Puntapié inicial y objetivos a largo plazo

La primera oración debería tener una promesa inolvidable, el poder oscilante de permanecer en la memoria y doblegar el curso del afluente Olvido. Hace meses que le venía dando vueltas al asunto del Cabaret por varias razones y sean las principales: la motivación para trabajar unas horas diarias en un proyecto relativizando mediaciones, poner pausa en la búsqueda obsesiva del último lector, sacudirme la molestia -en general frustrante- de reeditar títulos que desertaron los tenderetes de Toledo (Uruguay) entre cartapacios usados. Organizar la biblioteca privada facilitando la tarea a quienes vengan después a rematarla al peso, aprovechando los años sin cuenta que faltan para acceder al silencio.

El proyecto de tomar la alternativa en el ruedo internet se redondeó durante el año 2019. Al comienzo del 20 tenía la forma exterior del artefacto, un concepto pertinente al soporte siguiendo la tradición cabaret literario y el nombre para las marquesinas; sin vislumbrar al monstruo que resultaría por dentro: cada laberinto inventa su minotauro particular. Los plazos en la gestión con los poderes invisibles decidieron que fuera abril el mes de la salida, me convenían los tiempos a pesar de ser el mes más cruel. En medio de la empresa llega a la historia el jinete rojo del coronavirus… todo se tiñe de prescindencia, enmascara con urgencia y ordena el confinamiento colectivo. La ficción tenida a distancia se inscribe en lo real y es imposible dejar de pensar en ciudades asediadas por la enfermedad, tropas enemigas o la ira implacable de las divinidades. Una versión mitológica presenta credenciales, la caricatura postmoderna es barrida por magos y encantadores mezclando pócimas medievales, autómatas respiradores de última generación, moléculas mutantes depredadoras que roen los pulmones y detienen el reactor de la respiración; una vez más Shiva desató su danza cósmica, dispuesto a hacer el trabajo sucio.

 En todo período de incertidumbre mientras guerra, pestes, egoísmos y legiones infernales operan implacables, el poder regenerativo de Eros se perfila bajo la forma del Cabaret. Esa dualidad que viene de la mitología y el sicoanálisis, las intermitencias sueño y vigila, erotismo y clausura, noche y día, tragedia y comedia, vida y muerte tienen una poderosa energía regenerativa. Durante las horas esas fugando de la nada la pasión afloja, el músculo duerme y la ambición descansa; nuestro mundo de certitudes es separado por un telón de organza carmesí y se piensa en la vida que se pudo haber tenido. Durante esos intervalos de especulación inmóvil prefiero los cocteles como bebida; entre todos ellos el Negroni, por su procedencia italiana y el color de piedra preciosa: entonces ingresa consolando la playlist virtual al bar mental y oigo músicas que el presente descarta, melodías de Cole Porter y Jobim, algún tango de Arolas… esa tregua voluntaria permite afrontar los tramos restantes del viaje, propone el Cabaret como sociedad anónima y exigua comedia humana que hace compañía. 

La Coquette porque es así como al final del Canto I de Maldoror llama el conde de Lautréamont a Montevideo, la ciudad donde nació Isidore Ducasse en abril de 1846; el nombre era el principio orientador y era de rigor justificar el espacio simbólico. El hijo de Griselda hubiera preferido el tablado al aire libre, fueron los primeros escenarios que descubrió cada verano entre los seis y quince años; el Dr. Mondragón se habría inclinado por una monografía sobre la metáfora del Gran Teatro del Mundo, con tiradas de Calderón y el acto V de Macbeth. En la crisis dialéctica intervinieron otros versos famosos: e igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida… entonces la opción Cabaret fue la respuesta al acertijo con sus incógnitas. La ilusión pasajera en tanto avanza lo nocturno censurado y el carnaval por esas breves horas, parroquia de la vida loca y repertorio inagotable de los excesos. Para pocos debutantes allí se produce la educación sentimental a la madurez -como le ocurrió al cantor de “Pucherito de gallina” que canta Edmundo Rivero- para otros, es la escondida senda donde mueren los elefantes, el último cuplé antes de los cuarteles de invierno. 

Demasiado obvio convengamos como espejo roto de la sociedad dejado en la vereda tropical, sencilla para la moral arrogante que desdeña esa rama injertada del árbol urbano: droga, alcoholismo, corrupción y soborno, chantaje y prostitución, música ligera, espías y travestismo, autoridades corrompidas y clandestinos indocumentados, venganzas rastreras, pasiones imposibles, falsificación de moneda, trabajo zafral de esbirros… y no hay nada sin embargo que condense así la maleable condición humana y su exploración narrativa. Los artistas de la noche protagonizan novelas con nombre cambiado y los clientes arrastran cuentos inconfesables, uno va allí porque quiere, excitante alterne de sumisión y libro albedrío: ¿qué hago aquí? ¿cuánto perdí en el camino, que otra vida vine a buscar, hasta dónde estoy dispuesto a recorrer los círculos? Circulan hombres y mujeres sin cualidades, sufren los sacrificados de la pasión, se cuenta el dinero sin tarjeta y oferta el amor falsificado como botellas prestigiosas. Olemos un perfume rancio de transgresión, voyeurisme medroso curioseando la vida malograda de otros y que nunca viviríamos en carne propia; adentrarse en territorios interpelando la razón: oír el llamado de la zona reprimida del cuerpo y embriagar ese estilo prosaico de manifestarse, consintiendo dar una vuelta por el lado salvaje de la existencia según Lou Reed en 1972. 

La apología del Cabaret hasta sería lúdica, con acordes vintage si no fuera además territorio colonizado por la escritura lo que lo cambia todo. Es tentador lo que allí se encuentra cuando uno sale del pueblo y se quiere olvidar, la danza en sublime de Fred Astaire, los cortes milongueros de Tito Lusiardo –nacido en el Ferrol, como el Caudillo- y la destrucción del mundo a la cadencia Shiva Nataraja. Evoca siete temas febriles en busca de autor, poniendo en escena nuestra condición de comediantes sin bocadillo franqueando el escenario; es barra abarrotada con champanera y callejón sórdido, modelo anatómico a escala donde el tercer hombre está travestido: vi a mozos corpulentos incorporar a Rita Hayworth (Margarita Carmen Cansino) y Sarita Montiel (María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isadora Abad Fernández) porque nada es lo que aparenta en el Cabaret y todo cambia de nombre cuando la vida se maquilla. Podría enumerar librerías y bibliotecas que visité desde la adolescencia; pero con el mismo billete tuve la suerte de visitar algunos libros donde se guardaban arcanos de las historias imborrables. El caballero más famoso de nuestros menesteres fue armado por Juan Palomeque, una suerte de precursor de Hugh Hefner con menos suerte en los negocios. 

Que salten las lágrimas en la lluvia: yo vi a Gilda Mundson Farrell cantar Amado mío en un cabaret de Montevideo y me presentaron a Ricardo Fuentes en un Tango bar de Barcelona. Carlos Tomatis me hizo conocer la noche proteica de Santa Fe y vi en los cafés de Praga trazas de cabaret literarios, de cuando Milena Jesenká tradujo un joven autor que prometía. Escuché a Billy Swann y Santiago Biralbo tocar juntos en el Lady Bird de San Sebastián, por razones que no vienen al caso debí abrir las puertas de la taberna de Pepín Matacríos en el Barrio Chino. Alguien entendido me escribió que nada entendería de México D.F. si antes del terremoto del 85 no visitaba El Capri para mirar bailar a Mara Marú después de medianoche. En el Rick´s Café Americain de Casablanca todos sabemos que había un buen pianista; recuerdo otro músico en el Capablanca barcelonés -antes era el Casbah- tocando la “música callada” de Mompou y se llamaba Rosell, Alberto Rosell. Asistí a la caída del malogrado colega Immanel Roth en Der Blaue Engel, cuando fue a escuchar a Lola-Lola y terminó como un pollo mojado. Un uruguayo con lentes, me previno que si quería avivarme debía ir al Internacional de Montevideo y hablar con Ester; también cruzar el charco, ir al No Name donde el negro Simons prepara las copas, antes de dejarme caer por Eldorado y preguntar por Magda, también conocida como Flor de Té. Era casi el amanecer del mundo en Calcuta, cuando en el Blue Moon vi entrar a Anne-Marie Stratter con su séquito de admiradores, y entendí a los hombres que por ella inmolaron su vida. 

Ahora en el último tramo de la primera charla debo hablar en voz baja, me traen otro Negroni y empieza el turno del pianista a prueba. La melodía inicial es medular tanto como el primer verso de un poema memorizado… arranca “india song” y parece que me hubiera adivinado el pensamiento. Afuera es noche y llueve tanto… es nuestra obligación arrogarnos todos los posibles, por otra parte ¿quién determina el inicio y final de los relatos? 

Después de un siglo supongo que a silencio, exilio y astucia habría que agregarle una cuarta condición evasiva, que andamos buscando varios como si fuera a la vez el veneno y su antídoto. Persiguiendo una licorne que se llama obra total, mil y una noches, libro de arena, el Aleph de la calle Garay en Buenos Aires, y en mis años de estudio se llamaba Architexte en las teorizaciones de Gérard Genette. Una vez más las armas son desiguales y tampoco será la primera vez cuando el Imperio contraataca, en el genérico de Kill Bill 2 hay citados 690 nombres propios. 

 El proyecto La Coquette tiene una duración estimada de tres años, aunque prefiero decir 36 meses porque sólo persiste lo efímero. El Cabaret tiene una ruleta furtiva con 36 números, como 36 son las estratagemas del arte chino de la guerra y todo linga indica las 36 esencias ascendiendo desde la tierra hasta la divinidad. Será también el sitio una imprenta intangible como el polvo de estrellas y comité de lectura restringido por si acaso, seminario periódico sobre autores queridos y taller diagonal de narrativa para quien se interese por las estrategias del relato. El primer año se verán andamios y trazas de la construcción, en el segundo se podría recibir otro público que los amigos y en el tercero, esperamos poder presentar números por lo menos raritos. Los asiduos al Cabaret son gente supersticiosa y cree en cábalas, la suerte esquiva, interpretación de los sueños para la quiniela y amuletos bendecidos, martingalas para sorprender en los casinos del mundo, correspondencias macro micro y la sección áurea, la divina proporción, los versos del soneto, la numerología y otros cubiletes. De ahí la obligación de aclarar las reglas de juego de entrada y contar los puntos a medida que avanza la carambola a tres bandas. “El astillero” propone dos proyectos por año y de esa manera cuando finalice el contrato, podría alcanzarse el seis milagroso recurrido por Bach en suites y partitas. “El club de los narradores” recupera cuentos conocidos en terapia intensiva, recibirá producción dispersa y presumible de los próximos meses; como se dijo en otro momento, siguiendo a guionistas de los Simpson y las danzas de Shiva Nataraja, lo ideal sería llegar a 108 relatos: toda empresa debe proponerse objetivos inalcanzables. En “los ríos ficticios” el objetivo son 21 proyectos -títulos publicados más otros orbitando- y darles la vuelta completa a los puntos del dado de la fortuna; coincidir con el siglo que será religioso o no será y el año siguiente que comienza en pocos meses. 

Marcar como en black jack el límite de apuestas y el fin de partida, tocar el alma dormida de la ficción (dicen que el alma pesa 21 gramos) y crear un corpus literario para futuras autopsias (parece que el cuerpo tiene 21 órganos clásicos y arcanos mayores del Tarot), lo que es maravilloso cuando el pianista se decide, después de algunos tanteos sobre el teclado, por “body and soul”.