Peri Rossi, Cristina: biografía para armar

Conocí a Cristina Peri Rossi en el año 2014, cuando la invitamos a participar del VIII Congreso que la Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay se proponía realizar en la Biblioteca Nacional, en Montevideo. Luis Bravo nos había sugerido su nombre a instancias de un curso sobre poetas malditos que había hecho con ella en Madrid, en los cursos de verano que año a año organizaba la Complutense en El Escorial. El tema de nuestro congreso –Literaturas infernales– hacían de ella una invitada interesante, tanto por su condición de crítica como por su talento de escritora. Ya habían pasado diez años desde su última visita a Uruguay, de manera que el propósito de nuestra Asociación ya no era solo tener una invitada de su magnitud, sino que también implicaba volver la mirada a una escritora que hacía años no visitaba el país y que desde hacía décadas no publicaba en nuestro medio, salvo contadas excepciones.

A pesar de nuestra insistencia, Peri Rossi se excusó, declinó la invitación con un “Ya estoy vieja. Se tendrían que haber acordado antes de mí”. Seguramente tenía razón. Lo cierto es que a pesar de que ella no vino a Montevideo, apenas pude viajé para visitarla en Barcelona. Fue el primer encuentro de muchos que se han sucedido en estos años, siempre allá, en el piso doce de su apartamento en la calle Numancia del barrio Les Corts. En realidad, yo la había conocido mucho antes, leyendo su obra mientras estudiaba en el Instituto de Profesores Artigas. Un verano de aquellos encontré en la feria de Tristán Narvaja un ejemplar de El pulso del mundo, recién editado por Trilce, una recopilación de los textos periodísticos que había publicado entre 1978 y 2002 en distintos medios de prensa españoles. Esa fue mi puerta de entrada al universo perirrossiano, ni su poesía ni su narrativa, que no se hicieron esperar mucho y llegaron gracias a los hallazgos que todavía nos regalan las librerías de usados de Montevideo.

Compromiso de escritura

“Los escritores somos muchas veces Casandras extraviadas en el infierno de la existencia sin tener quien nos escuche” (Detente, instante, eres tan bello)

Narradora, poeta, ensayista, traductora, periodista. Peri Rossi ha cultivado varios géneros literarios con maestría. “Escribo con mis voces, no con mi voz” ha dicho más de una vez, parafraseando un verso de Alejandra Pizarnik. Claro que esa versatilidad no siempre le ha jugado a favor: “A los críticos y a los libreros no les gusta una escritora poeta, narradora, ensayista. Deslizan subrepticiamente la sospecha de que quizás es porque no se siente plenamente realizada en ningún género”. Más bien creo que se trata de todo lo contrario: las distintas caras de una misma obra, en la que los libros y los temas dialogan entre sí, se solapan y superponen, se continúan unos en otros. No solo en el sentido de ser las partes de un todo, sino en la posibilidad de ser cajas de resonancia de tópicos que aparecen sucesivamente: el deseo, el exilio, el lenguaje.

Ya desde su primer libro, Viviendo (1963), es visible su preocupación por el universo femenino; en los tres cuentos de esa obra inaugural, las protagonistas dan cuenta del opresivo mundo en el que vivían las mujeres. Los relatos de su segundo libro, Los museos abandonados (1969), que resultó ganador del Concurso de los Jóvenes de la editorial Arca, tienen como elemento central el espacio físico en el que se desarrollan. “De joven, quería vivir en un museo, escribir en un museo, amar en un museo. En un museo cerrado al público, claro. Me parecía que era el espacio, el ámbito donde las dos coordenadas de la realidad: el tiempo y el espacio se suspendían, flotaban, y se abrían, entonces, las puertas de la fantasía, del sueño, de la creación”. En 1968, Jorge Ruffinelli, Eduardo Galeano y Jorge Onetti fallaron, por unanimidad, a su favor en ese concurso. Ese año resultó clave para la obra de Peri Rossi: ganó el premio de Arca, obtuvo una mención especial en el concurso de poesía del diario El Popular –órgano del Partido Comunista, donde también ejercía como periodista– y por invitación de Ángel Rama comenzó a publicar con regularidad en el semanario Marcha.

La agitación política que se vivían por aquellos años previos al golpe de Estado se hizo patente en su obra, ejemplo de ello son los poemas que Jorge Ruffinelli incluyó en la antología Poesía uruguaya rebelde (1971) o el relato que integra Cuentos de la revolución (1971) o el poema escrito en honor a Líber Arce, primer mártir estudiantil, publicado en El Popular, apenas una semana después de su asesinato:

Roto por dentro, hermano,
te dejó la policía que te tiró a la espalda.
Roto por dentro
para que te velaran en la calle multitudes silenciosas  
y es el ruido tenebroso de su silencio, Líber,
el que le promete sucesores a tu sangre.

También por esos años, El libro de mis primos (1969), novela ganadora del concurso del semanario Marcha, e Indicios pánicos (1970) fueron escritos con la convicción de que “del horror a lo existente nacen (si somos valientes) los libros y las revoluciones”. La palabra se transformó en estrategia de resistencia y con ese mismo espíritu revolucionario publicó su primer poemario, Evohé (1971), el único que editó en Uruguay. El año pasado, con motivo del cincuenta aniversario de este libro, la poeta decía en el prólogo: “No me arrepiento de ningún verso, aunque me siga asombrando el gran escándalo que causó en la izquierda, porque entonces yo era una ingenua: creía que la revolución era también estética y sexual”. Peri Rossi no era ninguna ingenua. Con este libro estaba reelaborando la poesía amorosa escrita por mujeres; heredera de la tradición que Delmira Agustini había iniciado en el Novecientos, el sujeto lírico femenino le cantaba a un objeto de deseo también femenino. La tríada que vertebra todo el libro –yo, tú, lenguaje– se cifra, una vez más, en clave femenil, baste como ejemplo el primer poema del conjunto: “Palimpsesto: escrito debajo de una mujer”, versos en los que las mujeres están (des)vestidas de palabras: “En fuga de palabras, quedó la mujer desnuda”.

Partir es siempre partirse en dos

“Extranjero. Ex. Extrañamiento. Fuera de las entrañas de la tierra. Desentrañado: vuelto a parir. No angustiarás al extranjero. Pues. Vosotros. Vosotros. Vosotros. Los que no lo sois. Sabéis. Vosotros sabéis. Nosotros empezamos a saber. Cómo se halla. Cómo. El alma del extranjero. Del extraño. Del introducido. Del intruso. Del huido. Del vagabundo. Del errante” (La nave de los locos)

Peri Rossi es una enamorada de Montevideo, lo admitió en el discurso de recepción del premio que hace pocos meses le concedió la Intendencia de esta ciudad al nombrarla Ciudadana Ilustre. Nació en Reducto y vivió gran parte de su infancia y adolescencia allí, pero recuerda con especial cariño un pequeño apartamento en la calle Ituzaingó, en la Ciudad Vieja, frente a la Torre de los Panoramas, el emblemático cenáculo del Novecientos que encabezó Julio Herrera y Reissig. A comienzos de los años setenta se mudó cerca de la rambla, al lado de la Embajada de Estados Unidos: “En mi apartamento de la calle Cebollatí, lleno de libros y de discos, desde el gran ventanal, en noches de espanto, había visto lanzar bolsas de arpillera cargadas presuntamente con cadáveres humanos al mar”.

Cuando la situación ya era insostenible y su vida realmente corría peligro, luego de recibir amenazas en el liceo Rodó, donde trabajaba, y de proteger a una exalumna que colaboraba con el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros y fue detenida en la puerta de su casa en Cebollatí, la madrugada del 4 de octubre de 1972 se embarcó en el Giulio Cesare, transatlántico que tenía como destino final Génova. Llevaba consigo un ejemplar de cada libro que había publicado y el original inédito de Descripción de un naufragio.

Por equipaje
una maleta llena de papeles
y de angustia
los papeles para escribir
la angustia
para vivir con ella
compañera amiga.

En ese mismo viaje comenzó a gestarse otro libro, Estado de exilio (2002), que saldría a la luz treinta años más tarde y obtendría el Premio de Poesía Rafael Alberti; según ha afirmado ese poemario contiene varios textos escritos ni bien llegó a Barcelona. Sin embargo, el primer libro que publicó en España fue Descripción de un naufragio (1975),alegoría de un naufragio amoroso y del fracaso de un proyecto político tal como se lee en la dedicatoria del poemario:

A todos aquellos navegantes
argonautas de un país en ruinas
desaparecidos en diversas travesías,
varias,
que un día emprendieron navegaciones
de inciertos desenlaces.

A principios de los setenta, Barcelona era la ciudad más vanguardista de España, la ciudad de las emblemáticas Ramblas, una ciudad portuaria y plural, en la que se daban cita intelectuales y artistas exiliados latinoamericanos. Franco aún se encontraba en el poder en una dictadura que, si bien agonizaba, no facilitaba la vida a los exiliados políticos del Cono Sur. Sin embargo, la tradición editorial de Barcelona atrajo a muchos autores que encontraron en ella un lugar para producir su obra. Entre los años sesenta y setenta, la ciudad se había convertido en el refugio de varios que vivieron allí su exilio político o literario: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Donoso. La denuncia y la crítica a lo que se vivía en sus países de origen fue una constante entre ellos. Peri Rossi no fue la excepción y en 1973 se conectó con la resistencia al franquismo y organizó, junto con su amiga Lil Castagnet, un comité de ayuda a los presos políticos.

“Llegué a Barcelona en un barco italiano con destino a Génova, a fines del año 1972. Huía de un país ocupado por el ejército nacional y llegaba a la ciudad más libre de España sin saber, a ciencia cierta, cuánto tiempo me quedaría, ya que el sueño de cualquier exiliado es volver al país natal”. Nunca regresó y desde ese lugar de exiliada –no solo en su estado de exilio, sino en su condición de exiliada– ha construido un imaginario cargado de simbolismo y nostalgia en el que “Todos somos exiliados de algo o de alguien. En realidad, esa es la verdadera condición del hombre”, como dice Equis, el protagonista de la novela La nave de los locos (1984). Es la misma situación de extranjería que experimenta el personaje principal de Solitario de amor (1988) frente al rechazo de su amada, una novela lírica que constituye una descripción del delirio amoroso. El epígrafe de esa novela, “Amar es dar lo que no se tiene a quien no es”, confirma su profundo conocimiento del psicoanálisis y de las formas en las que opera el deseo.

Mi casa es la escritura

Siempre en tránsito
como los barcos y los trenes
metáforas de la vida
en un fluir constante
ir y venir
(Mi casa es la escritura)

No son pocos los títulos de su obra que le cantan a las ciudades –Barcelona, Berlín, Montevideo–, a la pérdida, a la nostalgia y al exilio político y amoroso, a una falta esencial que son:

una cadena de replicantes
los eslabones de una biografía
llena de espectros
que conducen a una mujer a otra
como los afluentes de un río
que va a dar al mar
que, por supuesto, es el morir.

  Tampoco son pocos los poemas de su obra que le cantan al paisaje marino –Inmovilidad de los barcos (1997), La barca del tiempo (2016), La balsa de las palabras (2016). Un amor y una obsesión por los barcos y los faros que vienen de lejos, de cuando era niña y sus tíos la llevaban a la Ciudad Vieja a ver partir las grandes embarcaciones que zarpaban desde el puerto de Montevideo. Aquella niña, protagonista de su novela autobiográfica La insumisa (2020), no imaginaba que una noche de 1972 también le tocaría partir. No imaginaba que haría, en sentido inverso, el mismo viaje que habían hecho sus bisabuelos genoveses para buscar refugio en otro continente. “Mi exilio no comenzó el 20 de octubre de 1972, cuando el barco tocó puerto en Barcelona, una suave y luminosa mañana de otoño, sino un año después, el 30 de septiembre, cuando vos y yo nos separamos. Recuerdo esa mañana. Me encontré súbitamente, en la calle Balmes, de Barcelona, a la altura del número 199. Había estado otras veces allí, pero nunca me había sentido sola. Al exiliarnos juntas, fue, en realidad, como si no nos hubiéramos exiliado, como si transportáramos con nosotras todo aquello que amábamos hasta entonces: el perfume de glicinas de la calle Larrañaga en Montevideo, la estatua del cacique herido por una bala disparada por el invasor, que veíamos desde la terraza de nuestro piso en la calle Cebollatí, frente al mar, las canciones de Mina […] Y de pronto, todo eso me había abandonado. No me había abandonado el 20 de octubre de 1972, me abandonó el 30 de septiembre del año siguiente, cuando nos separamos para siempre, y yo, en un banco de la calle Balmes comprendí que el exilio no era solo cambiar de espacio, el exilio era separarse de la persona amada, dejar de hablar la misma lengua (los enamorados y las enamoradas tienen su propia lengua, cambiar de amor es cambiar de diccionario, y dejar un amor es perder un dialecto)”.

La partida, el exilio, el desarraigo son constantes de su universo poético. Tal vez por eso, Mi casa es la escritura (2006) sea el título que Peri Rossi escogió para una de las pocas antologías que publicó en nuestro país, hace ya dieciséis años. Con aquel pequeño tiraje de trescientos ejemplares y después de mucho tiempo, la autora volvía a ponerse en contacto con los lectores uruguayos. No debería sorprender que el lenguaje sea la verdadera patria de cualquier escritor, pero en el caso de una exiliada política –extranjera de un lado y del otro del océano– la afirmación cobra otras dimensiones: “Soy una escritora uruguaya que vive en Barcelona, escribe en castellano y es, por tanto, una especie de extranjera en todas partes. Para los españoles, soy barcelonesa, para los barceloneses, soy uruguaya, y para los uruguayos, soy española”. A pesar de estas multiplicidades, o tal vez gracias a ellas, y como la misma escritora afirmó cuando le comunicaron que era la ganadora del Premio Cervantes 2021, en su persona se reconcilia España, dividida desde hace años por un independentismo que ha criticado en más de una oportunidad.

En Barcelona o en Montevideo, en España o en Uruguay, en sus sesenta años de producción, Peri Rossi ha cultivado una obra en la que es palpable el amor por el lenguaje, el compromiso ético y estético con la literatura, la denuncia de los más débiles –las mujeres, los exiliados, la comunidad LGBT–. No ha estado sola en todos estos años, a su lado ha tenido “la compañía que no falla, / las palabras”. Pude confirmarlo en los últimos meses, al consultar su archivo personal, al repasar sus manuscritos y sus fotografías para la edición del libro homenaje que publica la Universidad de Alcalá. Varias semanas de trabajo para tratar de sintetizar en pocas páginas una vida escrita, una obra que siempre ha permanecido fiel a sí misma. Hoy Peri Rossi agrega una embarcación más a su flota, desde la cuna de Cervantes levará el ancla de La nave de los deseos y las palabras.

Néstor Sanguinetti