Los cuentos de FH son raros, postulan nuevas interrogantes y soluciones al llamado género fantástico así como un espacio insospechado, otra sociología tendiente a fotonovelas, peluquerías de barrio y consultorios sentimentales. Sorprender en el relato es sencillo, lo raro es modificar la operación de la lectura y desacomodar el aparato crítico, al extremo de forzarlo a trasladar su zona de comodidad y que suele fastidiar. En su obra -más que a la traslación de esquemas preexistentes o recetario canónico- los temas y situaciones evocados, prueban una búsqueda (premeditada o no es otro asunto) que enriquece y desacomoda la retórica del género: doble originalidad en el teatro de la comedia humana uruguaya, así como dispositivos narrativos que vuelven convincentes el tránsito a lo fantástico.
Los cuentos imantan las baterías usuales y esquirlas de la exégesis, que admiten facilitar una heterogeneidad de conclusiones a su proyecto sin aguardar la tregua de una lectura más atenta. Paralelamente y en una dimensión invisible a dicha tarea, se opera -de forma clandestina- la relativización del corpus mutante, pudiendo alcanzar el rechazo con escarnio de los aportes resultantes; el caso de FH y su desencuentro con el sistema crítico internacional uruguayo es ejemplar al respecto. Esa situación epistemológica, convierte sus relatos en curiosísimos artefactos de interpretación, que digieren sin prisa la propuesta crítico analógica de investigadores de todos los horizontes. La originalidad contada y la manera de narrar pueden ser obstáculos que fastidian: “lo otro” ocurre también cuando el modelo crítico “sabido” es insuficiente para englobar la interpretación eficaz de un nuevo proyecto literario y pone a prueba su pertinencia. Al desconcierto receptivo le puede seguir la insatisfacción crítica y zanjarse ello en el desdén, o bien la revisión en autocrítica del conjunto de certitudes. Psicólogos y semióticos, fenomenólogos y estructuralistas ortodoxos fueron puestos a prueba. Desde la primeriza construcción de sistemas que refiere Jaime Concha (22) a la aproximación con las máquinas célibes que audazmente propuso Lucien Mercier. (23)
Los narradores resultaron sensibles a ese estremecimiento en la Historia Contada que, hasta las publicaciones de FH no mostraba en nuestro sur alteraciones excesivas, salvo en la poesía. La prudente aceptación del autor tiene un primer círculo legitimante en el juicio de otros escritores. El sorprendente Calvino de “Si una noche de invierno un viajero” comprometido con la tradición clásica e interesado por la manera de pensar científica. Cortázar -citado aquí en abundancia- que lo integra a la constelación de extravagantes incidiendo en la realidad. José Pedro Díaz, ordenador primero de la obra entre nosotros y pasador de “El caballo perdido” al canon de la enseñanza de la literatura uruguaya.
De la fusión de esos heterodoxos factores tan bien detectados por estudiosos varios -en algunas lecturas forzadas la redundancia asoma una vez identificado el factor diferencial- y el conocimiento de la gramática clásica del género, las narraciones generan deducciones donde predomina la opacidad confundiendo una claridad de lectura. Dicha indeterminación, más que de la trama visible de los núcleos de tensión (siempre revivimos la sospecha de si estamos ante la perversa planificación, ingenuidad amenazante o carambola a tres bandas producto del azar), resulta de las latencias significantes de las situaciones presentadas.
Es característico de sus cuentos el paso del efecto técnico localizable y marcado con rojo a otro unitario global, resultado -en la mayoría de los casos- de una trama inasible que se resiste a ser aprehendida con un diagnóstico certero. FH no tiene intención de forzar por decreto el ingreso del misterio en lo cotidiano; se restringe a intuirlo mediante captores sensoriales y desacralizarlo hasta incorporarlo bajo formas triviales. La originalidad narrativa se opera cuando el lector desata la desconfianza; cuando obliga a movilizar el aparato crítico, haciéndolo tomar conciencia de su condición obsoleta ante un corpus que lo impugna; cuando convierte el lector al credo de la extraña desconfianza.
La inquietud excesiva está en ese concubinato: equilibro y coreografía entre lo insólito y algo posible sin considerar. Pasos de danza y saltimbanquis sobre puentes que permiten un tráfico molesto, por mandato y biunívoco entre la realidad ésta y lo otro que señalan los dedos del pianista. Allí pues, en algún lado impreciso y donde el lector no repara nada de inquietante, hasta que ocurre la epifanía del relato. Ya sea para confirmarla y acaso anularlo, la definición de su literatura como fantástica ingresa y huye de manera permanente en la consideración de su obra.
Se produce un cambio de situación cuando la narrativa de FH -además de ser gesto de lectura individual- se convierte en tema de programa, zona del curso del semestre y la literatura debe ser pasado a los nuevos lectores, que siempre son pocos en cada curso- En tal caso, la experiencia personal debe ser ayudada con aportes de la teoría literaria; ello activa el cruce beneficioso entre reflexión en otros ámbitos intelectuales de la tradición, con el caso específico de ese cuento elegido por el docente entre los diez de “Nadie encendía las lámparas.” Ahí tampoco hay automatismo pragmático, sino la necesidad de acomodo permanente, donde la acumulación de información apropiada redunda en la mejora del entendimiento de aquello escrito tras el velo superficial. Es oportuno recordar unos pocos de los planteos clásicos al respecto; aunque al final, se llegue a confesar la carencia racional, la sumisión hipnótica ante lo fantástico que nos rodea.