Apuntes para un manifiesto y dietario informal

Dicho lo cual eran varios los obstáculos materiales para abrir un Cabaret y puede que estemos ante otra asonada sin consecuencias. El remake de la escena entre Burt Lancaster y Alain Delon, donde se impone la regla de que todo cambie para que todo permanezca igual. A mis veinte años estaría escribiendo algo parecido en una Olivetti Lettera 22 y ahora lo hago en un ordenador coreano; desde el encierro de una peste que dicen creada con alas de murciélago y le da a Paris –más aún luego del fuego revelador de Notre Dame y los atentados, los sábados de chalecos amarillos con su corte de tuertos de por vida- un aire de video game maléfico. Son meridianas las alteraciones delatadas en la conciencia del lector y el mercado del libro, axiología editorial, mediación crítica y propósitos de la escritura; nada será como antes en la conexión de los circuitos y condiciones de producción. Existe estoy seguro una discusión profusa sobre el canje entre libro y redes sociales; para opinar era imperativo infiltrarse en el dédalo de la máquina, fue así que escuché androides de sucesivas generaciones versión Matrix, Ghost in the Shell y vi los mejores cerebros calcinados adentro de Avalón y cotejados al Terminator austríaco: I’ll be back… ello mientras el ingenio más eficaz para diezmar la humanidad en estas mismas horas es invisible a los ojos. Habría que replicar si queremos tener una oportunidad de rescate, con el submarino “Proteus” del modelo 1966 donde Raquel Welch y Stephen Boyd formaban parte del equipaje. 

Sin la voluntad del hacedor cuando opera el dominio público, todo escrito existente se halla circulando en la red con fotos robadas y subidas por anónimos interesados, libros de ocasión ofertados en las antípodas del mundo conocido, versión numérica de medios de prensa y ensayos de los comparatistas, pues casi nadie edita revistas universitarias. Lo removedor e incontrolable es la forma como la revolución numérica afecta la creación, el gesto de escribir y los textos consecuentes. Dicha modernidad 5G nos adeuda otras promesas ambivalentes y menos sedantes de lo vaticinado relativas al final de la Historia. En la lucha Sumo dentro del círculo ritual -otro ouroboros…- por presagiar el futuro, nos impusieron que el vencedor era Francis Fukuyama por K.O. y resultó ser Shinji Mikami de Resident Evil. El pasado supersticioso que se daba por liquidado bajo tierra regresa mediante avatares espectrales y rituales, vampiros contra zombis; el Michael Jackson inmortal será un muerto viviente con zoquetes blancos y Vincent Price en off contando la leyenda. La situación confusa -la historia vuelve a repetirse- es la definida por Gramsci en los Cuadernos de la cárcel, fórmula perfecta que de tanto citarla se recarga de sentido al infinito: “La crisi consiste appunto nel fatto che in vecchio muore e il nuovo no può nascere: in questo interregno si verificano i fenomeni morbosi più svariati.”

En otra época pasado con muchos años menos mi gesto inicial habría sido subir al escenario del Cabaret, declamar sin micrófono un Manifiesto sobre la ficción en la Red y operar en consecuencia; que once Tesis sobre La Coquette siguieran el modelo Feuerbach evaluando el dilema interpretar y transformar. La situación actual se presenta amenazante para los viejos histriones siendo a la vez fascinante por la falta de red bajo el trapecio balanceándose: Per aspera ad Astra, hubiera dicho mi querido amigo Juan Introini. Lo único que lamento es no tener 36 abriles que no volverán para tirar los dados cargados sobre el paño, apostar haciendo trampa por el principio de incertidumbre como vehículo creativo; mientras huelo que la batalla recomienza, el enemigo da señas de apatía lo que es excitante y me convenzo de que podemos abatirlo en pleno vuelo. Eso de la inventiva reinventada seguro ocurrió en otra trama de la red, tal vez parecidas tribulaciones sobre latencias narrativas comenzaron el siglo pasado y la incógnita la está dilucidando una muchacha nipona dibujante de mangas, un forofo de The Sisters of Mercy reconvertido a la ecología, sin olvidar el toque rapero con la pura de una barriada latina de la frontera Norte. Ningún cerebro humano ni de los otros, como Deep Blue que venció a Kasparov en 36 movidas del croata nacionalizado, están en condiciones de conectarse con tanta información. 

Sobre esas paradojas del relato es que volveremos en esta sección en los próximo 36 meses, sabiendo que la tectónica de las placas literarias está en actividad. Es posible que dentro de tres años y antes de salir de la pista, alcancemos corolarios que valga la pena compartir sobre el temblor pasado presente de los Cuatro Cuartetos, el intercambio de Salinas entre tradición y originalidad en Manrique. Debemos hacer también un alto en la puerta del CERN en Suiza donde se persigue la molécula del origen: cacería de componentes últimos de la materia y fuerzas al acecho a través de las que interaccionan. En el 2004 se instala allí la estatua de Shiva rodeada del círculo de llamas regalo de la India; en 2012 se confirma dentro del anillo acelerador de partículas la verdad del boson de Higgs, la partícula de dios circulando en los límites de materia y pensamiento. Las grandes novelas del siglo XXI parecen que se estuvieran escribiendo lejos de nuestras bibliotecas apolilladas.

Pensando qué hacer en los últimos meses me sentía en la noche del teniente T. E. Lawrence cuando -luego de hablar con el príncipe Fayçal y que era el enorme Sir Alec Guinness- se retira al desierto a esperar hasta que al amanecer adviene la epifanía: Áqaba por tierra, porque es inimaginable. En esa reflexión menos heroica y con arena prisionera cayendo por ley de gravedad entraron en juego ciertos cuidados. Dadas las circunstancias el sitio no debía ser estrategia de apoyo comunicacional sino avatar de la obra a venir, considerar el tiempo dispensado y la fatiga como si se tratara del artefacto de un prototipo a precisar. Se cumplían veinte años de “Montevideo sin Oriana” (“Ahora que de casi todo hace ya veinte años”, decía Jaime Gil de Biedma) y decidí distribuir una edición remasterizada. La oportunidad de operaciones mágicas en un número de Cabaret ilusionista, que podía llamarse “el cuento transportado”; los relatos que integran libros editados en otro siglo reaparecen: fe en ánimas narradas, tripulaciones traspapeladas de submarinos saliendo a superficie, liberar personajes cautivos en el correccional. La invención del lector cero así como hay grado cero de la escritura, paciente cero de nuevas plagas, el sospechoso cero de crímenes recientes y el cero de la energía cósmica. 

El gran adversario en este nuevo Escenario de operaciones es la cantidad de narradores bajo apariencia de simplicidad condensada; durante las veinte primeras temporadas de los Simpson (“Ahora que de casi todo hace ya veinte años”) intervinieron ciento ocho (108) guionistas, con lo cual la idea inocente del creador solitario ante la hoja en blanco salta en mil pedazos ante el relato industrial. Esa constancia puede llevar al inmovilismo estéril, la deserción con el lápiz entre las patas o el mimetismo por imposición de risa forzada. La estrategia es refutar la intimidación ante esa cifra de Legión al servicio del Homero amarillo y robarles la tinta a los dioses imperiales; aunque para ello haya que ir a otras mitologías intraducibles y más lejos hasta el agotamiento buscando la fuerza replicante: 108 dioses del hinduismo, la fórmula 108 del mantra ininterrumpido y 108 cuentas del mala tibetano. Cuando debe apelarse a recursos superiores, dejar a Shiva Nataraja ejecutar sus 108 danzas tandava destruyendo aquello que es necesario destruir para salvar el mundo.

Por ampliación de informes los visitantes pueden dirigirse a la ventanilla “espejos retrovisores”. Si otras entradas de la “cartografía del sitio” son algo lentas, será en este terreno que estamos reconociendo donde aterrizarán consideraciones, avionetas camufladas, notas sueltas, apuntes en servilletas de papel, fallos de apreciación y tanteos tendientes al manifiesto demorado por averiguaciones: pa’ que bailen los muchachos via’ tocarte bandoneón… ¡la vida es una milonga!