LE CIMETIÈRE MARIN (1)

Μή, φίλα ψυχά, βίον ἀθάνατον σπεῦδε, τὰν δ’ ἔμπρακτον ἄντλεῖ μαχανάν.

Pindare, Pythiques, III.

Ese techo tranquilo, donde caminan las palomas,
Entre los pinos palpita, entre las tumbas;
Mediodía el justo ahí compone de fuegos
El mar, el mar, siempre recomenzado!
Oh recompensa después de un pensamiento
Una mirada extensa sobre la calma de los dioses!

Qué puro trabajo de finos destellos consume
Disperso diamante de imperceptible espuma,
Y qué paz parece concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol se reposa,
Obras puras de una eterna causa,
El Tiempo centellea y el Sueño es saber.

Estable tesoro, templo simple a Minerva,
Masa de calma, y visible reserva,
Agua altanera, Ojo que guardas en ti
Tanto sueño bajo un velo de llama,
Oh mi silencio!… Edificio en el alma,
Pero cúspide de oro de mil tejas, Techo!

Templo de Tiempos, que un solo suspiro resume,
A ese punto puro yo subo y me acostumbro,
Todo rodeado de mi mirar marino;
Y como a los dioses mi ofrenda suprema,
El centelleo sereno siembra
Sobre la altitud un desdén soberano.

Como el fruto se funde en placer,
Como en delicia él cambia su ausencia
En una boca donde su forma se deshace,
Yo huelo aquí mi futura humareda,
Y el cielo canta al alma consumida
La mutación de las orillas en rumor.

Bello cielo, verdadero cielo, mírame a mí que cambio!
Después de tanto orgullo, luego de tanta extrañeza
Ociosidad, pero con plenos poderes,
Yo me abandono a ese brillante espacio,
Sobre las casas de los muertos mi sombra pasa
Que me aquieta a su delicado movimiento.

El alma expuesta a las antorchas del solsticio,
Yo te sostengo, admirable justicia
De la luz con las armas despiadadas!
Yo te reintegro pura a tu sitial primero:
Mírate!… Pero reintegrar la luz
Supone de sombra una triste mitad.

Oh por mí solo, a mí solo, en mí mismo,
Cerca de un corazón, de las fuentes del poema,
Entre el vacío y el acontecimiento puro,
Yo espero el eco de mi grandeza interna,
Amarga, sombría, y sonora cisterna,
Sonando en el alma un hueco siempre futuro!

Sabes tú, falsa cautiva de los follajes,
Golfo devorador de esos magros enrejados,
Sobre mis ojos cerrados, secretos deslumbrantes,
Qué cuerpo me arrastra a su final perezoso,
Qué frente lo atrae a esta tierra de huesos?
Un destello ahí piensa en mis ausentes.

Cerrado, sagrado, lleno de un fuego sin materia,
Fragmento terrestre dado a la luz,
Ese lugar me agrada, dominado de antorchas,
Compuesto de oro, de piedra y de árboles sombríos,
Donde tanto mármol está temblando sobre tantas sombras;
El mar fiel allí duerme sobre mis tumbas!

Perra espléndida, deshazte del idólatra!
Cuando, solitario con sonrisa de pastor,
Yo paciendo paciente, corderos misteriosos,
La blanca manada de mis tranquilas tumbas,
Aléjalas las prudentes palomas,
Los sueños vanos, los ángeles curiosos!

Habiendo aquí llegado, el futuro es pereza.
El insecto neto rasca la sequía;
Todo está quemado, vencido, recibido en el aire
Ah yo no sé cuál severa esencia…
La vida es vasta, siendo libre de ausencia,
Y la amargura es dulce, y el espíritu claro.

Los muertos ocultos están bien en esta tierra
Que los calienta y seca su misterio.
Mediodía allá arriba, Mediodía sin movimiento
En sí se piensa y conviene a sí mismo…
Cabeza completa y perfecta diadema,
Yo soy en ti el secreto cambio.

Tú me tienes sólo a mi para contener tus temores!
Mis arrepentimientos, mis dudas, mis mandatos
Son el defecto de tu gran diamante…
Pero en su noche tan cargada de mármoles,
Un pueblo errante en las raíces de los árboles
Ha tomado ya tu partido lentamente.

Ellos han fundido en una ausencia espesa,
La arcilla roja ha bebido la blanca especie,
El don de vivir ha pasado a las flores!
Dónde están de los muertos las frases familiares,
El arte personal, las almas singulares?
La larva hila donde se formaban los llantos.

Los gritos agudos de las muchachas cosquilleadas,
Los ojos, los dientes, los párpados mojados,
El seno encantador que juega con el fuego,
La sangre que brilla en labios que se rinden,
Los últimos dones, los dedos que los defienden,
Todo irá bajo tierra y entra en el juego!

Y tú, alma generosa, aguardas tú un sueño
Que no tendrá ya más esos colores de mentira
Qué a los ojos carnales la onda y el oro dan aquí?
Cantarás tú cuando seas vaporosa?
Vamos! Todo huye! Mi presencia es porosa,
La santa impaciencia también muere!

Magra inmortalidad negra y dorada,
Consolación horrorosamente laureada,
Que de la muerte hace un seno materno,
La bella mentira y la piadosa astucia!
Que no conoce, y que no los rechaza,
Ese cráneo vacío y ese reír eterno!

Padres profundos, cabezas inhabitadas,
Que bajo el peso de tantas paladas,
Eres la tierra y confundes nuestros pasos,
El verdadero roedor, el gusano irrefutable
No es nada para ti que duermes bajo la mesa,
Él vive de vida, él no me abandona!

Amor, pudiera ser, o de mí mismo odio?
Su diente secreto está tan cerca mío
Que todos los nombres le pueden convenir!
Qué importa! Él ve, él quiere, él piensa, él toca!
Mi carne le gusta, y hasta sobre mi cobertura,
A ese viviente yo vivo de pertenecer!

Zenón! Cruel Zenón! Zenón de Elea!
Tú me atravesaste con esa flecha alada
Que vibra, vuela, y que tampoco vuela!
El sonido me engendra y la flecha me mata!
Ah! el sol… Qué sombra de tortuga
Para el alma, Aquiles inmóvil a pasos enormes!

No, no!… De pie! En la era sucesiva!
Quiebra, mi cuerpo, esta forma pensada!
Bebe, mi seno, el nacimiento del viento!
Una Brisa, exhalada desde el mar,
Me devuelve mi alma… Oh potencia salada!
Corramos en la onda resurgiendo viviente!

Sí! Extenso mar de delirios dotado,
Piel de pantera y clámide agujereada
De mil y mil ídolos del sol,
Hydra absoluta, ebria de tu carne azul,
Que te remuerde la centelleante cola
En un tumulto similar al silencio,

El viento se levanta!… Hay que intentar vivir!
El aire inmenso abre y cierra mi libro,
La ola polvorienta osa surgir de entre las rocas!
Emprendan vuelo, páginas deslumbradas!
Rompan, olas! Rompan de aguas regocijadas
Ese techo tranquilo donde picotean los foques!

(1)

Le cimetière marin es un recordado poema de Paul Valèry compuesto de veinticuatro estrofas, publicado por primera vez en 1920 y definido como una meditación metafísica. La epifanía de la palabra poética es la situación real del escritor en el mundo concreto y esa circunstancia; un mediodía en el cementerio de Sete, la conciencia observa por delante el Mare Nostrum y se siente rodeado por los muertos en sus tumbas. Ello inicia el movimiento de sentidos y pensamiento, primero el agitar incesante del Mediterráneo, luego el recuerdo de la propia conciencia ante ese espectáculo de uno que además de pensarse se sabe apenas de paso existiendo en el tiempo. La ilusión del pensamiento se coteja a la densidad de la vida concreta en esa misma hora de coincidencias y pensarla presupone considerar a la muerte, también las opciones del después. En dicha encrucijada, el autor de Monsieur Teste reniega de la ilusión sobre la inmortalidad del alma que puede volverse un consuelo teológico que distrae de lo esencial. Ante un eventual fusionarse en una totalidad improbable, opta por la vida sensual reivindicando la fuerza de los sentidos, asumiendo la descomposición de la carne; al hipnotismo de las paradojas presocráticas Valèry le opone la vitalidad de este mismo poema, pensado antes de escribir, escrito partiendo de un recuerdo  de mediodía entre las tumbas.

La cita inicial de Píndaro tiene una versión tradicional que propuso Aimé Puech en 1921: “oh, mi alma, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible.” Más cerca nuestro, el helenista Alain Frontier avanza ciertos reparos a la traducción citada y se inclina por una lección que diría, aproximadamente: oh, mi alma, cesa de aspirar a la vida inmortal, pero agota los recursos técnicos de los humanos.