JUNIO 2022
En algunos casos, la conocida figura del iceberg relativa a los cuentos puede aplicarse a determinados escritores, lo mismo que la distinción borgeana entre obra visible e invisible. Juan Introini nació en Montevideo en 1948, creció en el barrio Reducto y vivió gran de su vida en la Roma Antigua; fue alumno de Vicente O. Cicalese en las declinaciones dominus, domini, domine, dominum… hermano de adopción del querido Jorge Cuinat y del poeta Alfredo Fressia. Falleció hace casi diez años en el año 2013 y la nostalgia con ediciones Les Belles Lettres del Uruguay literario lo echa de menos.
Juan tenía una secreta aspiración a la belleza clásica y fascinación recurrente por personajes desclasados, dudas porfiadas entre el mandato con águila del Imperium Romanum y la proximidad de la masa en mercados o ferias, que interrogaba Publio Virgilio Marón -nacido en Andes, y calle cerca del mare nostrum donde Introini supo levantar campamento con sus legiones- al comienzo de la novela de Hermann Broch. Tenía una agradable conversación de ágora y siendo latinista dominaba los orígenes de nuestra lengua que suponemos sin historia, sabía que la construcción del hombre nuevo es una aspiración tan vieja como las tribus del Latium; sobre las tesis relativas a la decadencia de la modernidad, marcaba la distancia sarcástica de quien leyó a Edward Gibbon y Theodor Mommsen. Durante su sesenta y cinco años de existencia Introini fue licenciado de la Facultad de Humanidades, Filólogo, Egresado del Ipa en literatura, latinista, dirigió el departamento de Filología Clásica, traductor de Séneca entre otros, académico. Se lo veía seguido en la confitería Carrera a la hora del almuerzo y en el Sorocabana a cualquier hora; supo amar cives y plebeyas, patricias y libertas, poetisas con quienes conversar en el triclinio sobre su pasión predominante que fue la escritura.
El escritor Introini publicó tres libros de cuentos, “El intruso” (1989), “La llave de plata” (1995) y “Enmascarado” (2007) y dos novelas: “La tumba” (2002) y “El canto de los alacranes” (2013). De todo ese mundo trata la exégesis de Oscar Brando, que glosa la selección de textos de Introni presentes en La Coquette en junio MMXXII. Su obra narrativa es portadora de conspiraciones apropiadas a los idus de marzo, le reveló el genius loci a boliches de atardeceres montevideanos, supo que no hay Roma eterna sin inframundos entre los ríos Aqueronte y Estigio, mientras algunas almas insumisas -durante la travesía sin retorno- escandalizan la barca de Caronte; para entender la rareza de sus personajes, más que los estudios de género habría que leer a Petronio, rebobinar el Satyricon de Federico Fellini con sus distorsiones anatómicas del hombre de Vitruvio. Dejó las cosas claras en su discurso de ingreso a la Academia Nacional del 1° de octubre del 2012: “La inmersión en una cultura tan antigua, como la grecolatina, supone un viaje no meramente erudito, no meramente hedonista de un modo “light” (tal como estamos acostumbrados en muchas formas de la cultura actual), sino un viaje hacia una belleza profunda y también hacia el horror que late en el fondo de la condición humana.”