ABRIL 2021
Los relatos de Duilio Luraschi insisten en ser uruguayos, pero hay algo en ellos de cosa pendiente que los incita a evadirse por los márgenes. Son parientes lejanos de Morosoli y Felisberto, con ancestros que llegaron desde pueblos de Croacia, del interior de los Diarios de Kafka. Duilio nació el año de “Rayuela”, del plan Piloto en la enseñanza secundaria uruguaya y el asesinato de Kennedy. Si bien trabajó atendiendo al público, con programas de computación y como funcionario del Estado, su pasión predominante es el relato breve. Con fidelidad inventiva desde 1987 -además de antologías y recopilaciones- publicó 13 libros de cuentos. Él mismo propuso para La Coquette tres cuentos de atmósferas complementarias.
El nuevo asalariado de una vaga empresa es observado su primer día de funciones un 3 de enero; almuerza arroz con huevos fritos, mientras una trama sin retorno y entre grillos se cierra sobre su persona. Un pianista de ambiente interpreta tangos y valses -de espaldas al público- en la embajada de un país que quizá desapareció del mapamundi y del que emerge una mano femenina con guantes de seda color canela. Dos amigas evocan a la hora del té asuntos cotidianos, la crónica roja inminente y recuerdan amores de estudiantes: hoy un juramento mañana una traición.
Luraschi es como los antiguos fotógrafos ambulantes de la Avenida 18 de Julio; pasan por la vereda casi sin ser vistos, sin embargo -como en “Las babas del diablo”- con un golpe de vista captan la escena clave de la tragedia ocurriendo. La fijan en placa sensible sin que los protagonistas lo sospechen; luego la transfieren a papel sensible en el cuarto oscuro, hasta fijar la imagen imborrable en sepia que viaja por el tiempo.