicas de la guerra durante la infancia. Tiene un domino pasmoso de teoría y praxis de la literatura, tal como lo probará en las magníficas “Lecciones americanas”. El correo llega y Calvino es hombre de palabra, nunca sabremos cual fue la impresión de la lectura ni las interconexiones operadas con su biblioteca. Alguien conoció alguna vez el tiempo real que le llevó redactar la introducción; si quedan aún archivos en Einaudi de antes de la informatización, seguramente esta la hoja mecanografiada con las correcciones en lápiz rojo. El resto del episodio es de público conocimiento, lo anómalo de ese trámite común y corriente en el mundo editorial, es una coincidencia que me dejó perplejo. Fue “después” de leer a Felisberto Hernández que Calvino comienza la escritura de “Si una noche de invierno un viajero”.
VII) Espía vocacional
Ítalo Calvino resultó eficiente para la legitimación de Felisberto en el dominio editorial y universitario internacional, con la tan reiterada afirmación de que no se parecía a ninguno en cuanto proyecto de escritura, marcando así el perímetro de un imaginario único y el estilo consecuente. La situación se complica cuando a esa fórmula confortable, se la debe argumentar a distancia de la fuente intimidante o la cita del italiano, considerando el estudio insonorizado del pianista. Es ahí que a la técnica reconocible y codificada, se suman aspectos biográficos sugestivos. Asuntos comunes de la vida civil que en otros escritores se anotan de paso y sin que repercutan en la obra de forma inmediata; pero que en FH componen una simbiosis (vida obra) -a la usanza de la crítica de antes- que aparta de modelos comparables. Se puede tentar omitir datos personales teniendo en cuenta sólo estrategias de escritura y aventando la tentación; se puede caer -con beneficio y apetito- en la mecánica causa bio ꞊ consecuencia narrativa o incurrir en la heterodoxia especulativa de la obra que organiza y explica la biografía. Prolongando la penúltima tesis y como casi todos los estudiosos del escritor, fuimos incorporando datos que hacen de él personaje separado y de su vida otra novela virtual que quedó sin editar, a la manera de unas tapas sin libro. De capitulado heterogéneo: interés por la memoria en lo que tiene de imaginación, escenas fundadoras siendo arranque de relato, sensualidad de los sentidos que de tanto ajustarse parecen atrofiados, objetos del cotidiano considerados repertorio fetichista amenazante, primeros acordes anecdóticos de la educación musical, vida sentimental con registro civil y la fascinación que ejercía en mujeres receptivas como si FH les descubriera territorios inexplorados de ellas mismas, el estante en vías de extinción de las primeras ediciones, recepción nacional entre reconocimiento y rechazo, compromiso político anticomunista, anécdotas de gastronomía cotidiana. Hasta circularon rumores de escenas absurdas o surrealistas en su viaje en féretro a la última morada, como si también hubiera dictado buena parte de la leyenda urbana montevideana.
Hace muchos años y para ilustrar la manera como la quimera autor-narrador reconocida -más que buscar temas FH se deslizaba en retablos perturbados emergiendo del buceo con las piezas representadas- probé trabajar con la noción de espía vintage, más afín a los disfraces de Sherlock Holmes que del Aston Martin de James Bond. Simulacro asumido, iniciativa gozada, coexistencia abusiva, usurpador de mensaje confidencial e informe final en forma de relato para mediadores de la Agencia Lectores interesados por la misión del pianista infiltrado. Después en esta vía bromista de microfilms, notas confidenciales en alfabetos crípticos y juego de sombras aparentes, por testimonios tardías de conocidos, revelaciones sorprendentes y algunas novelas, fuimos conociendo la verdad de la milanesa con fritas. Ahí están para no dejarnos mentir La muñeca rusa de Alicia Dujovne Ortiz, África, la muñeca de Felisberto Hernández de Roberto Echavarren y Nombre clave, Patria: una espía del KGB en Uruguay de Raúl Vallarino. O la historia de la costurera de Ceuta conocida en Paris y repatriada como esposa legítima a Montevideo. El pitch resultante de la película es enorme. ¿La española cuando besa es que besa de verdad? La imagen del espía figurante en la narrativa, quedaba aplanada ante un escándalo de intromisión femenina de la guerra fría en la narrativa uruguaya. La topo nuestra cosía para afuera, negociaba en antigüedades y se pintaba las uñas; y sin embargo… considerando la función poética creo que podemos mantener la analogía. Algo de su vocación de los servicios debió de inocularle en sus años de convivencia la astuta María Luisa; todo apunta a que fue mientras duró esa historia de amor rigurosamente vigilado, que el marido abusado escribió los cuentos de Las hortensias y Nadie encendía las lámparas. El esposo cobertura -habría que explorar la pista nada desdeñable de un FH cómplice titiritero- primero va acordando una percepción tendenciosa y si nada aparenta ser premeditado en los objetivos, el narrador/personaje de los cuentos escritos cuando María Luisa, tiene un talento seductor para encuentros fecundos, fomentar casualidades forzando la anécdota, ser invitado en la casa esa del pueblo a la que nadie tiene acceso. Parece afinar la escucha del sacerdote, el analista freudiano y el silencio del músico infiltrado; los vecinos más escarmentados le confían el argumento sin salida de sus traumas; al menos en la instancia del relato quizá ese intruso circunstancial puede aportar alguna luz esclarecedora al misterio del cuarto amarillo. La confían el cometido de ser público del teatrillo secreto, puesto que todo episodio velado sólo accede a la existencia si alguien lo cuenta. En una ciudad literaria mayormente política, mimética, sociológica y testimonial, en la división azarosa de tareas FH se aplicó a excéntricos inofensivos y su ficción proviene de la naturalidad. Sus lectores reincidentes, sabemos que en nuestras familias hay seres entrañables a la deriva podando el árbol genealógico. FH se interesó por la hermana que teje crochet hasta el crepúsculo y de la que nunca se habla, el tío encerrado hace siete años en el altillo del fondo, el pariente músico que afirma que su novia es una espía, lo controla todo el tiempo, habla por teléfono en ruso y al que nadie le cree tamaño disparate en el asado de Navidad. El dispositivo funciona además por la calidad receptiva de los captores sensibles del narrador; los persuade a los casos graves porque los entiende, escucha sin dictar sentencia, compatibiliza habiendo vivido introspecciones similares, sabe que las puestas en escena son sueños y a la representación improvisada hay que buscarle la música apropiada. Tuvo una iniciación precoz a escenografías barriales donde rondaban espectros en una ciudad que a falta de palacios idolatra cementerios; si la religión fracasa en la doctrina para acceder al paraíso de la vida eterna, lo frotó a la factible omnipresente de lo sobrenatural; un milagro sólo se puede aceptar entre los fieles si lo arrulla un cuento verosímil que hipnotice multitudes. Si eso circula entre narrador, personajes y relato es factible que su obra afecte los extremos humanos del circuito más reticentes a las fuerzas del cambio. Felisberto retocó la misión del escritor rondando las pequeñas cofradías secretas incluidas en la sociedad y previno al lector quien, al cerrar el libro observa el barrio, la familia que lo rodea, su propio cuento con otros ojos y se pregunta ¿dónde acaba la ficción realista y comienza lo otro?
VIII) El pianista y los personajes
El apartado pensado a los personajes ya fue escrito, pero con Felisberto siempre hay bemoles pendientes, notas sueltas y la aclaración breve al pie de página se vuelve comentario de sobremesa revolviendo la borra del café. Creo recordar que leí por primera vez a FH casi en paralelo con los grandes clásicos de la literatura fantástica, asimilando el aluvión temático del repertorio tradicional, el nombre de los autores sobrevivientes así como sus criaturas aberrantes. Eran los meses de consultar salteado la Antología estupenda de los escritores argentinos del año 40, descubrir las películas Technicolor de Hammer Film Production, donde fuimos reconociendo las voces de Vincent Price y Cristopher Lee. Ese cotejo desigual podía finalizar tanto en la concordia inesperada como en la decepción frustrante; en otros capítulos traté de ordenar las líneas teóricas que pensé necesarias -como estudiante y luego en tanto docente- para avanzar en la interpretación de FH; resultó que el uruguayo aguantaba el tirón de los paradigmas, salía airoso del barrio Atahualpa y ascendía en el canon.
Buscando mejor hallé lo raro presumible cuando entendí que se acercaba a lo vivido durante veinte años en Montevideo; nunca al punto de pisar territorio ignoto, donde la fuerza invasora de lo excepcional fuera tan poderosa que coloniza la realidad, la sustituye por decreto y nos abandona en un planeta artificial autodestruido al finalizar la lectura, cuando se encienden las luces del cine Broadway, mientras corren los créditos finales de “The Raven” (1963) y aparecía el nombre de Jack Nicholson antes de que fuera Jack Torrance. Me refiero al fantástico monstruoso, escatológico, extraterrestre, patológico científico, caníbal zombi o mutante en la escala zoológica. La conclusión era que su rareza tenía orígenes de naturaleza humana, situaciones provenientes de rupturas sensoriales, desborde de los espectros, conexiones cerebrales alteradas, convicciones de lo inexistente que se verifican en la clínica a puertas cerradas. Ello sumaba una pista de explicación y -si se quiere- humanizaba lo expuesto al familiarizarlo, dando un aire de lo ya visto antes. El tono FH provenía de su facultad de crear atmósferas reparando en medios tonos, una escritura nueva alcanzada mediante la insistencia y el tanteo; la osadía de intuir en la realidad física no una ocasión de lo mimético, sino escenografía vacilante en la cual -con paciencia y sin prejuicios- se podía advertir la grieta. El estilo anhelado era cuestión de buscarlo, las atmósferas percibirlas como tarea diaria de artista plástico sobre la tela o la digitación del pianista, que repite de memoria partituras impresionistas sugiriendo una catedral sumergida.
Eso nos dejaba ante uno de los aportes mayores de FH a la literatura y que es la poética del personaje; del cual él dispone el teatro y la falla recurrente, la traza espectral en la memoria y el misterio persistente, el dolor de ponerse en evidencia ante la sociedad y la angustia de su rutina monotemática. Sólo así podemos explicar el recuerdo de sus personajes, ya sea en la amplitud de la novela o el relato de corta distancia; logra que los seres que se acercan a su persona -en los sesenta y un años de existencia-tengan además de biografía de ficha una apariencia de seres de ficción. Otro aspecto querría retener para ir terminando: al menos en mi experiencia sus personajes son la confirmación de lo real que habitamos. Me permitió observar de manera distinta a dos o tres miembros de mi propia familia, algunos vecinos pintorescos del barrio y otros viajeros cruzados durante la travesía. Atendiendo al desajuste caracterial que conlleva la vida, las obsesiones sensuales nutriendo la literatura desde la pasión Edipo, la encerrona voluntaria en el tablado mental y el viaje sin boleto de vuelta en el trolebús alienado. Modificó de forma retrospectiva algunos retratos de maestras de tercer año, profesores de solfeo con Parkinson, el pintor chambón de brocha gorda o el panadero de la otra cuadra, que una noche vemos de lejos manipulando fichas en el casino como fullero experimentado: lo fantástico -bien mirado- suele incrustarse en el primer círculo de nuestras afinidades. FH atendía la comedia humana menor activada fuera del marco de una sociedad fijada por la sociología y la máquina burocrática, que suele desoír otros sonidos chirriantes que los de su frecuencia política. Nos muestra como en la casa de los espejos deformantes del Parque Rodó, lo que somos o podemos llegar a ser los uruguayos; mobiliario destinado al remate de la ciudad vieja, animales embalsamados, gatos muertos que es oportuno cubrir con sábanas y tapices como en las casas deshabitadas. Ello provoca un efecto dominó a la inversa donde el relato no es acorde final sino primera nota del nocturno; sucede en consecuencia un canje de tonalidad mientras el itinerario activado se vuelve ficticio. El narrador es uno más entre los personajes que frecuenta y el escritor -cuando puede- se sale de armonías reconocibles a riesgo de ser incomprendido. La escritura se hace laberíntica en un jardín botánico arborescente y la literatura es buscar la estratagema de Dédalo, el centro amenazante con cabeza de toro o la puerta de salida, pero nada es seguro si tenemos en cuenta el sol de Creta y el invierno del Hotel Overlook.
Es curioso, cuando tengo ante mis manos alguna de sus primeras ediciones y que me acompañan desde hace década -esas rarezas que se titulan por ejemplo “Libro sin tapas”-, me da por pensar que es el único escritor que hizo de sus libros personajes de papel, que se añaden a la distribución que inició un cierto fulano de tal.
IX) El apuntador como personaje secundario
Algunas veces, durante la tarea docente se atraviesa en la preparación de los cursos una temporalidad pausada, como de novelas ejemplares cervantinas. La fluidez del plan es interrumpida, se incorpora un texto exógeno en apariencia que igual cumple funciones laterales en la dramaturgia novelesca.Sería el caso de este capítulo; entonces, la exposición que venía siguiendo cierta metodología meditada llama a una Nota al pie, puesto que es necesario resolver la ecuación del taller literario interpuesta en el camino y preferí hacerlo a la vista del lector.Era una cuestión con dos incógnitas; por un lado observar las razones por las cuales la entidad Felisberto Hernández se había incrustado tan profundo en la ciudad literaria, luego coordinar razones que podríamos llamar sociológicas y otras operando en el interior del texto.Todo comienza en el nombre de pila Felisberto, fijado en los libros con tapas y el efecto vecino con partida de nacimiento, que puede hallarse reflejado en la otra cuadra con el nombre de Macedonio. Luego esa desviación de la trayectoria original de alguien que se había iniciado en una educación musical, con dedos más entrenados con el piano vertical que con la máquina de escribir.
Un segundo kit de explicaciones estaría en la no pertenencia al protocolo canónico de la literatura uruguaya de la época, apuntaría acaso la inversión del sentido del compromiso político de izquierda, que lo lleva al extremo del anticomunismo radial y casarse con una espía soviética; siendo nuestra versión de los cinco topos ingleses del Trinity College, que formaban el círculo de Cambridge y que seguro inspiró la saga George Smiley de John le Carré. Señalemos la no pertenencia a la generación del 45 o cualquier otra generación asociada a fechas, revistas o boliches, concepto operativo de la crítica literaria que está algo apolillado e igual se sigue utilizando. Cierta fuga aconsejable de la barra de los “raros” teorizados por Ángel Rama, concepto que en su generosidad heterodoxa y confortable, puede enlentecer la enumeración de virtudes específicas de los asignados. Luego se enfatizan algunos aspectos biográficos; nada del otro mundo al ser considerados en su perímetro aislado, pero adicionados generan una sinergia de lo uruguayo estimulado por lo contradictorio, al punto de sugerir que estamos ante una vida imaginaria. El encuentro con Supervielle y la experiencia parisina, la novela sentimental con mujeres interesantes y que se le parecen, el catálogo de primeras ediciones que informa de libros objeto y el proceso de legitimación internacional, verificado más por los trabajos universitarios que por la crítica de lanzamiento en el momento de la salida de los libros.
Agregaría el álbum de familia, algunas estupendas fotos vintage con poses poéticas belle époque y otras de escribano ducho en patrimonios de notables arruinados por caballos lentos y cabareteras ligeras.Ello se incorpora o asoma entre los textos desde las primeras lecturas; en lo personal recuerdo el desconcierto al advertir una trinidad operando en cooperación, sociedad o complicidad siendo de los efecto de recepción más sugestivos de su literatura. La permanente alternancia entre un afuera y otro adentro del libro, el antes y el después de la escritura, entre un ingresar y la fuga del reactor escénico del relato. Hernández el autor de cuya existencia dudamos, Felisberto que narra desde el interior incluso mediante un sistema taquigráfico de su invención y el fulano entrometido como personaje enviado en misión.
Marcar territorios es dificultoso e inoperante, parece que debemos resignarnos a admitir esa gestión del trio en movimiento; como estamos ante una poética de conciertos, conferencias, lecturas y recitales se percibe el estímulo constante de la teatralidad. En la vida social lo tienta el protagonismo, reclamando ser el centro de la atención ante los espectadores y en la narrativa prefiere ser apuntador: ese integrante del elenco que, sin estar en apariencia visual, lo mismo controla todo lo que sucede en el escenario. Su voz es el murmullo salvador que lleva adelante los diálogos, tiene el argumento dramático, la cadencia de las entradas actuadas y los desenlaces entre las manos, desde que se levanta el telón hasta que todo ese pequeño mundo hace mutis por el foro.
X) El límite de los objetos
La mediación con los otros, el mundo real aparente y los laberintos de la vida interior, tiene en los objetos tal cual un factor utilitario, eficaz y simbólico de puesta en común. El reloj del conejo en Alicia en el país de las maravillas cuando no el espejo permeable, la serie Harry el sucio de Magnum 44, el collar de la Reina, el zoo de cristal, la corona, el trono y otros atributos de poder, los lentes de Mahler, Lennon y Harry Potter. La lista puede llenar varias páginas, decantarse en lo personal persistente del trabajo cotidiano, con cuadernos cuadriculados y lapiceras. El recuerdo de los grandes coleccionistas de sellos, monedas, Cuadernos de Marcha y otros trofeos, como el heladero portugués de A Comédia de Deus.
Es sencillo desde las enumeración desplazarse a la obsesión arrastrando una vida, la transferencia, el robo y el fetichismo, la alienación en sus múltiples acepciones. La literatura participa en esa economía de creación y dependencia; en el caso de Felisberto todo parece facilitarse: el piano -por supuesto considerado una máquina de música- y las primeras ediciones suyas, que tienen las virtudes bibliófilas de los libros objeto. Luego, entrando en la narrativa diría que los objetos como categoría saltan a la vista con premeditación y alevosía. Participan de la tensión dramática, retuvieron la atención de casi todos los estudios publicados sobre el compatriota y las tesis universitarias dentro de los estudios literarios. Ocultan y exponen una tendencia uruguaya de tenencia velada, que vemos en el salón exposición del anticuario y la sala de remate de Gomensoro y Castells, las lámparas de la decoración, el erotismo táctil de las telas y la sensación de pertenencia del oro acuñado y las piedras preciosas. Los objetos condensan en varias representaciones la metonimia existencial: el trineo Rosebud de Citizen Kane, El halcón Maltés, la leyenda del Grial, las pistolas Lefaucheux de van Gogh, Verlaine y Rimbaud, Horacio Quiroga y Avelino Arredondo inventando en la plaza Matriz el magnicidio Oriental.
Se advierte en cuanto a los objetos dentro del capítulo y pensando en Felisberto tres temporalidades. La primera es la contemporánea al autor, donde el objeto dice de un mundo privado y del poder de la sociedad capitalista versión rioplatense. El escritor pianista uruguayo introduce en el relato la intuición y la desconfianza ante lo artificial arbitrario que nos rodea, casi un poder gravitacional en sinergia uniendo las palabras y las cosas. En lo personal -como hipótesis de trabajo para los cursos- quedé más fijado en las últimas décadas del siglo pasado, siendo mi interpretación subordinada a las ideas circulando por entonces; bibliografía inspirada por filosofías de la alienación, la emancipación de la obra de arte hasta llegar a la noción del made rare de Duchamp, la memoria infantil de El aprendiz de brujo y operando dentro del auge de la disciplina Semiótica. En el presente, la evolución técnica con la introducción de lo virtual, las impresoras 3D y la reproducción industrial al infinito, parece que las cosas cambiaran; quizá se está acentuado a la vez un desprendimiento y una dependencia mayor tipo Martrix e independencia artificial. En todo caso afecta las criptomonedas, la sexualidad y el deseo -típica encrucijada felisberteana- poblando de nuevos objetos la intimidad. Estamos interpelados cada semana entre catálogos del Sex Shop Tres Cruces y las veredas cambalache de la feria de Piedras Blancas. Siempre hay un Longines para robar en la muñeca de la dama o del caballero, un anillo con iniciales oculto en los cajones de los difuntos, un perfumero de cristal que perteneció a Delmira o Marosa, el recital en el Auditorio Vaz Ferreira de la pianista medalla de oro en el conservatorio de Vladivostok.
XI) Leer también la música
Traté de entablar un legato verosímil entre el capítulo anterior y el presente; el piano considerado objeto mecánico complejo, estrategia para frotarse al público directo y código secreto para ingresar en la intimidad de las familias. La música interviene de manera activa y afecta en nuestro caso al tríptico de la ficción. Define al autor en sociedad de la misma manera que un vendedor de muebles, es condición consustancial de los narradores mutantes que atraviesan su obra aunque parezcan ser el mismo y acerca a los personajes -la música que puede abrir puertas las puertas del infra mundo- en proximidad de escucha. Lo mismo puede considerada como temática de privilegio, un asunto de relato insinuando un sub género con resultados interesantes. Las relaciones entre literatura y música son antiguas como el mito de Orfeo y los recitadores de las leyendas populares, desde Aquiles enojado a las puertas de Troya al gaucho Martín Fierro, que se pone a cantar al compás de la vigüela.
Es curiosa la manera cómo me interesaron desde temprano las historias relativas a la música y sobre las que suelo regresar en tanto lector; seguro que hay en ello una transferencia, compensando la disonancia entre amateurismo de escucha diaria e incapacidad probada para la práctica instrumental. En rápida evocación puedo citar Doctor Faustus de Thomas Mann, El malogrado de Bernhard, La vida breve con su título a lo Manuel de Falla y canciones francesas llevadas a Buenos Aires, El perseguidor de Julio Cortázar, Mozart camino de Praga, los poemas que inspiran los tres ciclos de Schubert y la novela Hammerklavier de Yasmina Reza, que alude a la sonata 29 de LvB. Norah Giraldi fue pionera entre los uruguayos al respecto, llamando la atención y dejando un precedente, iniciando una línea crítica de interacción que se prosigue hasta el presente. Es claro que escuchamos en Felisberto un aire de conservatorio Santa Cecilia, con adolescentes erotizadas mediante el solfeo y el metrónomo, profesores como Clemente Colling arrastrados hasta Montevideo en su viaje de invierno; seguro los estudios de Ferruccio Busoni, acompañamiento de películas mudas en los cines de barrio, actuaciones en Cafés a la moda y exploración de partituras contemporáneas. El campo léxico común parece adecuarse en armonía a la manera de leer Felisberto; escucha atenta y repetición hasta memorizas cada nota con sus bemoles, tema central con variaciones, estructura en partes diferenciadas siguiendo la estructura sonata, frecuentar repertorios de la literatura pianística decimonónica, cuadernos de música, un ejemplar de “Desde el alma” de Rosita Melo con los arreglos de Osvaldo Pugliese, ediciones catalogadas según el austríaco Köchel músico y botánico. Cotejo de interpretaciones según diferentes escuelas, conciertos o recitales, la angustia del solista subiendo al escenario y llegando al acorde final, la eterna lucha entre música de las esferas y el trino de Diablo.
XII) Los nietos de Maldoror
Si existe este ensayo pronto a salir del astillero, es porque la obra de Felisberto viene inscripta en los ficheros desde mi lejana educación literaria; activa la memoria reflexiva y el gusto de pasar las impresiones primeras de estudiante por escrito. Pedagógicamente, en la ruta opté por una filiación intermedia, quise distanciarlo un tanto de la literatura uruguaya cercada y sin hacerlo derivar a otras axiologías que, de tan generales, pueden obstaculizar un diagnóstico acertado. Recupero para movilizar la biblioteca, las nociones arraigadas de “raros” y “literatura menor”; las cuales suscribo bajo ciertas condiciones. Hay que conocerlas, hacerlas circular en las aulas, si bien con el paso de los años las percibo más próximas a razonamientos de anomalía arbitraria y geopolíticas estrictas, que a una práctica individualizada de la escritura. La escala adecuada a mi entender -es en la cual me siento cómodo por recorrido de vida y empatía- sería el domino del fantástico rioplatense; que tiene la virtud de coincidir con ejes vitales íntimos y permitir un diálogo bien cercano con obras, autores y estrategias de lectura. Considera un conjunto de elementos comunes sin borrar, claro está, las diferencias de la tierra purpúrea y que acentúo citando a Isidore Ducasse. Tengo en cuenta la influencia cosmopolita de Buenos Aires, la recepción del fantástico tradicional y su dialéctica con Montevideo que también puede llamarse Nueva Troya. Insistí en Maldoror por ese afán de Felisberto -a la vez- de perseverar en los ámbitos montevideanos y zafar -es probable que malgré lui o acaso- del campo gravitacional compatriota: la música de Stravinski, profesores europeos, Paris vía Jules Supervielle y novia del KGB… difícil hacer mejor.
El ensayo que finaliza -y aunque no quise el regreso siempre se vuelve al primer amor- tiene por objetivo tirar algunos cables de análisis a los docentes de literatura en el batallar cotidiano, para que la narrativa de Felisberto continúa circulando en sus primeros destinatarios y a pesar del paso del tiempo invisible, que casi todo lo altera. Desde la aventura frustrada en Archives capitaneado por José Pedro Díaz, ha pasado mucho pensamiento crítico y alteraciones de paradigma bajo el puente del arroyo Miguelete en el Prado; siento que el recorrido finaliza y me alegra que alguien este comenzando el proceso de refutación -la literatura tiene algo de Shiva Nataraja- pero lo que viene tampoco debe obviar la exégesis previa. Felisberto es como los viajes en ómnibus por Montevideo en los largos trayectos. La llegada a destinación nunca es directa, siempre hay que comprar un boleto en combinación; es lo que nos ocurría para ir con mi madre desde la Curva de Maroñas, allí vivíamos, hasta el barrio Atahualpa -en la frontera de avenida Millán- donde vivía el tío César Emilio, que fue electricista, parrillero y locutor, entre otros oficios.
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